A menudo he deseado que hubiera más gente dando clase como yo, porque así no tendría que hacer el esfuerzo ingente que hay que hacer siempre en los primeros meses del curso (luego ya estás con carrerrilla, no es que sea menos esfuerzo, pero cuesta menos).
En general, no he podido creer que yo fuera muy diferente del resto de las personas, pero lo cierto es siempre me han marcado un espacio aparte (finalmente siempre algo lejos), porque no se me podía fagocitar o pinchar en el terciopelo, hasta hoy, nunca en ningún grado (si he hecho cosas contrarias a lo que me convenía era por alguien o algún ideal, no por masoquismo o incapacidad de resolución); que dada la incomprensión encontrada, en tantos grados y formas, de gente tan diversa y que me quería y no quería de maneras tan diversas, diría ahora que siempre habría deseado que hubiera más gente de mi tipo, porque así no habría tenido que enfrentar tanta incomprensión, lo que es decir, tanta violencia disfrazada.
Ser como soy me ha traído aquí, con sus esfuerzos, lucideces en la oscuridad y la tormenta, y algo de suerte, y lo cierto es que sigo, como siempre, considerándome afortunada, a pesar de que años de esfuerzo titánico cansan o queman algo, pero nunca olvido que estoy viva, y que (¿contra todo pronóstico?) vivo feliz en todo lo que sólo depende de mí y de mi vida personal, y de ahí, siempre pienso que soy alguien que debe darle a la sociedad algo tan bueno como lo que recibo. Todo es siempre tan complejo y aparentemente tan contradictorio.