Lo escribo para no olvidarlo, porque ciertamente, en general, tengo bastante tendencia a no ocupar mi mente con recuerdos de procesos que demuestran la mezquindad humana, y cómo las guerras se ven en esos pequeños detalles del interactuar diario con todo el mundo.
Un superior jerárquico mío en el trabajo me denunció a otro superior por amenazarle con una botella de agua. Esto era falso (yo estaba hablando y dada la discusión y que me venía una migraña, tenía la boca muy seca y necesitaba beber, abrí mi botella de plástico de agua que siempre llevo encima por profesión, pero no podía beber porque estaba hablando y gesticulando), pero él es varón directivo y yo soy una mujer y honesta. No me defendí ante el superior (o bien, sí, pero no denunciándole a él, sus errores y abusos, sino presentando un dossier de mi trabajo, que era impresionante). No pudieron abrirme expediente, a pesar de que no me defendí en ese sentido en que se entiende «defenderse». Y eso que el jefe había dicho que tenía «testigos».
Meses después, cuando por una circunstancia laboral, por altruismo (por eso no quiero que esto se me olvide, porque no debo jamás más hacer nada por altruismo entre estas personas) me ofrecí a seguir ocupando el cargo que me había impuesto ese jefe (porque algunas personas no habían querido ocuparlo justamente porque él era el superior y) porque se podían producir situaciones laborales muy negativas por unas circunstancias en la convivencia en el trabajo, en lugar de anotarlo como posibilidad para decidir luego, confundiéndose con sus sentimientos, que son muy fuertes y le impiden razonar a favor del bien común (o quizá es que no le llega la inteligencia, no lo sé, yo siempre pienso que la gente la tiene, aunque no la use; pero como es Varón, eso no lo nota nadie, o si lo notan, no lo quieren saber; si fuera una mujer ya estaría todo el mundo hablando de que se pone «histérica»), se atreve a decirme que «Tendremos que hablar» (si decide aceptar que yo tengo algo valioso que ofrecer), es decir, que tendrá que aclararme algunas cosas si es que yo voy a recibir el honor de ocupar un cargo que no quiero y al que me ofrezco por un análisis para lograr que la cuestión de convivencia se pueda reconstruir. Esto para él es que tendré que ir a su despacho donde me dirá frases como nos dijo a todo el mundo, aunque presume de ser progresista y alguien que jamás maltrataría a nadie, tipo «No toleraré». Y cuando le respondo que yo no tengo que hablar (porque la trampa es que lo llama «hablar») porque él ni se ha disculpado (por denunciarme por algo falso, algo tan grave como presentar a una persona como una loca peligrosa; y no hay antecedentes de que en mi profesión algo así lo haya hecho ningún tipo de jefe ni con los graves casos que algunos varones protagonizan, como ni presentarse en el puesto de trabajo nunca), se atreve a decirme –así que ya veo su peligro extremo (se cree sus mentiras)– que ¡¡yo no me he disculpado por amenazarle con una botella! 0_0 ¡¡Es que la gente no tiene conciencia!! ¿Y qué hace todo el mundo? Guardar silencio absoluto (aunque probablemente sólo conmigo).
Menos mal que sé mantenerme en pie sola.
Tiene crimen de cobardía extrema acusar a una persona mujer de algo que culturalmente se interpretará como «loca peligrosa». Tiene crimen de misoginia, es decir, es extremo en su desprecio a la persona. Esto es violencia de género, la violencia estructural misógina, donde se percibe como gran violencia llamar «sinvergüenza» una mujer a un hombre que ha hablado de ella como loca peligrosa, y la idea de loca peligrosa no se ve, ni se reconoce, ni se vería tan grave como llamarle «sinvergüenza» a un abusón.
Le llamé «sinvergüenza» y espero que me denuncie por eso también, al menos será algo cierto.
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