En su último informe sobre El Estado del Mundo, el Worldwatch Institute advierte de que el consumo aumenta a un ritmo “insostenible” con consecuencias
ya visibles tanto en los países ricos como en vías de desarrollo.
Consumir no es malo hasta que se hace en exceso y esa es la tendencia en el planeta en los últimos años, según el Worldwatch Institute. De seguir con
el gasto actual en la adquisión de bienes y servicios, en poco tiempo se necesitará tres planetas como el nuestro para poder soportar el consumo
global. Con tan sólo el 12 por ciento del total de la población mundial, Estados Unidos, Canadá y los países de Europa Occidental representan el 60
por ciento del consumo privado mundial. En estas mismas regiones, el gasto anual en cosméticos asciende a los 18.000 millones de dólares, una cifra
que invertida en educación podría alfabetizar tres veces a la población del planeta.
La clase mundial de los consumidores está formada por 1.700 millones de personas, una cuarta parte de la humanidad. La mayoría de estas personas vive
en los países más ricos, pero lo cierto es que el número de consumidores en los países en desarrollo aumenta sin cesar. “Casi la mitad de los
consumidores mundiales vive en los países en desarrollo. Aunque es cierto que un ciudadano indio o uno chino consume mucho menos que el norteamericano
y el europeo, China e India solas acogen a una clase consumidora mayor que toda la de la Unión Europea”, señala el Worldwatch Institute en su informe
El Estado del mundo, que este año se dedica exclusivamente a la sociedad del consumo.
En países como China, el afán por satisfacer la demanda consumidora ha estimulado la economía, creado nuevos puestos de trabajo y atraido a la
inversión extranjera. La nueva forma de consumir, sin embargo, trae también consecuencias negativas tanto para los países en desarrollo como para los
más ricos. En las regiones industrializadas, la población con mayores recursos se enfrenta ahora a problemas derivados de su alto consumo, como el
elevado coste sanitario para antender a los enfermos a causa del tabaco, el sobrepeso y el estrés causado por las largas jornadas de trabajo que les
ayuda a seguir consumiendo.
En los países del Sur, en cambio, “los casi 3.000 millones de personas que sobreviven con menos de dos dólares al día deberán incrementar su consumo
para satisfacer sus necesidades básicas de alimento, agua potable y saneamiento”, advierte el informe, que también destaca las consecuencias negativas
que el consumo “insostenible” tiene sobre el medio ambiente. Asimismo, la coautora del estudio y especialista en seguridad alimentaria, Danielle
Nierenberg advierte de la progresiva “degradación de los bosques, desparición de zonas de pesca y presión sobre las comunidades indígenas”.
Propuestas a consumidores y gobiernos
Para evitar que la forma actual de consumo siga perjudicando el medio ambiente y la calidad de vida de las personas, El Estado del Mundo propone a
gobiernos, empresas y consumidores que frenen y reorienten esta actividad. Según el Worldwatch Institute, debería llevarse a cabo una reforma fiscal
ecológica, una modificación de los impuestos “para que los fabricantes tengan que pagar por los perjuicios que causan al medio ambiente”.
En esta línea, los gobiernos deberían apostar por la creación de leyes que exijan a las empresas “que retiren los productos al final de su vida útil y
prohiban el entierro y la incineración de productos”. “A nivel individual, los consumidores podemos empezar por comprar productos que respeten el
medio ambiente y la salud de las personas”, añade Danielle Nierenberg.
¿Es más feliz quien más consume?
Datos de la Encuesta Mundial de Valores desvelan que el nivel de renta y felicidad están relacionados, aunque hasta cierto punto. Una vez cubiertas
las necesidades básicas, los ingresos adicionales son únicamente “pequeños añadidos” a la felicidad de las personas. Como explican desde el Worldwatch
Institute, no es más feliz quien más consume, sino quien consume de la mejor forma.
Un buen ejemplo de consumo responsable y que reporta bienestar a la sociedad se dió en Bogotá a finales de la década de los noventa. Al acceder a la
alcaldía, Enrique Peñalosa decidió mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y, en contra de las voces que reclamaban la construcción de una
autopista, decidió crear un sistema de autobuses más barato y rápido que transporta cada día a 780.000 personas por la ciudad. El proyecto costó la
mitad que la deseada autopista y el resto del dinero se invirtió en la reforma de más de un millar de parques, en fomentar las matrículas de niños y
niñas en las escuelas y crear bibliotecas. Como consecuencia, la calidad de vida de los vecinos ha aumentado, al tiempo que la tasa de violencia en la
ciudad ha disminuido.
Más información:
En la página web del Worldwatch Institute
http://www.worldwatch.org/