Por michelle renyé (febrero 2019)
Ella tenía miedo, como cualquiera; y deseaba poder vivir tranquila, haciendo sus cosas, como todo el mundo –eso que no se les permite a ellas porque su obligación es estar pendiente de la existencia del Hombre.
Con la primavera, germinaba su universo de ideas y amor; en otoño volaba como las cálidas hojas y hundía las raíces para lo hondo; como el hogar en invierno danzaba y daba calor; en verano transmitía noche de jazmín y grillos y día de pinares de libertad de otros mundos.
Podía crear vida donde acaecía agua estancada, páramo, pozo de muerte. Podía disfrutar de su vida interior, como una niña tendida en una rama o mirando nubes; podía caminar descalza por caminos a mundos ignotos y por descubrir, porque sabía colocar las plantas y distribuir el peso, sabía observar su derreror como una artista o una científica. Sentía asombro y felicidad en la compañía de otros seres vivos, incluidas las personas, y se llenaba de sus historias, existencias, cualidades, lo que jamás la dejaba indiferente o idéntica.
Si bien educada para autodestruirse, como peligrosa amenaza al Mundo Violento, Ella tenía la visión de las cualidades y el potencial de las personas, sus hermanas, y sabía crear espacios para el apoyo mutuo y la colaboración, para que cada cual pudiera encontrar otra imagen en sus espejos, y constatara el poder inmenso de crear vida buena en comunidad. Tenía la visión de por dónde se podía abrir camino, resultara o no que se encontrara el nacimiento de un río o un campo de frutales. Veía con la claridad del agua en el nacimiento de un río, esa claridad del átomo y la célula, ese bosque, esa selva, ese lecho marino, esa atmósfera. Ese juego de bacterias, amebas, algas, esponjas, medusas, hongos, líquenes, musgos, helechos, ese viaje en el tiempo atemporal.
Conocía los abismos del pánico y el terror, provocados no por el dolor de la vida amenazada por la enfermedad o la muerte, sino debidos a la irracionalidad y la violencia de los hábitos y las costumbres, esos comportamientos, desatados, sádicos, masoquistas, insensatos, cobardes, descerebrados y a veces incluso bienintencionados. Podía llegar a contener el sufrimiento, el pánico y el dolor, por puro amor a quienes la rodeaban, y lo transmutaba en las formas de la belleza, el humor o el razonamiento abstracto –no siempre pero sí muchas veces.
Su creatividad, su mente buena y poderosa de vida, la permitía encontrar conexiones y vínculos, y también separaciones que sanan. Encontrar proyectos, soluciones a diferentes problemas, siquiera para reducirlos y convertirlos en algo abordable, incluso capaz de facilitar la convivencia.
Sabía razonar empáticamente, algo raro y excepcional en su especie, e incluso podía hacerlo ante diferentes tipos de obstáculos. Sabía levantarse de un tropiezo, de un error, de un golpe masivo o cobarde asestado. Ciertamente, esto siempre entrañaba riesgo: con cada esfuerzo titánico, no de creación sino de defensa de la vida, la tierra bajo sus pies se consumía un pco, como el hielo que acaba fino y transparente y se quiebra un día, abriendo la grieta de la última posibilidad de luchar por tu vida.
Amaba vivir, lo que significa que amaba el proceso, el camino, la transición, el estar ahí, y una vida de aprendizaje le permitía crecer como una higuera cuando estaba en buena compañía, esos árboles que sostienen la tierra y dan aromáticos frutos dulces. Sabía también controlar el miedo cuando estaba sola y era centro del odio, en todas sus manifestaciones: las pequeñas mezquindades, el triste y poderoso darle la espalda a la defensa de la paz y la justicia, los mordiscos en los tobillos para hacerla caer, siempre a escondidas o aprovechando la confusión, las salvajes acusaciones falsas de desobediencia, insumisión, brujería, esos venenos de centenaria tradición.
Por qué a Ella podrían quererla tan mal algunas personas.
Mirar la realidad humana y mirar el mundo prevalente aporta diferentes tipos de información, y la primera no consta en ningún libro de historia, sólo en las voces no reconocidas, en el arte que nos robaron, en la investigación que no se quiere cultivar.
Tenemos, sin duda, lo que la mayoría, con su silencio y con sus jaleos en jauría, tolera y perpetua.
Es importante saber quién eres y cuál es tu saga.