Para un punto crítico (inteligencia feminista), ver anterior: cap. 2 (2) – Ir a Página Lecturas de Lingüística con posts

Copio citas que deberían ser de conocimiento general, para que así dejáramos de escuchar las tonterías que dicen personas que no saben nada de lingüística aunque hablen su idioma materno, y personas que habiendo quedado la institución donde trabajan o desean ingresar anacrónica/obsoleta desde el comienzo del estudio verdaderamente científico (no «científico» como antes era decir que las mujeres y los negros tenían el cerebro más pequeño y que por eso eran inferiores) de la lengua, en el siglo 20.

p. 43: «El diccionario ideal de una lengua debería contener todas las palabras usadas por sus hablantes, con indicaciones claras sobre el ámbito de uso: general, regional, propio de un grupo social, de un registro culto o coloquial, «malsonantes», anticuadas… Muchas lenguas disponen de un diccionario así. La nuestra, por desgracia, aún no.» (Pensando en el DRAE, pero dónde se reconoce el salto que da el María Moliner -al menos las ediciones que hizo ella- o el Clave luego, que sí son diccionarios descriptivistas, aunque no lleguen al ideal que se describe en p. 43?)

pp. 46-7: «Éste es el caso del gran Diccionario Oxford o de su equivalente en los Estados Unidos, pero no hay algo parecido en español. Como la lengua es de los hablantes, son ellos los que pueden decidir qué es estándar y qué no. Para decidirlo necesitan saber cómo hablan los demás, y un diccionario puede ayudarles. Si una palabra no les guta o les resulta innecesaria, dejarán de usarla y desaparecerá (igual que ya no se usan los bigudíes, igual que en los salones de los hoteles de lujo ya no hay escupideras estratégicamente colocadas). Si les gusta una palabra regional pueden acabar por generalizarla (hacerla estándar), no necesita que nadie les dé instrucciones.

Existe la creencia errónea de que sólo se puede «hablar bien» si existe una institución que establezca normas de obligado cumplimiento. En realidad, la idea de «hablar bien» no es exclusiva de las lenguas con academia, ni siquiera de las lenguas escritas. (…) La sanción social y la tradición creada por esa sanción social deciden quién habla bien. 

Lo que hace falta es que cada uno sepa utilizar la lengua. Pero esto no sólo quiere decir «someterse a las normas gramaticales» sino, muy especialmente, expresarse adecuadamente a cada circunstancia».

p. 48: «El estándar le permite dirigirse a cualquier hispanohablante, o a cualquier persona que haya aprendido español, sin problemas graves de comunicación. (…) Somos tan distintos en nuesgtro vocabulario como en todo lo demás, pero eso sólo representaría un problema si la diversidad nos impidiera entendernos unos con otros. De modo que cada cual utiliza las palabras que quiere, pero conviene que conozca también las que, aunque no sean propias, son generalmente aceptadas como estándar».

(…) El estándar no es la consagración del hablar bien, es simplemente un acuerdo social más o menos tácito que permite entenderse perfectamente a personas de distintos orígenes nacionales, regionales y sociales: el vocabulario estándar no es de ningún sitio porque es de todos a la vez».

p. 49: «hablar bien [es] saber adaptar nuestra lengua al contexto, también a nuestro interlocutor. (…) Y algo muy importante: que una palabra figure o no en el famoso diccionario académico no quiere decir nada: ni una palabra es «mejor» por figurar en él, ni «peor» (mucho menos «inexistente») porque no se haya recogido en esos famosos volúmenes que tantísima atención pública merecen en cada nueva edición. Me parece patético que entre las noticias regionales de Navarra se incluya, como un triunfo de la Comunidad, que el término chistorra vaya a incorporarse al D[RAE] (…) o que se puedan escuchar cosas como: «ahora ya se puede usar la palabra gilipollas, porque está en el D[RAE]». O que se discuta en los medios de comunicación si una palabra de uso corriente desde hace mucho tiempo «merece» o no ser aceptada por los académicos».

p. 50: «Académicos, profesores, maestros, periodistas, incluso aficionados, claman (…) contra los errores del lenguaje que destruyen la lengua castellana (…). Normalmente tienen tanta razón como un santo… como un santo que condena a alguien a la hoguera por decir que la tierra es redonda, o que damos vueltas alrededor del sol, o que el ser humano ha evolucionado a partir de un antecesor común a nosotros y a los chimpancés. En otras palabras, no tienen razón. Sólo una concepción de la lengua estándar como propiedad exclusiva de alguna institución o algún otro ente semejante permite afirmar cosas parecidas.

¿De quién es la lengua? De quien la habla, no de una institución artificial, anticuada e innecesaria que actúa con criterios escasamente científicos».

p. 51-2: [Claro que se cometen errores, pero qué significa esto] En estas palabras estamos en una fase de cambio, de evolución (… la lengua está siempre cambiando). No podemos saber en estos momentos si [previó y preveyó, posible y plausible, añado: impreso e imprimido] acabarán [de una manera o de otra o especializándose como sandwich y bocata, o…]. Dependerá del conjunto de hablantes lo que suceda con estas palabras. (…) [M]uchas de las aparentes incorrecciones son cambios en marcha y muchas de ellas tienen una clara utilidad  [tareas a realizar vs tareas que se deben de realizar, y similares] (…) De manera que la expresión, aunque sea nueva y esté calcada de otras lenguas, es útil y conveniente. Puede no sonar (…) bien, pero no puede decirse que «esa construcción no existe en español», porque efectivamente existe y cada vez se usa más. (…) En general (…) cuantas más posibilidades de elección pueda tener el hablante para expresarse, tanto mejor para la lengua».

Comentario: ¿De hecho, qué hacemos continuamente al usar el humor con la palabra, al aplicarle al lenguaje nuestra creatividad, COTIDIANAMENTE, tanto porque escribamos literatura, como al hablar (p.e., usando una palabra de un contexto formal en una situación informal, o perteneciente a un grupo humano, sea la gente pija o macarra…, o trasladando una frase lírica a una situación cotidiana…) por hacer sonreír a alguien? Lo grotesco de la RAE (Real Academia de la Lengua Española, aka Real Museo de la Palabra Muerta) es que pretende restringir, reprimir el rasgo más humano del lenguaje, el que en principio pensamos que no tiene parangón con ningún otro sistema de comunicación animal o vegetal: su estar vivo, en continuo cambio de acuerdo con cómo es la sociedad que lo habla y para qué lo usa (cada vez más variado por la creciente libertad de expresión y movimiento…

p. 54-5: «Recuerde que el eslogan de la Real Academia Española es «limpia, fija, y da esplendor». Lo de fijar es peliagudo porque se puede entender de dos formas: «fijar lo que hay», poner por escrito el uso real de los hablantes (que es lo único que existe); o bien «fijar para que no cambie», que es como proclamar que hemos encontrado el elixir de la eterna juventud y castigar al que envejece. Podemos pensar que sería mejor seguir hablando latín, porque aún está generalizada esa idea de que hay lenguas más perfectas que otras, falsedad a la que volveremos enseguida. Pero no hablamos latín sino castellano y el de ahora no es el mismo que el de hace 500 años o el de hace mil o el de dentro de cien. Mi abuela decía cosas que ahora no dice nadie y mis hijos hablan un poco distinto que yo. Nos entendemos, que es lo importante (problemas generacionales aparete), de modo que no pasa nada: la lengua sigue sirviendo para lo que tiene que servir y los cambios son simplemente inevitables a menos que prefiramos un español muerto. (…)

El estándar es siempre una norma social. Ahora piense en otras normas de conducta social (…) «En los autobuses debe cederse el asiento a los sacerdotes» (…) Ya ni siquiera se espera que «los caballeros dejen pasar siempre delante a las damas» [añado: porque ahora todas las personas pueden ser amables con las demás, no sólo los varones con las mujeres]. Lo mismo sucede con el lenguaje, y cuando una norma ya no es válida socialmente, no hay institución que nos pueda obligar a someternos a ella.

En resumen: igual que en la conducta social, existen variedades más o menos formales de la lengua y normas lingüísticas sociales; no «académicas» necesariamente, ni «escolares» ni «gramaticales»: son los hablantes, en un proceso extraordinariamente complejo pero que se produce sin necesidad de ningún acuerdo previo, los que deciden qué formas de habla van a considerar más adecuadas para cada tipo de contexto, de situación».

p. 57: «[M]i opinión sobre la conveniencia de que exista una Academia de la Lengua con autoridad legal es radicalmente negativa. (…) incluso me atrevería a decir que dicha institución es un peligro pra la adaptación de nuestra lengua a los cambios que afectan al mundo y, en consecuencia, también a las lenguas. Es necesario buscar otras vías de regulación de nuestra lengua estándar, igual que se lleva años intentando redactar diccionarios modernos del castellano que recojan la realidad de nuestro idioma».

[Comentario: y añado la cuestión tan dañina que es que ahora que aquí la RAE no tiene credibilidad alguna (del mundo científico moderno) se está volcando en el continente americano, como la reina de Gran Bretaña gobernando en los territorios de su imperio, pretendiendo gobernar con su castellano las variedades del español en América. Es grotesco. Pero la pompa de su espectáculo seduce al grupo de personas del mundo de la cultura que es susceptible de ser seducido por esas normas del clasismo, de sentirse clase superior al pueblo llano, como aquí le pasa a quienes creen que la RAE tiene alguna autoridad, a pesar de cómo se demuestra continuamente, desde las ciencias modernas, su existencia anacrónica y grotesca, por autoritarismo/imperialismo.]

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