La piel oliva es dorada y verde.
Los ojos y el pelo negro noche lluvia
y profundos,
como el verano en los jazmines.
Las hojas son verde ceniza por abajo
y se vuelven al cielo abierto,
tantas veces
con tanto esfuerzo, con dolor,
y levemente brillantes
por encima, como un recuerdo
de aceites y manos, de cuando
podían plantar olivos, verlos crecer.
La música está prohibida.
(Es ley en la democracia del genocidio.)
Las personas jóvenes no temen más
que aman, por eso cantan
en un espacio de ruinas secreto.
Sus ojos contienen al fondo cascotes
caídos sobre los olivos bajo el sol
sobre la tierra amarilla gastada agotada,
llana, terrosa, dura, persistente; hecha mirra,
y aprenden a tocar en cajas con cuerdas
y se juegan la vida cuando bailan.
Es lo que nunca cuentan las crónicas que escriben
los padres de todas las guerras.