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Algo que me parece evidente a esta edad, es que para ser capaz de CONFIAR, algo que te proporciona muy vida fundamental buena, es necesario ser capaz de asimilar sin esfuerzo, con curiosidad y alegría, con espíritu explorador de conexiones e inspiraciones, que OTRAS PERSONAS piensas sus cosas de todo y que eso no es una guerra, una ofensa, como impone la sociedad patriarcal con su milenaria mente obtusa que nos niega lo mejor de ser personas, humanas. Por ejemplo, con eso tan básico que es que te importe la gente, la convivencia respetando la libertad de identidad, de imaginación y pensamiento y de elecciones de las personas. Cómo se desprecia eso tan básico y bueno, cómo se percibe como algo intolerable, a corregir expeditamente! Desde la infancia, pobres personas pequeñas! Lo mejor que puede pasarte es que crezcas con márgenes de libertad y respeto, y eso no se facilita nada en esta sociedad. Tienes que tener a gente alrededor valiente, con visión y comprometida con los mejores rasgos humanos. Que entienda que el respeto propio va vinculado por el respeto al afuera. Y que no se líe con esa maravilla de la inteligencia que es el pensamiento crítico, tan positivo. Lo que suele ocurrir en la sociedad que es tan ideológicamente patriarcal y no se ve a ese nivel de profundidad, porque se cree que es así el mundo, es que se alienta lo más mezquino y violento, lo más belicoso, aunque para sobrevivir lo robe, lo use, distorsionándolo perversamente. Confiar es amar el afuera y darle posibilidades de desarrollo, de desarrollar por ejemplo lo que esta cultura nos niega, y persigue, y destroza. Confiar es saber que tú misma llevas esa cultura dentro y tienes que vigilarte y respetarte lo humano, que es incluso más que lo cultural, y que también llevas dentro. Pero para confiar hace falta mucho amor y mucha libertad vital o mental. Y bueno, está claro que no nos portamos de formas no autodestructivas, que no hemos resuelto como culturas cómo hacer con la gente que se porta con violencias e injusticias, y que hay que alejarse, después de darle la posibilidad de que pueda ser de otro modo, porque hay mucho que vivir y explorar y aprender y transformar y sólo tenemos esto, una vida. Lo que yo no entiendo es cómo puede ser que tanta gente acepte vivir con tantas violencias e injusticias reproducidas en su vida propia, es decir, no digo la que nos impone la sociocultura, sino las que reproducimos por no saber ver, por esa forma de superstición de que lo más eficaz, lo único posible, es esta degradación de lo que podemos ser individual y colectivamente. Bueno, con este pensamiento me he despertado. Feliz de no encajar aunque cansada por lo absurdo de la autodestructividad de la opción sociocultural.

A la gente curiosa, con afán de aprender y mejorar, se la malinterpreta mucho. Sencillamente, culturalmente, no se puede creer que algo pueda hacerse por eso tan fundamentalmente humano como es la curiosidad, el afán de aprender y mejorar.

Lo malo no es la malinterpretación: eso podría corregirse preguntando, escuchando, confiando en la respuesta, que no es tan difícil de entender ese tríada de afán, tan humana. Lo malo es que esa malinterpretación está asociada en las culturas patriarcales a ejercer automática algún tipo de violencia, la más invisible, la que educa en que no se tenga curiosidad, ni ganas de aprender ni de mejorar.

Llamo ‘política’ a la capacidad de convivir aportando al bien común (ejerciendo la empatía, el altruismo) y respetando la libertad individual (ejerciendo el respeto a tu particular identidad).

La inocencia está mal interpretada (distorsionada) por la cultura patriarcal, tan obsesionada en promocionar e imponer las peores cualidades de las que somos capaces las personas para su construcción y perpetuación de un mundo de innumerables violencias, enemigas de la inteligencia.

Un hecho a la mano de cualquier persona, que construye política y combate el sistema, es la capacidad de plantearse una acción desde la confianza en las otras personas. Esto no equivale a ser boba. Equivale a no dejarse atrapar por los valores del sistema (patriarcal). Equivale a entablar una lucha radical que si equivocada no habrá generado violencia. El sistema nos enseña a desconfiar. Y como es un sistema basado en falacias biologicistas –es decir, mentiras que nos dicen que todo esto es «natural» lo que además se usa como sinónimo de «inevitable» (como esa forma de tortura de género que es la violación en el patriarcado)– nos enseña que desconfiar es lo que nos ayuda a sobrevivir en el medio. Nada más lejano a la realidad humana. Ha sido la colaboración y la empatía y sus formas (la solidaridad, el amor) lo que nos ha proporcionado los hechos humanos de más valor para cada persona y para el conjunto, además de para el planeta que nos acoge, con todas sus formas de vida (que además, demuestran que la vida no puede ser reducida al sistema patriarcal de sexo ni de género, tan patéticamente bíblico o irreal, contrario a la realidad).

Aunque una persona crea que las otras reaccionaran de manera violenta, en lo que hay que trabajar el «problema» es en cómo poder confiar protegiéndose (si hemos constatado en nuestra experiencia -y no por lo que se oye- que la gente tiende a comportarse con violencia en general, con o sin «motivos»), y no en renunciar a confiar y acatar el orden de la guerra.

Confiar es honorable, contiene la dignidad humana. Las actuaciones desconfiadas ante los comportamientos de las personas, por muy fundamentados en experiencias anteriores, conllevan una reducción de libertad, un acatamiento de un orden del mundo que es patético por basarse en la falta radical de inteligencia, del uso del potencial humano para ese universo de inteligencia al que el sistema nos fuerza continuamente a renunciar.

Vivir sin confiar no es vida, no protege casi nunca de nada, y además no proporciona todo aquello a lo que se renuncia cuando se opta por desconfiar. Por otro lado, confiar no condena a la estupidez. Vivir es aprender y eso incluye aprender a cuidarse, y aprender a cuidarse no equivale a vivir desconfiando, sino, sencillamente, aprender a cuidarse y aprender a confiar.

Por eso deberíamos dejar de transmitir a todo el mundo, que es sobre todo transmitir a esas esponjas que son las personas pequeñas, que «sólo tu familia» te ayudará, y demás frases como poco falsas para la inmensa mayoría de los casos.

Deberíamos transmitir que es bueno confiar, prestarle atención a la vida, a las personas, aprender, para mejorar, y siempre confiando, en nuestra capacidad de aprender y en nuestra capacidad de relacionarnos como seres empáticos capaces de cosas buenas.