GATITAS Y GATITOS. La gata o gato que venía el año pasado, que bufaba siempre, a la mano que le daba de comer, que sin duda siempre era bienreciba, gatita traumatizada profundamente, por todo, probablemente, la brutalidad de la vida «natural» y la de la especie humana, no ha vuelto, y tenemos la certeza de que ha muerto. Y quizá por infección, como cuando se pelean por territorio, o porque estaba malita, la útima vez que vino fue a vomitar, casi no comía ya, o por el verano y la gente veraneante. El caso es que ahora ha dejado un vacío. Al tiempo, la vida sigue y han llegado dos más. Uno/a, blanco/a y negra/o, nos esquiva, el tigrín no, es muy grande y pienso que es macho, y es viejo, y le cuesta comer las galletitas, y aunque seguimos la política de no hacerles tener que relacionarse con noses, el caso es que la otra noche me pidió caricias, estaba feliz, había comido y estaba disfrutando la tranquilidad del momento. No hay nada como saber lo que no es para saber lo que es.
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