Socialmente, los hechos son rotundos: la sinceridad, la honestidad, en sus mejores aplicaciones, son evitadas, atacadas, machadas. ¿Por qué entonces habría que aspirar a ser personas sinceras, honestas?

Que socialmente nos vaya mal no implica que en relaciones más personales ocurra lo mismo. De hecho, hay personas que se sienten atraídas por rasgos que la sociedad condena.

Además, para la salud de la inteligencia, ¿no es acaso mucho mejor moverse en el mundo de la sinceridad y la honestidad en lugar de en mundos donde se aceptan, toleran, alientan actitudes y tipos de relaciones basadas en lo contrario? Como poco, lo primero simplifica las cosas, y no hace perder tanto tiempo en las trampas de la confusión.

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