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Citas (1) de los diarios de Sylvia Plath

A los 18 años, 1950:

[Cómo se le niega la sexualidad, el placer, a las mujeres en el patriarcado, y otras violencias]

-¿Ya has terminado el cuadro de John?
-Ah, ja, ja -sonrió-. Ven a verlo. Tu última oportunidad.
Había prometido enseñármelo cuando lo terminara, de modo que me apresuré a alcanzarlo y nos dirigimos al granero, que es donde vive.
(…) Sentí que me miraba de forma más bien rara. Por alguna razón no conseguí que me mirara a los ojos. (…)
Nos cruzamos con (…)
-?Por qué tienen que burlarse de mí? – pregunté. Ilo se limitó a reír. Andaba muy deprisa. (…)
-¿Vives ahí arriba? ¿Tienes que subir todos estos escalones?
Él siguió subiendo, y yo lo seguí, vacilante.
-Ven, ven – dijo mientras abría la puerta. El cuadro estaba allí, en su cuarto. (…)
Era un magnífico retrato de John a lápiz.
-¿Cómo haces los sombreados? ¿Inclinando el lápiz?
En ese momento no le di importancia, epro ahora recuerdo que Ilo cerró la puerta y puso la radio para que sonara música. (…)
Sus ojos azules estaban increíblemente próximos y me miraban con audacia, con unos destellos de picardía.
-Tengo que irme, de veras. Estarán esperándome. El dibujo es precioso.
Sonriendo, se colocó delante de la puerta cerrándome el paso. (…)
[ella forcejea para liberarse; al salir de allí, los chicos la miran maliciosamente y con risas]
(…) mañana mi nombre estará en boca de todos (…) ¿Y qué puedo hacer yo sola contra todos…? (pp. 20-22)

A veces me invade un sentimiento de expectación, como si, por debajo de la superficie de mi comprensión, hubiera algo aguardando a que yo lo capte. (p. 26, ed. Alba 2016)

vivo cada instante con una terrible intensidad (p. 30)

Estoy cómodamente sentada en un sofá, mientras fuera los grillos cantan, chirrían. Esta es mi habitación preferida, la biblioteca. El suelo es un mosaico medieval de teselas planas y cuadradas, y la habitación está teñida del color de las viejas encuadernaciones de los libros: óxido, cobre, dorado oscuro, pimentón, granate. Y están las cómodas butacas de cuero oscuro y agrietado, bajo el cual asoma una estructura de un gracioso color rosado, y los libros en las estanterías, usados y cordiales: todo lo necesario para entretenerse los días de lluvia. (p. 30)

Mi pensamiento se desvía de nuevo y vuelve a fijarse en mí, sentada aquí, braceando, ahogándome, enferma de deseo. Como me han llenado de mala conciencia, cualquier cambio en mi rutina produce unos efectos calamitosos, por lo que solo me permito asomarme al umbral con envidia y odiar con toda mi alma a los chicos, que consiguen satisfacer su apetito sexual libremente, sin preocuparse, como si tal, mientras que yo voy de una cita a otra muerta de deseo y siempre insatisfecha. La situación me pone enferma (p. 51)

Si cambiaran la palabra “amor” por “deseo” en las canciones populares, serían bastante más fieles a la realidad. (p. 32)

Tal vez un día llegaré a rastras a casa, abatida, derrotada, pero no mientras mi corazón pueda crear relatos y mi dolor belleza. (p. 34)

(estudiando para los exámenes): Estoy perdida. Huxley se habría reído: ¡menudo lugar de adoctrinamiento es este! Cientos de rostros inclinados sobre los libros, los ventiladores zumbando, marcando el tiempo y poniendo límites al pensamiento. Es una pesadilla. (p. 38)

[Cómo se le niega la sexualidad, el placer, a las mujeres en el patriarcado, y otras violencias]

-¿En qué consiste luchar? ¿En matar a alguien?
Siento una curiosidad inmensa: está claro que no puedo ser un hombre, pero él puede contarme cómo es.
Contesta con indiferencia. (…)
-¿Sylvy?
-Dime…
-Quiero que seas mía, toda mía.
(Por un momento pienso que me está proponiendo matrimonio. Qué encantador, le ha cautivado mi espíritu inquieto y compasivo.)
-¿Cuándo? – le pregunto prosaicamente. (Tal vez diga dentro de cuatro años…)
-Ahora.
Entonces siento su pierna sobre las mías, siento el peso de la realidad, fría, gélida, sobre mis ilusiones.
-¡No! -me incorporo, indignada.
Él forcejea, es fuerte.
-Échate, Sylvy, échate.
Tengo ganas de vomitar (…)
Pero de pronto estoy encima de él, sacudiéndolo (…)
-¡Te odio! ?Maldito seas! ¡Sólo porque eres un tío, solo porque nunca has tenido que preocuparte por quedarte embarazada…! (…)
Cuando dejo de sacudirlo, se incorporra y también yo me siento. Se comporta de forma petulante, está ofendido.
-Muy bien -se aleja rezongando en la oscuridad-, está visto que soy imbécil por beber y por confiar en una maldita tía. (…)
Estupendo, para desquitarse me deja sola en medio del bosque.
Me incorporo y empiezo a andar por el camino. (…) Lo encuentro sentado sobre un tocón, con la cabeza hundida entre las manos, refunfuñando o llorando. Me acerco y me arrodillo penitentemente delante de él.
-Lo siento.
Sigue refunfuñando, ofendido. (…)
-Tú no sabes lo que es -contesta-.No puedes saber lo que es cuando te arde todo el cuerpo, cuando te sientes arder por dentro. (…)
Al final me perdona. (¿Será posible? Tendrías que ser tú quien le perdonara.)
Cuando nos hemos reconciliado, se echa boca arriba apoyando la cabeza en mi regazo. (…)
-Agáchate, bésame. (…)
Le beso, toma mi mano y la desliza hacia abajo. (…) De modo que así es que un chico quiera que le masturbes. (…)
-No, no, no, no, no, no, no…
Tal vez ahora se ha dado cuenta de que solo eres una niña, solo tienes dieciocho años. Y regresáis por fin a la casa de la fraternidad. Ya sabes que no volverás a salir con él si te lo pide, pero nunca más podrás volver a pasear, ni a estar sola, y le odias por haberte privado de eso: de los paseos y de la soledad. (pp 55-57)

Sylvia Plath – 1950

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