UNA SIEMPRE SABE
I
Que las mujeres se llamen Hombre es síntoma
de irracionalidad y violencia, del odio del Sistema a nombrar
la realidad humana. Es cultura de violación de tu nombre,
un dejarse, para salvar una vida secundaria.
Aceptar la falta propia de respeto: no nombrarse
perpetúa tu boca manchada, tu voz estrangulada,
las magulladuras del cuerpo siempre feo o incapaz.
Es ningunación de una vida de cosa que se usa.
II
Aceptar ser enemiga de tu palabra es aceptar
la insignificancia a que te condena la jerarquía de la tara;
siglo tras siglo, no desarraiga la raíz de distorsión,
no hace visible el esfuerzo y la visión titánicas, nuestros hechos.
Aparecer en la foto del homenaje de la hilera, los cinco minutos,
sostener unos segundos el micrófono, descomprimirte un poco
al ocupar tu asiento, pagarte tú la ropa que es disfraz
es promoción –de renuncia, mutilación, genocidio.
Sin nombre, el espejo está velado, no puedes mirarte, re-conocerte,
el mundo se agolpa de palabras ajenas, reingresas, Sísifa,
al claustrofóbico lugar del Eterno Emparedamiento
tras el actor principal de esta obra falsa, torcida, malsana.
III
Sin poder nombrarte, no cambian las conexiones neuronales,
no se hace trizas la forma y el rumbo, no entra la luz,
el aire no se renueva, el universo no se expande.
¡Nómbrate de acuerdo a tu imaginación y semejanza!
¡Limpia tu mirada y contempla lo que te rodea!
¡Busca nuestra memoria, ahí está!
(Camino descalza. Poemas políticos, de michelle renyé)