THAMAR. A los 18 años hice mis primeras vacaciones con 3 amigas. A la vuelta íbamos a empezar la universidad. Fueron 15 días en la Costa del Sol, bebiendo como locas, riendo como locas, con resacas inmensas, bailando como si mañana fuera demasiado tarde, tiradas en la playa o en la cama recuperándonos, comiendo como leonas, esperando algo de buen sexo y si no, huyendo como gacelas, como cabras sorteando todo peligro. Hablando eternamente. Como nos habían timado con el apartamento, estaba a 7 km de donde creíamos, teníamos que hacer autostop para llegar allí cada noche, a la aventura de vivir con entrega, y nos dividiamos en dos grupos: Támar y yo, la zorra y la monje, una broma brutal muy nuestra (ahora lo explico) y Cris y Ángela, chicas aparentemente normales. Támar era muy pequeña y yo muy alta en compartación. Támar se ponía un top como de seda y una falda combinación y unos taconazos y yo la túnica fresa de la playa e iba descalza. Támar bebía y se ofrecía al sexo como una suicida, y yo, a su lado, la seguía pero sin poder renunciar a mi libertad, a esa responsabilidad, y la cogía hecha trozos, y la ayudaba a recomponerse, o huíamos, o luchábamos, y cómo ella usaba la palabra. Hace unos años encontré una noticia de su muerte y busqué en fb por si encontraba a su madre o hermana para no sentirme tan triste y con ese vacío tan grande. Dejamos de vernos a los cuantos años, pero nos quisimos mucho, compartimos visiones que importaban. Yo, después de tambalearme por la universidad, o de sobrevolarla en mi nube, me fui a países en guerra para saber cómo era posible vivir en un mundo tan violento, para saber cómo hacía la gente para soportarlo, y descubrí la lucha noviolenta, y lo importante que es luchar porque igual vamos a morirnos y mejor hacer algo útil para darte un respiro a tanta violencia y para abrir la posibilidad para que la gente pueda vivir bien algún día, en un mundo menos brutal. Y claro, mi sentido de la responsabilidad o libertad, fortalecido con la idea de compromiso social, me llevó lejos de Támar y aquel mundo que luego llamaron para nuestra extrañeza, Años 80 identificándolo con un mundo que nos fue muy ajeno, la «movida de Madrid». Nosotras siempre vivimos en Utopía, fuera la individual-aislada o la individual-social. Thamar no se habría tenido que matar en el mundo que yo siempre he imaginado. Y son estas cosas las que nunca olvido. No tengo palabras para Thamar, porque no puede oírme. Pero me hubiera gustado poder estar ahí, porque le habría hablado toda la noche, y habríamos remontado una vez más.