Recuerdo cuando llegaba
sábado por la mañana
tocando el claxon, el gran jolgorio
la cabeza por la ventanilla,
impaciente,
los abrazos, su olor, las risas,
tebeos y galletas surtidas,
incredulidad ante los malos informes.
Y al irse, pedalear libre,
trepar alto para seguir mirando
las hojas y el cielo, la vida.

La alegría del reconocimiento
es el orden natural restablecido
de quiénes somos.

No es preciso forzar, esclavizar.
Basta la conexión,
ese conocimiento que alumbra.