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Creadoras - Narraciones

Volver a Por qué hablo inglés como una nativa

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Comienzo mi narración con una respuesta breve por si no tienes tiempo de leerte esta historia y te intriga la cuestión: porque mi madre fue una lúcida artista de la vida y porque yo he amado las palabras del mundo bilingüe que me regaló, de una forma radical y total, es decir, cotidiana.

Carmen Reñé, visión y vitalismo

Carmen Reñé nació el 19 de octubre de 1937, en el barrio popular de Cuatro Caminos de Madrid (Castilla), en plena Guerra Civil española, una guerra que establecería un gobierno de terror (dictadura) que, por su longevidad (40 años), nos generaría diversos miedos pánicos, sobre todo a la población monolingüe española. Pienso en los idiomas: como pueblo nos hemos considerado incapaces de aprender idiomas, particularmente el inglés (algo que, al fin, vamos superando en el siglo 21); o un miedo más brutal: que podamos creer que no pasa nada por despreciar y expresar odio al plurilingüismo de nuestro territorio, a la identidad de los pueblos bilingües de nuestro país.
         Para mi madre, todo esto no era más que algo que ocurría fuera de nuestras vidas. Ella era un espíritu libre, una persona con visión y criterio propios, que transformaba en vida todo lo que la cultura patriarcal transformaba en miedo y violencia. Era alguien con empatía, imaginación, alegría, pasión, que sacaba a quienes la conocían de una realidad triste o fea y les hacía sonreír o incluso transportaba a ver mundos en sus vuelos terrenos, mostrándoles la vida desde otro lugar. Una mujer valiente, bondadosa y generosa hasta límites inconcebibles, que la gente más perdida leía como "tonta" porque así reprime y educa la sociedad para que no desarrollemos cualidades humanas. Una mujer con ese tipo de inteligencia que te insufla energía para que salgas en la vida disfrutando, a pesar de gigantes tan imponentes como la dictadura (esos ensayos de normalidad que se establecen sobre la esclavitud, la pobreza y la miseria, el miedo y el terror de la mayoría), el estar atrapada allí donde no se espera nada de ti que tú quieras o desees, a pesar del abuso y el desamparo, de ser mujer y querer ser libre y decidir todas tus cosas, con un montón de gente empeñada en impedírtelo...
         Sobre sus progenitores, su madre, Isabel Hidalgo Ceballos, nació en una familia pobre y numerosa de un pueblo castellano, y disfrutó de una belleza tal que creyó que el mundo la debía una vida de estrella. Se casó con Carlos Reñé, un talentoso violinista catalán, ganador del premio Sarasate y apodado "El mago del violín", que llegó a ser primer violín de la Orquesta Nacional hasta la guerra, quizá. Cuando se exiliaron, llevaron una vida nómada de artistas, mi abuela subiéndose al escenario también (incluso mi madre treparía allí en ocasiones), pero con mi abuelo siendo quien tomaba las decisiones de trabajo y dinero, lo que por su constitución ética no le llevó a elegir la fama sobre los ideales, y no acabaron en Hollywood, como esperaba ella al ver al coetáneo Xavier Cugat en las películas de los hermanos Marx. Todo esto lo sé inciertamente. Sí sé con certeza que mi madre de niña viajó mucho, y que pasó muchas partituras a tinta, y también que yo, de bebé, hasta los tres años, me dormía arrullada por el violín de mi abuelo.

Mi madre en mí yo, como la madera en el palito
Carmen Reñé, desde pequeñita, siempre quiso muy intensamente vivir y ser feliz, y también que su madre la quisiera y no disgustar a su padre tanto. Usó todas sus neuronas, átomos y poros para abrirse ese camino, convirtiendo el esfuerzo en una fiesta, en lo posible; convirtiendo la lucha en una aventura emocionante; actuando desde la insumisión de una alegría inagotable que sentía o se trabajaba.
         Aprendí a ser libre viéndola a ella, atendiendo a la felicidad generada, aunque a veces trajera esfuerzo y pena para las dos porque tuviéramos que separarnos, no pasar más tiempo juntas. Su forma de vivir, pensar, hablar, relacionarse se me aparecía como mucho más bella, justa y buena que ninguna otra que yo pudiera contemplar. Me considero afortunada por haber podido atender no ya a su extraordinaria vida, sobre la que en realidad no tengo muchos datos, pero sí a su extraordinaria existencia, cómo estuvo aquí, en el planeta, cuando tuve la suerte de estar cerca de ella.
         Estoy segura de que quien lea esta historia y conociera a Carmen Reñé, la reconocerá en mis palabras, y que sonreirá pues perteneció a esa saga anónima que abre caminos donde otras personas nos enseñan a negar y destruir, dándole vida a las cosas buenas de las que somos capaces, inspirando según la veías pasar a tu vera, contagiándote de su vitalidad, o ayudándote a comprender qué importa al vivir y luchar. (Sin duda, cometió algunos errores pero no por mezquindad o maldad, para hacer daño.) También pienso que las personas con las que he trabajado en clase podrían confirmar que es cierto que yo algo debí de aprender de ella, que (parafraseando a Eduardo Galeano) ella está en mí como la madera en el palito. Oh, sí, veréis: me gano la vida como profesora de inglés, desde 1996 en la pública. Primero estuve siete años en secundaria y como no salían plazas preparé y saqué la oposición de Escuelas Oficiales de Idiomas, donde trabajo desde entonces. He rechazado otras salidas laborales que los contactos de mi madre en su día y mis talentos con los dos idiomas me hubieran permitido realizar, pero nunca he dejado de aprender todo lo que hubieran sido otros oficios: en todos los huecos del día ejerciendo mi aprendizaje y práctica, he donado su fruto al movimiento social, por amor a la vida y a aprender, y sobre todo, por libertad, solidaridad y ganas de que la realidad positiva humana deje de ser utopía en sociedad.

El poder de elevación de los geranios
Volviendo a mi madre, como he contado en otras historias, Carmen Reñé, a los 18 años (quizá fue a la mayoría de edad para las mujeres entonces), sacó una pierna por encima de los geranios del balcón de la casa de sus padres para dejar esto muy claro: se tiraría si no la daba su padre permiso para ir de au pair a un lugar de habla inglesa. Quería aprender inglés para optar a uno de los poquísimos trabajos remunerados que se toleraba hicieran las mujeres, secretaria bilingüe. Se fue Escocia (uno de los pueblos que conforma lo que llamamos el Reino Unido), y aprendió inglés y taquigrafía, un inglés bastante bueno, ¡lo que dice mucho sobre la supuesta incapacidad del pueblo español monolingüe para aprender idiomas! Desde pequeña, he tenido constatación empírica de un montón cosas que la sociedad decía eran imposibles o indeseables.
         No quedó ahí su aprendizaje, porque como persona lúcida, sabía intuitiva, inconscientemente (sin que se lo dijeran en clase), que para hablar bien una lengua tienes que escucharla, leerla y comunicarte mucho, y que tienes que luchar por imitar la pronunciación nativa, sea la que fuere, incluso aunque no pierdas nunca el acento de tu lengua materna. En plena dictadura, y ya con el dinero de su sueldo de secretaria bilingüe y luego de vendedora de parcelas y chalets, se relacionó con personas anglófonas que estaban en España. En fiestas y reuniones, se relacionaba con personas artistas, pensadoras, aventureras, disidentes por sus ideas, su sexualidad, su cuerpo... con ese tipo de gente que supuestamente no existía o que acababa en la cárcel o en el infierno.
         Viajó mucho entonces, sola, y fue trayendo escondidos (smuggling in) discos prohibidos, que no se podían comprar: jazz, soul, funk, disco, country, pop, rock, músicas de pueblos muy distintos a los de Europa Occidental o el estadounidense, al que admiraba tanto porque las mujeres podían decidir su vida, sobre las otras cosas. A su casa, nuestra casa, venía la gente a escuchar música a pesar del riesgo, porque ella siempre compartía lo valioso en lugar de guardarlo sólo para ella y su familia. Compartiendo, ciertamente, somos más felices, ¡somos animales sociales! Y lo digo como persona que ama la soledad y el criterio propio.
         El siguiente hecho reseñable respecto a por qué su inglés llegó a ser tan bueno es que conoció a un hombre de Estados Unidos, se enamoró, y se casaron. ¡Se casó, sí, con un extranjero en plena dictadura! De ese amor nací yo, en una base aérea militar estadounidense en Torrejón de Ardoz, y hasta los tres años estuve escuchando inglés, lo que sin duda alguna, considerando que los bebés hasta los dos años tienen una inteligencia asombrosa para aprender idiomas, dejó semillas importantes en mi pequeño cerebro humano.

Para qué sirve el dinero
Carmen Reñé se hizo millonaria vendiendo parcelas y chalets en los años sesenta y setenta, vendió incluso en Filipinas, de donde era el padre de mi hermano, un hombre como Vicente Parra pero más guapo, con quien se casó porque el mío, que era un poco como Stan Laurel, El Flaco de la pareja El Gordo y el Flaco (sólo que con muchas manchas de color naranja gamba), había desaparecido en el Triángulo de las Bermudas en 1966, al menos eso explicaba yo si me preguntaban (con afectada pena, como se hacía entonces) por mi padre. (Cómo me identificaba yo con Pippi Calzaslargas en ese tema, cuando al fin supe que había otra niña que se las apañaba muy bien sin su padre.) La realidad fue que mi madre le pidió que se marchara y le financió el vuelo comprándole las cosas que ya habían pagado cuando las adquirieron juntos. Una enciclopedia en inglés, por ejemplo, que yo traducía, para hacer trabajos del colegio y después del instituto por miedo a no haber entendido lo que explicaban.
         Había ocurrido algo lógico humanamente, que ella no podía más con el tema de la violación marital, aunque entonces ni se sabía que eso era lo que se llamaba porque no existía ni el concepto ni la palabra, y no existían porque no se toleraba escucharlas a ellas cuando su realidad exponía las imposiciones patriarcales. Ese tipo de violación, quisiera añadir críticamente con artistas e intelectuales, no salía en los libros ni en las películas de los consagrados, quienes siempre necesitaban incluir a una mujer desnuda y torturarla en sus obras, hombres que se cuidaron mucho de qué y cómo contaban las cosas para poder seguir usando a las mujeres, sus corderillos petrificados de miedo, lo que les excitaba mientras contaban cómo las hacían picadillo. Ese tipo de violación era un tipo de tortura muy traumática, porque viene de alguien que te quiere y es en tu casa y además, mejor lo nombro en escena: él llorando porque tenía necesidades muy fuertes de Hombre y no quería hacerla daño pero se lo hacía, y ella forzada a perdonar y dejarse (además de a renunciar a una vida sexual placentera), y él volviendo una y otra vez a las andadas.
         Yo todo eso no lo supe de niña ni lo imaginé. Así nos han protegido las madres, contra su vida. Pero son cosas que hemos sacado a la luz al saberlas para ponerles fin. Lo único que recuerdo de mi padre, ese hombre delgado con aspecto angelical, es la escena de ver enfrente de mí, más allá de las piernas de mi madre, desde el suelo, un cinturón colgante sostenido por él. Sin embargo, cuando ya mujer averigüé que estaba vivo gracias a una sorprendente investigación de mi amor (mi madre había muerto y yo quería que alguien me contara historias de ella), y le pregunté sobre ese recuerdo, el hombre se horrorizó y me contó la verdad: que mi madre era una gitana que le hechizó, que jamás nos hizo daño, que cuando él se marchó fue por mutuo acuerdo y que nos había dejado con la vida material resuelta.
         Mi madre, en su etapa millonaria por su trabajo de vendedora, había repartido felicidad por doquier, como un hada, aunque era una mujer en una sociedad patriarcal donde el machismo y la misoginia eran tolerados, justificados y alentados por el cura, las mujeres de la familia y sin duda, los hombres, que no necesitaban dar explicaciones porque ya las daban los curas y las mujeres de la familia. ¿Siniestro? No tanto, por suerte, no para comernos la vida porque ella transformaba el sufrimiento, el miedo y los obstáculos en vida buena para que pudiéramos crecer mi hermano y yo con confianza y felicidad (Room de Emma Donoghue me recordó este don de la inteligencia humana, invisibilizado porque lo usan a diario para vivir y sobrevivir las personas de los grupos oprimidos en esta violenta sociedad), y así navegamos por encima de ellos, superando ella las situaciones como una verdadera heroína de cuentos que no nos han contado ni queríamos conocer antes del feminismo. Disfrutando de estar viva.

Yo, con un palo del campo, Traveling the World

A los seis años míos, mi madre me envió a un colegio bilingüe británico que había en Madrid. La acusaban de que me dañaría la inteligencia y la lengua, volviéndome loca al forzarme a aprender un idioma cuando aún no sabía el mío. (Reconozco que siempre he sido muy creativa con el lenguaje.) Allí, por mi parte, desoyendo tanta paparruchada, empecé a imitarla en lo de vivir aventuras sin fin, unas de mi imaginación, como que la directora del centro, una bellísima mujer morena con una misteriosa cojera, secretamente calva y con  un afilado bastón de oro negro, asesinaba a las niñas del internado y las enterraba en un jardincillo al que no nos dejaban entrar (¡y no había manera de entrar!); y otras verdaderas, como que te encerraban en la inmensa clase vetusta con pizarra desierto interminable y pupitres como montañas inhóspitas y hostiles si no sabías contar hasta diez de carrerilla, abandonándote así a tu suerte ante todo tipo de monstruos, para luego, con la ansiada luz del día, rematarte, exponiendo en clase tu ignorancia obcecada ante el fingido júbilo de tus compañeras y compañeros; esa humillación pública que conocemos las personas que tuvimos profesoras y profesores que nos humillaban y torturaban física y emocionalmente.
         A mis diez años, después de preguntarme si me gustaría viajar geográficamente a un país anglófono para aprender inglés, y ver yo dónde estaba Australia, y saber por las fotos de los libros que allí vivían aborígenes libres, en chozas, con los canguros, tallando boomerangs y lanzándonos para que volvieran, pintándolo todo incluso su cuerpo con puntitos blancos, y haciendo fuego bajo el cielo inmenso estrellado (ese admirable pueblo originario que seguía vivo a pesar de la invasión inglesa de pobres y convictos trasladados a las antípodas), me envió a Brisbane, en Queensland, con una viuda británica creyente que me buscó un colegio de monjas. Yo no sabía lo que era aquello, hasta que expliqué en clase que no se podía pecar tanto como para tener que confesarse dos veces en semana. Tras un improvisado cursillo parroquial implacable, me confirmaron para sacarme el demonio de dentro, ya que, libre como yo era por ser hija de Carmen Reñé, me atrevía incluso a formular interesantes preguntas lógicas en misa tras el sermón.
         A los nueve meses, tres meses antes de lo acordado, Tita Bunny me metía en el avión de vuelta a casa, con desembarco en Londres. Mi madre me recibió con una peluca afro y grandes gafas de sol (para ocultar las lágrimas), un traje de chaqueta de terciopelo, con la falda larga de tubo rematada por un estrecho volante, con estampado como de utópico leopardo gris y negro, zapatos de plataforma tipo Frankenstein (no creo que fueran invención de Mary Shelley, though) a juego, un paraguas MariQuantPoppins con la cabeza de ave y piedras preciosas en los ojos, y literalmente una cascada de lágrimas que la tiznaron toda la cara y el cuello. ¡Una visión terrorífica para el corto palillo vertical que era yo en el mundo en 1974!
         En los días que pasamos allí, las dos nos comunicamos en inglés, por lo que no noté que había olvidado el español. Entrábamos y salíamos de tiendas para llenar baúles de libros, ropa y discos, hasta que un señor muy serio del lujoso hotel sugirió que nos marcháramos porque yo insistía en seguir investigando la procedencia del hilo musical. Al llegar a Madrid, y abrir la boca para decir hola a mi abuelita, sólo me salió "Hello". ¡Tenía la garganta llena de inglés! Pero el pánico se disipó en unos cuantos días, cuando por fin recuperé mi lengua materna. En realidad no me había abandonado, la tenía toda en la mente, aunque dormida como un tronco por no haberla usado durante tanto tiempo. Ya era bilingüe, lo que sencillamente quería decir que podía nombrar mi mundo infantil en dos idiomas.

 

Epílogo

Hasta aquí he llegado hoy escribiendo. Me he despertado echando sapos y culebras por la boca por tener tres ensayos feministas sin poderlos compartir porque no consigo darlos por terminados. Sin haber tomado el café del desayuno, me ha subido como un chorro esta historia, este cuento verdadero. Pienso en las personas como mi madre, que se enfrentan a todo tipo de cosas malas evitables porque otras personas no saben vivir sin hacer daño, sin acaparar, siquiera atención. Me recuerdo que yo soy de su saga y que conozco a muchas personas que también pertenecen a ella, algunas incluso ni lo saben.
         Es el penúltimo día de las vacaciones de verano del 2019 y no sé si volveré a sacar tiempo y caputobytes para continuar con este texto, que podría ser el inicio de unas memorias personales sobre el aprendizaje y el lenguaje. Hay tanto que hacer de tantos temas que centrarse en algo parece un lujo que hay que posponer.
         En cualquier caso, espero que esta historia os haya sustraído unos minutos del mundo patriarcal, recordándoos que hay otros más reales que no se ven pero que están. Que ubiquemos mejor el pensamiento y nos guiemos por la racionalidad empática para explicarnos las cosas, nombrar y actuar, esa la lucidez en el análisis, esa consciencia, y que nos defendamos como sabemos, creando justicia, felicidad y bienestar. Felices viajes. Felices luchas.

Para leer más sobre mi madre, tengo contadas algunas de estas cosas y otras nuevas en relatos como El misterio de Chihuahua vínculo externo, La historia del chico griego en la playa vínculo externo, Dinero vínculo externo, He hecho croquetas vínculo externo, Un espacio vínculo externo, o mi favorito Bella y la bestia vínculo externo. Están en mi web personal de la web colectiva Mujer Palabra, en la colección de relatos que llamé La saltadora. Relatos feministas vínculo externo.

En inglés tengo el episodio de cuando preguntaba en misa de pequeña, Asking Questions in Church vínculo externo, uno llamado My Mum, the Circus & Family Adventures vínculo externo y uno sobre mis viajes y el inglés, llamado "Traveling, the Forging of a Teacher vínculo externo.

m. renyé 2011

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Publicado en mujerpalabra.net en 31 de agosto 2019