De qué me sirve leer a Hemingway si yo aprendí el valor de mi madre
y no nacía del egocentrismo y los mitos,
sino del amor a vivir, la imaginación libre y la empatía.
Si yo no tengo que aprender a ser el desahogo de los Héroes,
a tortas en sus caídas, a violaciones en sus frustraciones y alegrías,
porque las mujeres me hablaron en mi adolescencia del placer,
y aunque tardé algunos años (por los acosos e insistencias),
finalmente seguí su consejo: elijo cuándo y con quién.
Si mi lenguaje es claro por distintas razones, como ves,
puentes de lianas para vuelos que arriesgan,
vegetación espesa con olor a bosque o a mar,
raíces entrelazadas, olor a estratos de tierras,
nada que ver con la imposición, la prevalencia,
esa triste y violenta identidad. Si pertenezco
a la saga de lo invisibilizado que es evidente porque
no recibí la suerte de nacer con esa arma que es Tener Cojones,
bolas de plomo para aplastarlo todo y así, ¡así¡, elevar
al Hombre a su gloria… El Hombre –lo último que yo querría ser, psicópata–
ese guerrero violento de paja, abuso y miedo.
No soy de tu mundo, aunque lo conozco bien. Tú, sin embargo,
no sabes nada del mío. Nunca nos has echado de menos,
nunca nuestras mentes… humanas como la tuya,
tuyo y vuestro ese crimen contra la humanidad.
Yo aspiro a otra cosa, a mucho más.
Lee tú a Hemingway, si lo necesitas.
(Modificado el 11 de septiembre, 2012)