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Anna Kavan, la ciencia ficción extraña y alucinada: Hielo

por Lola Robles

 

...los desfiladeros de hielo se cernían sobre mis sueños

Anna Kavan

No cuentes tus sueños. ¿Y si los freudianos toman el poder?

S. J. Lec


Conocí Hielo, de Anna Kavan, porque soy aficionada a la ciencia ficción y estaba preparando una Bibliografía de escritoras del género. Alguien me recomendó la novela, como uno de esos ejemplos en que una autora no especializada en CF hace una incursión en esa literatura que -tanto respecto a los autores como al público aficionado- tiene mucho de ghetto.

Anna Kavan es poco conocida en España; sólo se han traducido dos de sus obras: Hielo, y un libro de relatos, Mi alma en China. Así que empecé a leer la novela sin saber apenas nada de la biografía de su autora.

Hielo puede considerarse, en efecto, una antiutopía de ciencia ficción. Las antiutopías presentan futuros en los que se han radicalizado los males de nuestro presente, en lo social, político o tecnológico (1984, de George Orwell, o El cuento de la criada, de Margaret Atwood, son otros ejemplos). La historia transcurre en un mundo devastado por lo que parece un invierno postnuclear. A través de la nieve y el hielo que van invadiéndolo todo, un personaje sin nombre -ninguno lo tendrá en la novela- nos narra su búsqueda de una mujer -a la que llama siempre la muchacha o la chica- de la que está enamorado, a la que persigue sin descanso a través de países inconcretos, y que sin embargo le rechaza y huye de él. El hielo avanza desde el Norte; el narrador sueña también con escapar a una isla tropical, remota, donde habita una raza casi extinguida de lémures cantores, los Indris: un lugar cálido, luminoso, último refugio frente a la devastación; pero su obsesión por la muchacha le impide lograr ese sueño. Ella, además, se encuentra bajo el dominio de otro hombre, el Magistrado, muy poderoso y que la trata sádicamente; el narrador odia a este enemigo, pero a veces se pregunta si ellos dos no son la misma persona, en un confuso desdoblamiento de personalidad. De hecho, también él es al mismo tiempo enamorado y sádico: "verla sufrir me produjo un placer indescriptible", dice de ella. La muchacha se convierte así, ante todo y sobre todo, en víctima; lo es física y psicológicamente:

"En una época había estado locamente enamorado y había intentado casarme con ella. Aunque parezca una ironía, mi propósito de entonces había sido protegerla de la insensibilidad del mundo, actitud que parecía provocar con su timidez y fragilidad. Era extremadamente sensible, muy nerviosa y temerosa de la gente y de la vida; su personalidad había quedado dañada por una madre sádica que la mantenía en un estado permanente de sometimiento por medio del temor. ...Era tan delgada que, cuando bailábamos, tenía miedo de hacerle daño si la estrechaba con fuerza... Su pelo era maravilloso, blanco como la plata, como el de una albina, brillante como la luz de la luna, como el cristal de Venecia iluminado por la luna. Yo la trataba como si fuera de cristal..."

La primera lectura de Hielo produce una inevitable sensación de extrañeza. Nada se nos explica: ni la catástrofe que asola el mundo, ni los actos de los personajes. Hay algo indudablemente kafkiano en la sucesión de imprecisiones y absurdos, en la duda sobre la realidad; los hechos reales se mezclan con alucinaciones del narrador sobre la muchacha y sobre el hielo, terribles, pero de una belleza estilística extraordinaria. Visiones y paisajes surrealistas donde predominan los colores fríos: azul, blanco, plata, violeta; pero también el rojo y el negro. Eros y Thanatos; nieve y sangre; oscuridad y violencia, y al fin "un mundo terrible y frío de hielo y muerte había reemplazado al mundo viviente que conocíamos. Afuera, sólo existía el frío mortal, el vacío gélido de una era glacial, la vida reducida a cristales minerales".

Para la teoría literaria formalista, las obras de creación deben leerse como textos autónomos, independientes de la persona que los creó. En efecto, Hielo puede interpretarse desde esta postura inmanentista, sin saber nada de la biografía de su autora. Y sin embargo es también un ejemplo de cómo esa biografía puede aclarar muchos de los misterios de la obra, aunque haya habido un profundo trabajo de elaboración literaria, imprescindible para que el texto sea precisamente literatura y no un mero desahogo personal.

Poco después de terminar mi primera lectura de la novela, supe que Anna Kavan había sido adicta a la heroína durante gran parte de su vida. Busqué más datos; la mayoría estaban en Internet (nada como la Red para encontrar información sobre autores y temas marginales). Resumo brevemente: Anna Kavan (seudónimo de Helen Woods) nació en Cannes, Francia, en 1901, hija de padres británicos; el padre se suicidó cuando Helen tenía trece años. Casada en dos ocasiones, viajó mucho, publicó un buen número de obras narrativas, y fue también pintora y decoradora: un talento artístico tan indudable como su desequilibrio emocional: estuvo ingresada dos veces en un psiquiátrico; trató de suicidarse en tres ocasiones (después de su segundo divorcio; cuando su hijo murió en la II Guerra Mundial, y tras la muerte también de un amigo) , y durante los treinta últimos años de su vida fue heroinómana, además de utilizar con entusiasmo las anfetaminas; todos sus intentos de desintoxicación fueron inútiles. A los 67 años, en 1969, la encontraron muerta en su casa, junto a una jeringuilla todavía llena. Es difícil afirmar que la droga la mató; ella consideraba, muy por el contrario, que la ayudaba a vivir, a relacionarse con los demás, a soportar un mundo para ella intolerable. Las fotografías de Anna Kavan nos muestran una mujer rubia, pálida, de rasgos infantiles, pero no por ello menos inquietantes. El parecido con la muchacha de Hielo es claro.

Después de conocer la adicción de Kavan, es muy difícil no revisar la novela desde esa perspectiva: aceptando ahora que elige el marco de la ciencia ficción para transgredirla, para utilizarla de modo simbólico, encriptando otra historia: su experiencia personal con la droga.

Así, todas las imágenes referentes al hielo que avanza y asola el mundo nos remiten al polvo blanco, glacial, destructor: la Tierra muere, la disociación psíquica de los personajes se refleja en esa presencia continua de lo incomprensible, lo extraño, ¿cómo no asimilar esa desintegración física y mental a la provocada por la heroína? ¿cómo no sospechar que las visiones que asaltan al narrador no sean sino las posibles alucinaciones de un yonqui?

Y el viaje-odisea de él, en pos de la muchacha, una búsqueda afanosa y obsesiva ¿no se iguala a la del drogadicto, empujado a perseguir sin remedio su dosis salvadora, reverso oscuro de un Santo Grial? (Todas estas comparaciones son posibles, aunque no abarcan la complejidad de esta obra experimental, inclasificable, radicalmente subjetiva, polisémica, que transmite también una visión del mundo: antipatriarcal, antimilitarista y ecologista, y enfrentándonos a la angustia, la incertidumbre existencial, más allá de la drogodependencia; el mundo, sí, como una realidad hostil del cual la autora, en la ficción, puede vengarse, aniquilándolo. Ese odio visceral al mundo parece darse en personas que sufren fuertes desequilibrios y enfermedades mentales. Sin duda el tema de la droga en la vida de kavan es uno de los más llamativos, pero, aun sin ésta ¿no hubiera tenido sensaciones, visiones, pesadillas semejantes? ¿No nos estará hablando más bien, o también, de la demencia?)

La salvación no está sólo en la droga; también se busca en el amor. Pero asimismo éste, en el intento de que nos libre de la soledad, de la angustia ante la vida, puede convertirse en una adicción (y en un imposible). En Mi alma en China, la novela breve que da nombre a su otro libro publicado en castellano, el tema central es la dependencia amorosa. La protagonista, Kay -de nuevo trasunto de la autora-, acaba de salir de un psiquiátrico. A punto de divorciarse, conoce a otro hombre, un australiano que está de viaje de placer por Europa y América, también casado, pero que le propone que se vaya con él seis meses, como amantes, a California. El australiano es un hombre vital, optimista, seguro de sí mismo, y en cierto modo, simple: está convencido de que ella sólo necesita, para curarse, tranquilidad, sol, aire libre, vivir el presente sin preocuparse del futuro. Desde esa simplicidad, no siente temor alguno en embarcarse en una relación con la mujer, pero es incapaz asimismo de comprender los peligros de su aventura: el infierno del desequilibrio mental le es completamente ajeno; enseguida nos damos cuenta de que su fuerza y su confianza esconden la inconsciencia más absoluta.

El relato describe minuciosamente cómo evoluciona la relación: lo que en principio es una historia feliz acaba por transformarse en una trampa. "Dependiendo de mi absolutamente, me has convertido en un criminal", le dirá el australiano a Kay. Para Kavan, los hombres son egoístas, desleales; no quieren comprometerse, huyen de cuanto perturba su calma, o incluso son crueles y sádicos. Ellas, sus víctimas, frágiles como el cristal, como niñas, blancas como el polvo que se inyectan para poder sobrevivir, sólo son dignas de lástima; al igual que en Hielo, todos los personajes son antihéroes: la única heroína es la droga. Y sin embargo -y es el gran logro de la escritura de Kavan- a través de esos textos que rezuman una terrible autocompasión, percibimos con nitidez su poder de víctimas, lo insoportable que debe ser vivir con ellas.

"Escribía en un espejo", dice Rhys Davies, su amigo y editor, que prologa el libro de relatos. Es cierto que tanto en la novela corta como en los otros cinco relatos, se siente la proximidad de lo autobiográfico, aunque aparezcan también los elementos simbólicos, kafkianos, las imágenes visionarias que luego transformará en extrañeza, alegoría absolutas, en ese universo surrealista y autónomo que es Hielo. De hecho, el relato "Arriba en las montañas" es un primer ensayo de las imágenes frías y minerales que en la novela alcanzarán una grandiosidad de epopeya apocalíptica.

Estos relatos son, siempre, la confesión y la queja de una depresiva tentada por la muerte: "me fascina la muerte, lo sé. Nunca he disfrutado de la vida, nunca me han gustado los seres humanos... Las personas son detestables... siempre han sido odiosas conmigo; siempre me han rechazado y traicionado", y sobre todo, por el polvo blanco, limpio, puro como la nieve, el hielo, el mundo mineral y su paz: "las altas montañas son como arcángeles... sueño con identificarme con ellas: ser fría e inaccesible como sus cumbres nevadas".

Sin duda es "Julia y el bazooka" el mejor manifiesto de Kavan como drogadicta declarada, empedernida y consciente. Quizás por eso el relato se incluye en el libro Mujeres chamán, damas iniciáticas: escritos de mujeres en la experiencia con drogas, un muy interesante recorrido sobre el uso de las drogas en diferentes épocas y culturas, sobre todo por escritoras y artistas.

La jeringuilla es un bazooka; el chute, un coche potente a toda velocidad, pero, en cualquier caso, no se trata de un vicio, "es ridículo decir que todos los drogadictos son iguales, que todos son mentirosos, viciosos, psicópatas o delincuentes, que buscan emociones fuertes a cualquier precio", sino de una necesidad: para Julia-Anna, la jeringuilla es "tan imprescindible como la insulina para un diabético. Sin jeringuilla no podría llevar una vida normal, su vida sería una ruina, en cambio con ayuda de la jeringuilla es una persona concienzuda y enérgica, inteligente, amable. No se parece en nada a la idea popular de lo que es un drogadicto". Tiene razón: sin duda Kavan no es una yonqui en la marginalidad social; podía procurarse buena heroína y la utilizaba como un paliativo para su debilidad frente a la vida; no la mató la droga, y probablemente tampoco fue lo que la llevó a bordear la locura; quizás el mayor problema fue hacerse adicta a la sustancia más repudiada socialmente.

La obra de Kavan refleja, pero también trasciende, todas esas circunstancias personales: su mayor valor es haber logrado transformar su infelicidad y sufrimiento psíquico, su drogadicción, sus pesadillas, en literatura: una creación que Lawrence Durrell sitúa, junto a la de Virginia Woolf, Djuna Barnes o Anaïs Nin (nada menos), en la "gran tradición subjetiva femenina"; una obra extraña, compleja, casi de culto, de una originalidad y belleza excepcionales.

Lola Robles, 2002.

(En 2006 la editorial valenciana El Nadir ha publicado en castellano otra novela de Anna Kavan, Mercury, con un argumento que tiene muchas similitudes con el de Hielo, y permite conocer mejor el imaginario de la autora)

Algunas referencias bibliográficas (atención a las dos traducciones al español de Hielo, ambas son magníficas; también lo es la de Mi alma en China)

Hielo. Barcelona, Seix Barral, 1987. Traducción de Elsa Mateo.
Hielo. Valencia, El Nadir, 2005 (Narrativas El Nadir, 8). Traducción de Heide Braun. Prólogo del editor.
Mi alma en China. Barcelona, Seix Barral, 1992. Selección y traducción de Laura Freixas. Prólogo de Rhys Davies.
Mi alma en China. Valencia, El Nadir, 2004 (Narrativass El Nadir, 5). Traducción de Laura Freixas. Prólogo del editor.
Mercury. Valencia, El Nadir, 2006 (Narrativas El Nadir, 14)
Callard, David A. The Case of Anna Kavan: a biography. London, Peter Owen, 1992
Palmer, Cynthia y Horowitz, Michael. Mujeres chamán, damas iniciáticas: escritos de mujeres en la experiencia con drogas. Castellar de la Frontera (Cádiz), Castellarte, 1999
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