No sabes quién soy. Y no es porque «ni yo misma» lo sepa. No es porque yo carezca, me equivoque, no sepa… Estoy viva y aprendo, porque respiro y evoluciono. Cómo es que sabes qué pienso, que soy, al punto que lo sabes, con esa convicción.

Y cuando digo que toda la mierda que combato en el mundo la llevo dentro significa algo inteligente, real. No es una frivolidad, una tontería. Soy todo lo que las culturas humanas me imponen, y lo que elijo de las culturas humanas, y lo que imagino y lo que puedo llegar a ser. Entiendo que no entiendas, hay que esforzarse un poco, en lugar de subestimar a quien se expresa.

Pondré un ejemplo: soy misógina por tradición, pero he sido capaz de comprender los derechos humanos, por lo que respiro yo y por cómo pretendo tratar a otras personas, por lo que he sido capaz de desarrollar inteligencia feminista, lo que siendo misógina y siendo capaz de ser pensadora feminista resulta que arroja una «opinión» excepcionalmente «informada», no desde la teoría de la tradición en evolución teórica desde el poder y el estatus, desde eso que contengo a pesar mío y desde las ideas y las vivencias y cómo las vivo y pienso e IMAGINO, desde la realidad construida social, la realidad construyente individual y los ideales. Por eso mi comprensión del mundo tiene profundidad y es importante para la especie. Y esto nada tiene que ver con la identidad del poder y estatus, esas biblias que se imponen a quienes necesitan estatus que les diferencia de la masa anónima.

Epílogo

Relacionarse con la gente es ser una mosca atrapada entre cristales, siempre golpeándose contra los límites de identidad que te impone todo el mundo.

Por eso la gente que necesita la libertad como necesita el aire acaba retirándose de las relaciones. No hay quien aguante tal afán de no escucha, de no convivir, tal obsesión por decirle a otra persona lo que es y no es, lo que debe ser y no debe ser, hacer, decir. A confundir, lejos de aquí.

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