Vivir sin confiar no es vida, no protege casi nunca de nada, y además no proporciona todo aquello a lo que se renuncia cuando se opta por desconfiar. Por otro lado, confiar no condena a la estupidez. Vivir es aprender y eso incluye aprender a cuidarse, y aprender a cuidarse no equivale a vivir desconfiando, sino, sencillamente, aprender a cuidarse y aprender a confiar.

Por eso deberíamos dejar de transmitir a todo el mundo, que es sobre todo transmitir a esas esponjas que son las personas pequeñas, que «sólo tu familia» te ayudará, y demás frases como poco falsas para la inmensa mayoría de los casos.

Deberíamos transmitir que es bueno confiar, prestarle atención a la vida, a las personas, aprender, para mejorar, y siempre confiando, en nuestra capacidad de aprender y en nuestra capacidad de relacionarnos como seres empáticos capaces de cosas buenas.