Una razón más íntima para escribir, pero inevitablemente social también, y la parte de escribir que conlleva un esfuerzo a menudo doloroso y una batalla campal, en breve, un sufrimiento en muchos grados, es cuando parece o constatas que no se entiende lo que dices. Que hay distorsiones, continuos movimientos distorsionantes, y ay la desconfianza adoctrinada en las venas de todas las personas.
Entonces lo intentas, explicarlo, por miles de vías, posibles, medio posibles, imposibles, improbables, increíbles, literales y metafóricas, inconscientes, dogmáticas, pero siempre esforzadas en extremo, aunque escribas a gran velocidad, y tires y taches, y olvides para poder volver a intentar decirlo, radicalmente, para poder volver a empezar como si nunca lo hubieras intentado, siempre buscando la inocencia total y el puente, lograr entrar por esa puerta inconmensurable de la comunicación.