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Creadoras - Narraciones

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Safo, cíberpostal

Viví una larga vida en la belleza apacible de mi isla, Lesbos.

Y tuve que inventar un lenguaje nuevo para cantar los valores de la paz que yo y mis pupilas, las mujeres que habían venido a que les enseñara como conseguir la sabiduría, teníamos en la mayor estima.

No me valía la tradición literaria de mis antepasados, aunque éstos fueran tan ilustres como Homero. En la Grecia de mi época sólo se sabía cantar las hazañas de los guerreros que conquistaban ciudades y hacían esclavos a sus habitantes.

Los cantos épicos de la destrucción de Troya, que enervaban los ánimos de mis contemporáneos, a mí sólo me producían dolor. Lloraba de compasión por las mujeres troyanas: por Hécuba que había perdido a todos sus hijos y a la que los dioses, compadecidos por los aullidos de dolor que daba, transformaron en perra. Lloraba también  por Casandra que había advertido de las desgracias que traería la guerra sin que nadie le hiciera caso. Y por Andrómaca, que vio morir a su marido y a su hijo a manos del enemigo...

Yo me negué a seguir esa tradición épica. Los valores de la guerra no eran los míos. Ni tampoco eran los de las mujeres que venían a mí a que les enseñara.
Para ellas compuse cantos de amor y de bodas: epitalamios, odas, pártenos, composiciones llenas de pasión en las que la única nota triste era la nostalgia.
Fuera de mi isla, los griegos seguían haciendo la guerra.

Yo resistía. Me oponía a los valores dominantes con el único, y para mí el más preciado, valor de la palabra.

Las mujeres de Lesbos, las lesbianas, no participamos en ninguna guerra,  antes bien, cultivamos los afectos y la amistad entre mujeres.

Dejé que Alceo y Arquíloco hicieran el elogio de los valores masculinos: batallas políticas y conquistas bélicas. Yo elogié el amor, la belleza y la sabiduría. Esos valores eran nuestra resistencia allí, en Lesbos. Imaginábamos que algún día lejano, también serían enarbolados por otras mujeres de lugares lejanos y que con ellos acabarían con la violencia de las guerras y los terrorismos.

Para esas mujeres del futuro, herederas nuestras, compuse el “Himno a Afrodita”:

“Acúdeme también ahora —le pedía—
Líbrame de mis congojas, diosa del amor,
Cúmpleme que logre cuanto mi ánimo ansía,
Y sé en esta batalla, para que me amen,
tú misma mi aliada.” 

No alabé a ningún hombre, sólo al dios Apolo por ser el más excelso amante. Y entre las mujeres elogié a las más sabias, las que manifestaban mayor ternura, aquellas cuya mayor dignidad era asemejarse no a un dios ni a un héroe, sino a una diosa.

Describí en mis versos bellos jardines iluminados por la luna, huertos de sabrosas manzanas y olorosos rosales, campos de violetas silvestres por los que me perdía junto a mis amigas.

Escuchadme uno, tan sólo uno. Se titula : “Lo más bello es lo que uno ama”. Tiene veinticinco siglos de antigüedad. Escuchadlo. Aunque solo fuera por eso, por esos dos mil quinientos años de historia que han transcurrido desde entonces, es valioso.

Mujeres, yo creía que el cambio que iniciamos en nuestra isla iba a dar sus frutos muy pronto, que íbamos a conseguir un mundo en que se respetaran nuestros valores femeninos...Pero no, triunfó la épica, triunfaron los que cantaron a Aquiles y a Menelao.

El mundo conoce los nombres de muchos héroes: Héctor, Ulises, Ayas, Paris,  todos unos asesinos. Sin embargo, de nosotras, no se sabe nada. Solo se nos nombra para designar una opción sexual  ¡como si eso hubiera sido lo único importante en nuestra isla! ¡cómo si nuestra resistencia a la cultura dominante no hubiera tenido lugar!  ¡como si nuestros escritos no tuviesen valor!

Nos menosprecian.

Han intentado borrarnos de la historia y casi lo han conseguido. Porque ¿qué sabe la gente de la calle de aquellas mujeres que habitaron Lesbos? Muy pocas mujeres se enorgullecen hoy de tenernos como sus antepasadas.

Es cierto que Aristóteles habló de mí en su “Retórica”, tengo que reconocerlo, pero ¿recuerdan cómo lo hizo? Me parece que  me hizo un flaco favor. Y si no, juzguen ustedes por sí mismos. Explicaba que había lugares en los que se honraba a los sabios. Decía que así como  los habitantes de Quíos  honraban a Homero, los de Mitilene,  aquella ciudad de Lesbos, honraba a Safo “aunque fue una mujer”. Sí, con esa sorpresa suya, los habitantes de Lesbos honraban a una mujer. Pero duró poco ese tiempo porque una cultura patriarcal se encargó de ensuciar mi imagen ya que no podían borrarla dela faz de la tierra.

Se ha dicho de mí que he sido lasciva, promiscua, una prostituta... Fue Séneca el que me llamó así. En su disculpa hay que decir que sólo se hacía eco de lo que otros escritores anteriores habían dicho. Él, tan íntegro para otras cosas, no se detuvo a averiguar si eran verdad o no los bulos que corrían de mí.

En otro escritor posterior, el latino Ovidio, pueden leerse todas estas grotescas leyendas que se han inventado sobre mi inmoralidad. ¿Inmoral? No tienen vergüenza.  Inmoral porque mi moral no era la suya, porque para mí lo inmoral es la guerra.

Sólo a Platón tengo que mostrarle agradecimiento, dijo de mí en un epigrama que era la décima musa.

¡Ah, y al sabio Solón! Se me llenan los ojos de dulzura cuando recuerdo al anciano sabio alejado de las intrigas cortesanas y las disputas jurídicas  pidiéndole a su nieta que le enseñara mis canciones para aprenderlas antes de morir. ¡Que gran satisfacción ser estimada por un hombre tan sabio! Cuando la muerte se acerca y llega la hora de dedicarse a lo que realmente importa, entonces, un hombre sabio considera que vale la pena entretener su tiempo en aprender mis canciones.
Que la diosa me perdone si caigo en el pecado del orgullo al recordar mi pasado glorioso.

Porque hubo un tiempo en el que gocé de tal renombre que se me representaba en medallas y monedas. Mi figura aparecía en vasos y se me hacían estatuas.
Después se me fue olvidando. Se destruyó mi obra. O se fue perdiendo.
Pero no, no han conseguido borrarme del todo. No se conserva ninguna obra completa mía sólo quedan fragmentos de algunos poemas. Escuchen, escuchen y reflexionen. 

“Dicen unos que un tropel de jinetes, otros
que el ejército a pie, y otros que la marina de guerra
es en la oscura tierra lo más bello,
pero yo afirmo que lo más bello es lo que uno ama.”

Puede que nuestra existencia no haya sido en vano.

Quizá  estos veinticinco siglos han sido un puente en el tiempo, un paréntesis en la historia en el que la humanidad ha avanzado cojeando porque ha negado la presencia de su otra mitad.

A lo mejor, las mujeres  de hoy reciben nuestro mensaje y comparten nuestros valores de belleza, sabiduría y amor.

A lo mejor, también ellas, hoy, proponen resistir a las guerras creando remansos de paz donde ir descubriendo los misterios de la vida.

Vislumbro grupos de mujeres, pequeños al principio, numerosos después, saliendo a las calles de sus ciudades, en silencio, vestidas de negro en señal de luto, con velas encendidas en la noche y grandes pancartas a la luz del día en las que se lee:

“Saquemos la guerra de la historia y de nuestras vidas” 

¡Oh, Afrodita, diosa del amor, no nos falles esta vez, no retires tu ayuda a las  mujeres!

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Publicado en mujerpalabra.net en enero del 2018