TRANSGRESIÓN E IDENTIDAD EN LA SOCIEDAD PATRIARCAL (primer borrador)
En las sociedades patriarcales, llevamos siglos de entrenamiento en cómo amoldar nuestra identidad a dos cánones fundamentales, ser Hombre y ser mujer según la ideología patriarcal, y este sistema de violencia, como todos los sistemas de violencia, cuenta desde hace siglos con nuestra colaboración. No me estoy refiriendo a cómo presionamos continuamente a quienes nos rodean para que se amolden a lo que el sistema espera de estas personas, lo que también es un problema que precisa reflexión y conversación profunda. Ahora me refiero a cómo nos autodestruimos, y cómo esto afecta a todo el mundo, pues cuando se impone un modelo de identidad no habrá nunca nadie que pueda colmarlo enteramente.
Nos autodestruimos atribuyéndonos fallos, taras, insuficiencias que en realidad no son problemas individuales (no los veríamos como fallo si fuéramos libres, si no pesara en nuestra mente una ideología específica que requiere nuestra condena a ejercer un tipo de identidad particular), que se originan y ejecutan esa guerra a la identidad humana que acatamos inconscientemente y que nos dice, a través en este caso de nuestra propia voz, que no es así como se debe ser, hacer, sentir, pensar, que somos un error.
Así, para combatir la ideología que lleva siglos asolando el planeta, tenemos que negarnos a autodestruirnos personalmente cuando no colmamos las expectativas del grupo o comunidad, sin aceptar la presión de que esa comunidad nos quiere y vamos a hacerles daño, porque hemos aprendido a sentir y concebir como daño algo que no lo es, algo que podría existir en sociedad y ser positivo. Y tenemos que poder hablar, analizar conjuntamente los tabúes o violencias que nos imponemos para poder hallar las formas que nos permitan evolucionar hacia su superación.
Un aparte, por si no se piensa. Está aquí planteado el “lo personal es político” del feminismo, intento de pensar un paso más, seguir evolucionando, pues el tema de la autodestrucción sigue sin disponer de palabras sencillas que nos permita comprenderlo y por tanto, sigue llevándonos por derroteros que no nos ayudan a mejorar la situación, que no es ni biológico ni cultural, y sobre todo, no es necesario que un animal humano tenga que destruir su identidad personal para ser aceptado por el grupo, no tiene sentido, si fuera un problema, si lo pudiera ser, habría otras formas de solucionarlo. Anoto además, y dada la persistencia del tabú patriarcal sobre las mujeres como personas, con inteligencia compleja, sobre lo profundo e invisibles que es la realidad de que desconfiamos por defecto en ellas y peor aún confiamos en los más violentos por defecto, para que nos “protejan”; y anoto a la necesidad de que comprendamos que hay que ponerle fin, no aceptar que estas ideas misóginas sigan habitando nuestras cotidianidades sociales e individuales, enfrascarnos en la tarea de desarrollar aprecio, empezar a entender el valor de lo que este movimiento de rescate de lo humano ha aportado (pues ha requerido y requiere el ejercicio de una valentía y una inteligencia sobresalientes y la riqueza de la experiencia de haber tenido que sobrevivir como mentes humanas en un papel de mujer patriarcal puede ofrecernos ayuda en la comprensión de muchos asuntos para nuestra supervivencia y desarrollo); que no se limita a querer eliminar los papeles Hombre y mujer patriarcales sino que incluye el rescate y desarrollo por tanto de las cualidades y potenciales humanos por modos de vivir que no reproduzcan sistemas de violencia.
La ideología patriarcal se basa en la violencia primera de enseñarnos a autodestruirnos porque así se ejecuta implacablemente el resto del sistema de violencia. Nos empuja a nuestra autodestrucción personal y como especie, y lo hace a fuerza de que neguemos los hechos de nuestras identidades incontables: a que neguemos el talento de esta especie para la imaginación (reflejada en la creatividad de su lenguaje por ejemplo; y qué impresionante sería esa creatividad si la trasladáramos y desarrolláramos por la resolución de problemas en lugar de acatar que todo nos aboca a la violencia, justificada siempre hasta la náusea) y de su capacidad para la racionalidad empática (racionalidad con empatía pues no puede haber justicia sin sentimiento; que la empatía es un rasgo mucho más instintivo o primario que lo que nos fuerza a “comprender” la razón patriarcal, la necesidad de violencia).
A través de la auto-represión, reprimimos al tiempo la vida real de incontables identidades, modos de ser, hacer, sentir, pensar que existen porque podemos sentirlos, imaginarlos, pensarlos; y reprimimos y luchamos en contra de nuestra capacidad para querer, sobre todas las cosas, por pura supervivencia individual y colectiva como mínimo, que todo el mundo pueda vivir con dignidad, con los mínimos cubiertos (como sabemos bien cuando vemos a personas sufriendo la calle o las guerras).
A través de la autodestrucción fomentamos la guerra a la propia identidad, ese machacarnos y cortarnos las alas; y desde ahí, nos capacitamos para ser capaces de tipo de guerras, de todo tipo de violencias hacia las personas, negándole a la especie una inteligencia mucho mayor respecto a cómo resolver problemas, cómo ser, cómo convivir. Condenándonos a este terrible Sistema de violencia que convierte todo lo humano en violencia, sin límite, si se contempla la espiral de violencia del sistema feudal, con su dios religión, al capitalista, con su dios dinero, por ejemplo.
El patriarcado como sistema social que podemos estudiar a lo largo de siglos de historia patriarcal (un tipo de historiografía que ha sepultado la inmensa mayor parte de la realidad humana, por usar el arma de destrucción masiva que es la omisión, aplicada implacablemente con las mujeres y también con las personas en general más valiosas para la especie por ser capaces de ver caminos de construcción y convivencia y no de guerra y destrucción; aplicando sin límite la violencia de la distorsión para convertir lo positivo rescatado para la memoria en leña para la piromanía patriarcal) representa la guerra continua de un sistema social que no le da valor a las personas, sólo a su explotación por los más violentos, y que impone expectativas autoritarias sobre las personas, reduciéndolas a meros objetos para ser utilizados.
Prestemos atención y cuidado a nuestro animal humano, rescatando el respeto por la vida, y por las cualidades asombrosas de que somos capaces frente a la naturaleza: libertad-creatividad, lenguajes noviolentos conceptual e intencionalmente, solidaridad-empatía.