Estoy leyendo la autobiografía de Charlotte Perkins Gilman, la biografía de Claire Tomalin sobre Mary Wollstonecraft (hoy 1 de septiembre, leo pasmada el capítulo 3, documentado, sí, pero mediado por la ideología patriarcal) y el estudio de David Harrison sobre qué perdemos cuando perdemos una lengua en el planeta, titulado When Languages Die. The Extinction of the World’s Languages and the Eorsion of Human Knowledge, libro que debería traducirse, pienso, y del que iré traduciendo cachos para Mujer Palabra.
Visualizar la impresionante lucha de las dos mujeres por poder vivir como seres humanos y no como mujeres objeto patriarcales (el poder de crimen de humillación que tiene eso, además, y cómo se siente al leerlas e imaginarlas), que es lo que ha hecho la sociedad y sus poderosos con la especie, es algo que llena de tristeza y rabia, o sea, que puede conducir a la depresión, algo parecido a lo deben sentir las personas que hablan una lengua abocada a la extinción, porque usarla les excluye de la sociedad.
Pues bien: esta combinación de información e ideas, al entrar en mi imaginación, me llevaron el otro día a hacer un ejercicio difícil pero muy interesante, sobre el que pienso ahora a ratos, para ver si puedo escribirlo para compartirlo.
Se trata de sustituir la idea «extinción de lenguas» por «uso de lenguaje sexista». Esas ideas, al menos, si no esas palabras concretas. Esto me lleva, claro, a la idea de que desde la inteligencia feminista se tiene que producir un análisis (buscaré si hay, que los habrá, espero!) que describa los daños para la especie de que se haya excluido del lenguaje en calidad de seres humanos a lo que el Sistema considera «las mujeres».
No es la primera vez que leyendo me surge un ejercicio similar. Me pasó mucho leyendo a las feministas no blancas, pues casi sentía que había cosas más próximas a mis análisis que lo que leía en algunos análisis de feministas blancas. (Y de nuevo, «blanca» y «no blanca» es nomenclatura del sistema que nos gobierna, no mía.)