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Acabo de ver «No me llames fotógrafo de guerra» (2014), un documental que recomiendaría ver con la mente-corazón. Y lo recomendaría a pesar de que la existencia de las mujeres en el mundo de la lucha y el valor, no están bien reflejados, si quiera porque es masiva la representación de hombres.

Con todo, hay cosas importantes que trascienden el condicimiento cultural de ver el mundo del Hombre sólo, reconocer el valor en ese mundo sólo. Cosas compartidas y comunes porque son humanas, a pesar de la distorsión de la concepción patriarcal de todo. Entre otras cosas, porque al menos parte de cada fotoperiodista que aparece ha alcanzado a ver más allá del impulso inicial, debido a la terrible experiencia de la guerra y al conflicto que genera ganarse la vida, ganar una estima retratando el sufrimiento ajeno, como explican.

Afortunadamente, aparece alguna mujer fotoperiodista haciendo su análisis, y aparece alguna mujer en alguna foto, no como víctima y cuidadora «natural» sino como persona.

Del valor, que es algo que se representa continuamente asociado a lo masculino patriarcal (siempre asociado a la acción violenta. Y cómo me dolía el otro día cuando viendo un trozo de una peli de gánsters, el chófer de un gángster da por culo a una chica rusa metida en prostitución forzada ante el psicópata que se lo pide y luego queda como un buen tipo porque le da dinero a la chica, después de la palmadita en el lomo por ser una buena hembra, y le dice: «Sigue viva». Me cansa lo indecible el bombardeo de imágenes/mensajes de hombres violentos que resulta que son buenos en el fondo. Y cómo el cine estadounidense insiste siempre en esto, en lo necesaria que es la violencia para todo y en cómo dependemos de esos Héroes de la violencia), cualquier persona que se haya visto obligada por la violencia a controlar su miedo, sabe bien lo que es, eso: controlar el miedo, conseguir estar, olvidando el terror, el miedo, sobreponerse a esto. Y esto lo pueden hacer las personas, no el Hombre sólo. Y en esto las mujeres no están representadas culturalmente, y cuando lo están, no se las identifica como valientes, como realizando un acto que requiere valor, controlar el miedo. Porque temáticamente en el patriarcado el valor se da en el campo de la violencia, sólo. Sin embargo, el miedo se controla desde lugares distintos, y uno de éstos es la empatía, la solidaridad, el amor, emociones-ideas que podría sentir y siente cualquier persona, no «las mujeres», sólo. Y para que el Hombre no se reduzca a ser «mujer», para asegurarnos de que su valor siempre estará asociado a la violencia, siempre necesaria, el gran dogma: las mujeres cuando hacen algo de valor para la especie, como es «natural», «biológico», no tiene mérito. Cualquier acto de valentía, por ejemplo, en una mujer, que nazca de la empatía, la solidaridad, el amor, el afán de justicia, de cese del sufrimiento, no será visto, no existirá, no será nombrado ni representado.

El valor desde la capacidad de machacar, prevalecer, ejercer violencia no es valor, es guerra. El valor es algo valioso que ejercemos cotidianamente para justamente combatir con pura vida inteligente y solidaria un mundo de violencia e injusticia, y lo vemos a diario en todo tipo de actos incluidos los verbales.

 

Arrancaron nuestros frutos, quebraron nuestras ramas, quemaron nuestros troncos,
pero no han podido secar nuestras raíces (pueblos originarios)

En América, ensalada de flores exóticas
cortadas y abandonadas
en los bajos de barcos que nunca zarpan,
en aviones fantasma.
Plantaciones de coca para la exportación
porque aquí nadie va a comer.
El precio del arroz estadounidense
es de tortillas de barro con sal en Haití.
Mientras violan a las mujeres.

En África el hambre quema en el aire
y mientras te violan, insistes buscas
raíces, escarbas hasta saltarte las uñas,
para que no sufra un instante más
el bebé que llora, la niña que calla.
No es distinto en Asia, a excepción del paisaje.

El mercado alimentario internacional,
la peste negra del siglo veinte,
la nueva paz
de los cementerios,
el nuevo campo
de concentración, violación y exterminio.

Y mientras leo y pienso
no puedo olvidar que mi vida no vale más.
Que todas las vidas y la vida
está protegida en el mundo del que soy capaz.
Que sólo las plagas destruyen su hábitat,
sólo las mentes contra natura, esos psicópatas.

Sé quién soy yo y quiénes son ellos.
No estoy confundida. No tengo
problemas de memoria o ignorancia.
Desobedezco el mandato.

Podrán estrangularme o cortarme las manos,
encerrarme por más siglos de los siglos,
difamarme, distorsionarme, disolverme en ácido.
Pero nunca: nunca, escuchad bien,
nunca podrán tocar mi pensamiento,
mi cabeza-corazón
humana, inteligente, solidaria.

Un documental contó

que existieron civilizaciones

en el Pacífico Sur que llevaron

a pequeñas islas perdidas,

donde el huracán había depositado semillas,

gallinas, conejos y ratas,

porque querían construir vida buena

comunitariamente.

 

Con el paso del tiempo

las esculturas que empezaron a crear

para vincularse a los dioses

alcanzaron un tamaño que aún hoy

necesitamos descifrar.

Y mientras tanto, las ratas

sin depredadores

prolificaban y se alimentaban

de los frutos caídos.

 

Por su parte, la especie humana

talaba desde su creciente fiebre

al punto de olvidar que las palmeras

nacen y crecen, y que para eso

es necesario el tiempo.

 

Así, la isla quedó pelada y alguien dijo:

no hay madera para construir canoas.

Fue el inicio de la segunda fase del terror.

 

Cada escultura ubicada

en los límites que son las playas

era un barrote que les cercaba

en la Isla del Hambre:

la piedra no flota en el mar, tampoco da frutos,

aunque sus anillos marquen el paso del tiempo.

Y tuvieron que buscar cuevas

y vivir en la oscuridad, cegando sus entradas

con rocas y piedras pequeñas

porque habían descubierto el miedo

a sus congéneres.

 

La Isla de Pascua está desierta,

sus seres humanos se mataron a golpes

y algo más: se comieron por hambre.

El viento no puede ayudar,

no puede trasladar nada a tanta distancia;

el huracán, sí, tiene esa capacidad.

Podría llevar allí semillas de cocoteros

y a alguna geca que en soledad

pondría un huevo,

lo que sería como encontrar agua en Marte,

el inicio de una nueva oportunidad.

 

(Todo es siempre tan peligroso e incierto.)

 

(Revisado el 16 sept.)

La guerra es un tipo de conocimiento

por eso lloramos al nacer.

 

El grupo manda y la guerra gobierna mientras tanto,

y las personas que comprenden cosas que se oponen

son, en todos los casos, parias.

 

La duda está siempre en el aire, para quien pueda verla:

matar para comer no equivale a tener que hacer la vida

en un campo de batalla.

 

Con todo,

las conclusiones claras y esbozar caminos posibles

no permiten que el agua corra por los cauces:

la imaginación frente a los dioses

es un dulce que devoras u olvidas.

 

(Revisado el 16 septiembre, 8 octubre, y no sirve)