No es a Maruja Mallo, con toda claridad, sino a C.
Personas que querían volar lejos de la familia
y que como un yoyó invisible
de una única tirada trágica
volvían,
para quedar encajadas alrededor de la mesa camilla.
Me pregunto ahora si aquella vida que salía de sus manos creadoras
(fue mucha y parecía inteligente)
no era más que imitación, cosas vistas
en los libros de arte de los hombres,
escuchadas a ellos,
desde la banda inexistente del espacio de ser niña,
cosas anheladas y siempre sabidas ajenas
debido a la Razón genital que determina
naturaleza,
sueños y aspiraciones y sobre todo,
quiénes no pueden tenerlas.
Sabiduría, en cualquier caso, de las titánicas cobardes también,
que salían de casa
sin intención de implicarse en la vida,
sólo jugar a vivir,
disimulando que no pensaban jamás
abandonar su sitio,
ese nido protector suicida,
ese espejismo mortal.
*
Me pregunto
cómo es que la gente se afana por acumular
mentiras estructurales como imponentes catedrales,
miradas migajas susto en mirar a fondo y fresco,
en cuartos que convierten en trasteros,
recintos forzados
a altar voraz de la familia.
La mentira de la seguridad no tiene inteligencia.
Es miedo puro, falta de respeto pura
por una misma,
parturienta perpetua obediente
de regateos contra una misma,
con ese odio
misógino
que las mujeres saben
tan naturalmente ejecutar
siglos después de haber olvidado
que antes de aprender obediencia ciega,
a echar piedras y ácido sobre su propio tejado,
a ese voluntarioso saltarse los ojos y reír que es la cebolla,
vivían aterrorizadas.
Analfabetismo patriarcal radical y conveniente.
Adoctrinadas al fin
como el hierro bajo el martillo sobre el yunque
sobre el valor del Hombre
y su propio no ser nada, el de ellas,
pariendo, así, lo ajeno: lo ordenado
en este Universo Crueldad:
el desprecio propio sin fin, insistente insulto mudo,
bien doblado y guardado bajo el mantel,
consumiendo su genio y su potencial en el brasero,
escuchándose continuamente el salmo
“No hay más amor
que el de la misma sangre”.
Adoctrinadas al fin, perpetuando el Universo Crueldad:
el desprecio por las otras,
bien anunciado al mundo, finalmente,
cuando tiran las máscaras al fin de la verbena
para cerrarse tras la puerta casa,
cortar toda comunicación con el mundo,
y recogerse en la eternidad inmutable
del festín y la digestión familiar.
*
Sin embargo, ante mis ojos fue lo que soñaban,
Lo vivimos y lo compartimos,
lo generamos y lo creamos.
Lo malo de la bondad
es que expone las mentiras,
por eso siempre prima
la ejecución,
incluso cuando la sorpresa
precipite un abrazo.
Podría decir: Gracias por hacerla silenciada.
Pero sería caminar en sus zapatos de lazo y trampa.
Hay que tener mucho valor para quedarse en un cuarto aireado
porque con la entrada de la luz, todo se ve
y todo cambia.
Ay que haber querido muy poco a las personas
para que lo único que importe y se valore sea
permanecer sentadas
con las otras únicas receptoras de su respeto,
las que saben que son lo que no dicen ser.
Constructoras de retratos, visionarias:
“captado tu vacío interior, tu carencia”.
Pero no era La Ella, era lo que sabían
que iban a hacerla;
era, más bien,
lo que sabían que iban a hacerse.
Esperemos que arrecie la furibunda primavera
y os restaure los ojos que abatisteis
y os arranque y lance lejos
de vuestros muertos y de vuestros vivos,
los dominantes y los que juegan a
no dominar.
Toda mi furia para que esto pase
y seáis arrastradas al Pacífico,
entregadas al mundo sin reglas del respirar profundo,
rojo palpitante,
el mundo real del arte y la vida.
Una vida de amigas
hubiera bastado.