Corregido y ampliado el 23 agosto 2010 – gracias por avisar sobre lo que no se entendía bien! 🙂

El antimilitarismo, si tiene un rasgo claro, es lo masculino que es. Por ponerlo metafóricamente, siguiendo una metáfora de Robin Morgan en The Demon Lover. On the Sexuality of Terrorism (1989), los antimilitaristas son como el hijo rebelde que se enfrenta al padre pero que es tan hombre como el padre y lo va a demostrar, porque en el mundo patriarcal, machista, misógino, pende sobre ellos la guillotina castradora de que quizá no sean hombres, ya que al luchar por su derecho a no usar la violencia renuncian al privilegio fundamental de los hombres en el patriarcado, de todos los hombres sobre el planeta, sean pobres o ricos, religiosos o ateos, listos o tontos, corruptos o nobles: el de poder usar la violencia, y siempre contra las mujeres, nunca serán por esto menos que las mujeres, quienes la tienen vedada, además, culturalmente.

Cierto que en el mejor de los casos, en algunos casos en ocasiones, y en otros, a menudo, se menta “mujeres” y “feminismo” en el movimiento antimilitarista, pero los hombres antimilitaristas, y por extensión -como en los mitos religiosos- las mujeres, no consiguen en realidad entender el valor o lo que es el enfoque feminista en el análisis del militarismo, la guerra y la violencia. Por poner un triste ejemplo, aún recuerdo con claridad prístina cómo un insumiso histórico se acercó a las Mujeres de Negro de “una capital europea” que se habían concentrado en una acción urbana para decirles: “Chicas, esto no sirve de nada”. Frente a la importancia histórica que tuvo aquello en lo que él participó (el movimiento de insumisión español desarrollado en los años 80), esto que hacían las chicas, les echaremos un cable y se lo decimos, no es ni por asomo necesario, la clave de la lucha es muy concreta, chicas, y no lo entendéis: lo que debéis hacer es apoyarnos cuando digamos «No al ejército».

Es un problema. Porque es muy complejo el tema del patriarcado y es muy complejo el feminismo, por tanto. Es un problema mucho más complejo que la idea y acción concreta de negarse a llevar un arma o a matar. Y con esto, claro, no estoy diciendo que eso no tenga valor, pero sí que no está ahí el valor supremo o único, porque las mujeres, por más que un lavado de cerebro de siglos nos haya impuesto, usan el valor y el análisis desde hace siglos. Es uno de esos problemas que las mujeres conocen aunque no sean conscientes de él, de esos que Howard Zinn registraría en una Historia como “sin nombre” (leer 19. Surprises. De su A People’s History of the United States. 1942 – Present). Un problema que en muchos casos se ha encarnado no en debates -–ójala se hubiera llegado a ese nivel, pero no, es “universal” lo ocurrido aquí: lo normal es que un argumento o análisis de una mujer feminista sea percibido no ya con la “sospecha de desmesura” clásica con que se reciben, condena que sufre la gente machista; lo normal es que el análisis feminista de una mujer sea percibido de manera que se olvida el argumento y se piensa en lo antipática o desagradable o incómoda que resulta esa persona que lo emite; lo normal es que jamás sea percibido en sí mismo, o como inspiración siquiera para la construcción conjunta de ideas–; un problema que se ha encarnado, decía, en que las mujeres hayan decidido constituir grupos de mujeres antimilitaristas, o pacifistas, o ya, por intuición y/o solidaridad con las mujeres por vivir en un mundo de violencia impuesto por el sistema patriarcal, en grupos que luchan por pedir la paz (grupos que incluyen, como en el movimiento de Mujeres de Negro, a pacifistas que tienen un análisis político, antimilitarista y sobre todo feminista, de su rechazo a la violencia, a mujeres que creen que el hecho biológico de ser mujer les lleva al rechazo de la muerte a favor de la vida, a mujeres que creen que el impacto del sistema de género patriarcal les lleva a rechazar la violencia por conocerla bien y estar hastiadas de ella, a…).

Yo, al menos, lo que he observado y conocido siempre es que como escenario mejor, a “las chicas” se las deja un espacio, que los hombres no pisan más que ocasionalmente, y nunca para debatir y trabajar conjuntamente, ni para interesarse por incorporar lo que allí se genere al resto, sino para cosas prácticas que nada tienen que ver con el análisis. Y que cuando “las chicas” se han marchado, no ha habido preguntas ni reflexión, y cuando han formado sus grupos, tampoco. En casos menos sangrantes, se le ha agradecido y reconocido a activistas mujeres su participación, pero no en aquello aportado desde el análisis feminista, sino en aquello que viniera bien a su enfoque de lucha antimilitarista, como se ha hecho siempre con las mujeres en las guerras, aprovecharlas, ahí, dejar de verlas como objetos sexuales, para llamarlas iguales, y luego, una vez terminada la necesidad, devolverlas o ignorarlas.

Esto es sólo un ejemplo para intentar dar idea del problema: cómo decirles «¿no veis que estar orgullosos de las mujeres por haberse dado cuenta de que la cuestión resistir a la conscripción también les concierne, y jamás haber hecho el paralelismo con el tema violación, tratado por las feministas únicamente, dice algo importante sobre el impacto del machismo en nuestro interior, impacto que afecta a cómo se concibe el antimilitarismo?

Con todo, creo que ha habido progreso, quizá más del que yo percibo, quizá igual o menos, pero a mí sigue pareciéndome que muy lento, muy escaso, respecto a lo que suena la palabra «feminismo» en este movimiento, y con respecto a todo lo que se ha desarrollado en el feminismo, un movimiento que jamás ha preconizado el uso de las armas para desbancar a quienes están en el poder: pobre el aprendizaje a analizar desde perspectivas feministas (tanto hombres como mujeres no feministas en el movimiento), el que se haya incorporado los análisis feministas a los análisis antimilitaristas. El machismo es algo muy hondo, y sin autocrítica, y sin educación, sin un esfuerzo consciente y activo, no se alcanza a controlar ni en grados mínimos. Cualquiera que haya trabajado su machismo interno, como las propias feministas, sabe esto. Convendría que lo supiera más gente, sobre todo en el mundo del activismo.

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