Se ha disuelto una gran mentira que inició el propio Miguel Hernández en una carta a Josefina, su novia de Orihuela (para restablecer la relación), y que redondeó la crítica: que El rayo que no cesa, poemas de amor y sexo, estuviera dedicado a la novia. El rayo era Maruja Mallo.
Miguel Hernández, en su cuarto viaje a Madrid, fue amante de Maruja Mallo, y por la represión sexual que llevaba encima por la época (no se había acostado con su novia del pueblo), es fácil de imaginar la vehemencia desesperada sexual de cuando ella ya no quisiera seguir siendo amantes. Y de ahí los poemas, y de ahí los poemas que la presentan como cruel. Pero quien haya conocido eso del sexo (tanto porque se haya acostado con gente virgen con la que luego no se puede seguir, como por haber sido quien deseara apasionadamente), y lo que es la traducción a arte de hechos de la vida, imagina fácilmente que el hecho de que se sienta muy fuerte y se juzgue cruel a alguien que no puede seguir contigo es un hecho expresado artísticamente, y no un juicio que busca justicia. Se siente rabia, se quiere hacer daño, se quiere sobre todo hacer reaccionar para que vuelvan contigo, pero es todo el mundo de la expresión artística, no una descripción objetiva, justa de una relación.
(En épocas de intensificación hacia una guerra, la gente se necesita aproximar físicamente más, y había gente acostándose con diferentes personas, incluido Miguel Hernández luego, al parecer.)
Recientemente, yo misma, al escribir un poema basado en la amistad perdidad con una antigua amiga, y al hacer un dibujo sobre cuatro amistades perdidas, no pretendo «hacer justicia» sino sencillamente plasmar lo que sentí al quedarme sin ellas, que puede ser un reflejo de algo real o no, o sencillamente un reflejo de cómo procesas los hechos. El poema tuve que «disfrazarlo» con el plural, cosa que no está mal (salvo en una estrofa que tendré que trabajar) porque de algo particular surge un reflejo de un asunto que atañe a mucha más gente. Del dibujo, he tardado en subirlo por dudas, hasta que las he descartado por esto mismo, porque una cosa es cómo nos sentimos y otra la realidad de todas las personas implicadas.
Los curas lavaron el cerebro a la población sobre que pensar algo (imaginar) equivalía a hacerlo, y esta tara la arrastramos y es siniestra –y no digamos si le sumamos la misoginia atroz. Porque el hecho es que no es así: estaban enseñándonos a congelar el pensamiento y ser obedientes, esclavas y esclavos. Pensar en que se muera alguien no es igual que matar, no cabe en ninguna cabeza sana. Y el arte es una vida pararela en ese sentido. (Las feministas artistas, por ejemplo, jamás han pedido la pena de muerte para el Hombre, pero si lo hacen trizas en algunas obras. Y es que no es lo mismo. De hecho, la violencia expresada tiene relación con la recibida, no con la emitida en la vida real.) Miguel Hernández se sentiría furioso, rabioso, partío de dolor, claro que sí, pero eso porque se produjo una ruptura en una relación que necesitaba y quería. Que Maruja Mallo no quisiera seguir con esa relación sexual (y digo sexual porque siguieron colaborando artísticamente y siendo amigos) no implica que ella fuera una persona cruel, fría, que utilizaba a los hombres. Un poquito de por favor.
Por cierto, Sorpresa del trigo lo pintó Maruja Mayo en 1936, el último cuadro pintado en Madrid antes de irse a Galicia con las Misiones Pedagógicas, y de tener que huir a Portugal por Tuy cuando Franco inició la guerra civil. En este cuadro está también Miguel Hernández, su amigo y compañero republicano.
(Editado luego para meter lo de mujeres y violencia en arte.)