Hay problemas sin solución, y uno propio es mi relación con los cumpleaños: puedo imaginar que quizá a una persona pequeña (pero me pregunto, ¿todas?) pueda llenarla de amor estar rodeada de personas que la quieren y celebran su nacimiento, deseándole cosas buenas, dándole besitos y encima regalos! y comiendo cosas ricas ese día y tomando bebidas especiales. Pero yo no soy una niña y no podría sentirme así (si es que sienten así, que puede ser que sí). Me intimida la idea de ser el objeto de todas las miradas al mismo tiempo, ser la prota de «mi día». Entre personas adultas, lo bueno es que todo puede ser bastante ordinario. Me admira, con todo, que se atrevan, pero les he visto llevar una caja de bombones y ofrecerlos. A cambio reciben felicitaciones. En fin, ni esto, no, a mí, que tanto me gusta celebrar cada día, esta celebración me intimida. Cuando era joven y expliqué esto a mis relaciones ocurrió que pensaron que se me pasaría organizándome una fiesta sorpresa. Por qué el ser humano piensa que cuando dices «No me gusta eso» estás pidiendo que te lo hagan tragar es algo que sé explicarme. Respecto a aquella fiesta, escapé, y sin duda me abrió una brecha con esas personas, que no querían o sabían escuchar cuando lo que oían era tan contrario a la tradición y las costumbres. Por eso, después de esto, que ocurrió hace más de 30 años, no volví a decir cuándo cumplía años.

Hoy cumplo medio siglo en el universo y como existe Internet, que proporciona formas alternativas para la socialización, me he atrevido a compartirlo. Es cierto que llevo todo el año 49 revisando cosas en mi cabeza, y que así seguiré este año 50. Porque quiero pasar los próximos 50 años más propia si cabe, más libre, y sufriendo menos, pasando menos penalidades al menos con la gente.

No ha ocurrido lo que me auguraban las personas estrechas de miras, desde la infancia, en la adolescencia, en la universidad, fuera de allí, siempre, ¡siempre!: «cambiarás». He aprendido mucho, y evolucionado, pero no ha cambiado esa esencia vital de necesitar la libertad para respirar y latir, esa lucha contra la injusticia, a favor de las cosas. Eso que tanto generaba que te dijeran: «Ya se te pasará» no ha pasado. Sigo aspirando a la luna, o siendo «anarquista» como dijo con pesar un profe que tuve, augurándome una vida «problemática». He vivido una vida intensa y de lucha contra la imposición. No era una cosa «de juventud». Es una cosa de derechos humanos, derechos de vida. Habrá a gente que eso le pase sólo en la juventud, pero ése no ha sido mi caso.

Lo que sí es cierto es que no me he casado (ahora que lo pienso), pero eso no ha significado que no haya conocido el placer (por la parte de sexo que tiene casarse, ¿no?), que no haya experimentado la felicidad en una relación monogámica, o que no haya sido capaz de comprometerme en proyectos altruistas (que tener hijxs no es el único proyecto de vida posible). No es casarse, al menos, para la mayoría de los casos, pero es que yo no he querido casarma nunca. De hecho, quiero a mi amor cada día. No sé mirar más allá.

Tampoco he querido tener hijas o hijos y por suerte, no los he tenido. Y por más suerte, la persona de la que estoy enamorada tampoco ha querido tener descendencia. Así que feliz en ese tema tan lleno de trampas. No hay un fondo de tristeza o vacío en mi mirada respecto a esto. Y cuando saludo a las nenas y los nenes mi cuerpo no me manda mensajes de querencia, ni mi emoción, ni mi cabeza. Me asombran las personas pequeñas, simplemente.

Mi relación con el dinero se ha mantenido mala, entiendo que algún problema tengo, pero hay una directriz vital con sentido: nunca he conseguido darle suficiente importancia al dinero, y ya sé que ser vagabunda, y pobre, no te cambia esa falta de querer. Sencillamente sufres cosas físicas, y mueves el culo para ganar dinero para no pasarlas, pero eso no equivale a concebir tu vida en torno al dinero, concebir todo lo que haces en función del dinero, y lo que puedes hacer con la gente. Sin dinero se puede hacer muchísimo, y sobre todo, vivir (y dos de mis favoritas: conversar y tener orgasmos). Que nuestras sociedades nos impongan tener que tener algo de dinero no debería llevarnos a esos extremos a que llega tanta y tanta gente, por dinero.

He conseguido controlar mi violencia y aprender a procesarla desde la acción noviolenta, creativa y a menudo incluyente de humor. Por eso sé tanto de la violencia y de la noviolencia. Además, tengo un profundo análisis sobre el tema desde la inteligencia feminista, lo sepa contar o no. Y si tuviera tiempo un día, debería escribir sobre esto, la verdad.

He sobrevivido al sistema educativo, en la guerra y en la paz. Sobrevivo día a día en un mundo donde el patriarcado impone sus violencias de pesadilla, desde La Familia a las Corporaciones, siempre desde las más brutales a las más retorcidas y disimuladas.

Y aunque haya días bajos, básicamente, sigo disintiendo, y luchando amorosamente, por amor.