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Author: Subject: Sólo se acaba con la violencia rechazando usarla - Chomsky analiza el terrorismo
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Sólo se acaba con la violencia rechazando usarla - Chomsky analiza el terrorismo


El nuevo libro de Chomsky sitúa a EE UU como jefe mundial del terrorismo de Estado

El activista afirma que la mejor forma de acabar con la violencia es dejar de participar en ella


MIGUEL MORA - Madrid

EL PAÍS | 29-09-2003

"A todo el mundo le interesa acabar con el terrorismo. Bien, hay una manera
muy sencilla de conseguirlo: dejar de participar en él. No digo que eso lo
arreglará todo, pero sí una gran parte". Ésta es la idea que sostiene Poder
y terror (RBA), el último libro de Noam Chomsky (Filadelfia, 1928). A
través de una entrevista y varias charlas recientes, el lingüista y
activista revisa el sangriento currículo de agresiones cometidas en nombre
del capitalismo democrático (Afganistán, Irak, Irán, Nicaragua, El
Salvador, Colombia, Palestina...), sitúa a su país como el líder mundial
del terrorismo de Estado y refuta la teoría preventiva: "Lo hacemos
nosotros: es contraterrorismo, guerra justa. Lo hacen ellos: es terrorismo".

La memoria de un historiador; el vigor y la valentía de un joven activista;
la inteligencia y la solidez moral de un sabio profesor; la facilidad y la
precisión para sintetizar la información del lingüista avezado. Ésas son
las armas de Noam Chomsky, que una vez más sale a luchar contra los molinos
de viento y canta las verdades del barquero, las que casi nadie en
Occidente quiere oír.

Por la simple vía del recuento de las atrocidades de los últimos 50 años,
el profesor del Massachussets Institute of Technology (MIT) hace en su
nuevo libro, editado en EE UU poco antes de la invasión de Irak, un alegato
por la paz, la justicia y la democracia. Chomsky empieza reconociendo el
privilegio que es poder decir lo que piensa (una "perogrullada" que suele
costarle ataques furibundos), y define el 11 de septiembre como "un espanto
atroz". "Pero todos sabemos que no era nada nuevo. De esa misma manera han
tratado las potencias imperialistas al resto del mundo durante cientos de
años".

El ataque a Nueva York y Washington fue histórico, añade, "pero no por la
magnitud ni la naturaleza de la atrocidad, sino por quiénes fueron las
víctimas. Si repasamos la historia, los países imperialistas han sido
básicamente invulnerables. Se cometen cantidad de atrocidades, pero en otro
sitio, siempre en otro sitio".

Primera idea: la hipocresía al juzgar a las víctimas: "Las nuestras
cuentan, las de ellos no". Chomsky cita al "filósofo favorito de Bush
(Jesús)" : "Hipócrita es quien se niega a aplicarse la misma vara que aplica
al prójimo". Eso no sólo rige para los políticos, también para los
intelectuales: "Estados Unidos fue el único país dispuesto a dar apoyo
incondicional a las tremendas atrocidades terroristas cometidas por Turquía
en el sureste del país. Millones de kurdos fueron arrancados de su casas,
miles de pueblos fueron destruidos, hubo decenas de miles de muertos que,
antes de morir, sufrieron toda clase de bárbaras torturas. Clinton hacía
llegar una avalancha de armas (...). El hecho de que los intelectuales
occidentales puedan ver todo esto sin decir una palabra es un testimonio
admirable de lo disciplinada que es la gente bienpensante".

Chomsky establece la correlación entre las ayudas militares y económicas
que concede EE UU, las violaciones de los derechos humanos y la apertura de
esos países a la inversión multinacional. Los más favorecidos son Israel
("la base militar de EE UU en Oriente Próximo, con 34 años de ocupación
brutal de Cisjordania, cientos de miles de muertos y 50.000 torturados a
costa de los contribuyentes estadounidenses" ); Turquía (que emprendió su
lucha antiterrorista "con armas estadounidenses en un 80%" ), y Colombia
(miles de abogados, periodistas, campesinos y luchadores por los derechos
humanos asesinados, la tierra baldía a causa de la fumigación
indiscriminada, más privatizaciones que en ningún otro país para que llegue
la inversión de las corporaciones, y una división paramilitar que es, en
realidad, "la sexta división del Ejército colombiano" ).

Pero Bush no ha inventado nada, dice Chomsky: la "agresión abierta" marca
la política exterior estadounidense de forma declarada al menos desde el
Gobierno de Reagan, y hoy continúa igual, incluso con viejos líderes de esa
batalla al frente, como Donald Rumsfeld, entonces enviado a Oriente
Próximo, y John Negroponte, embajador en la ONU de Bush y en aquel momento
cerebro de la guerra en Nicaragua.

Chomsky repasa también de manera implacable el registro de las violaciones
de la Convención de Ginebra y el uso del veto por EE UU en la ONU. Y
desvela alguna trampa lingüística, como la del "proceso de paz" de Israel y
Palestina: "Durante los últimos 30 años de 'procesos de paz', EE UU no ha
hecho más que socavar la paz y bloquear cualquier posibilidad de acuerdo
diplomático".

Aunque el abuso de poder no es patrimonio de Estados Unidos, afirma también
el autor de El miedo a la democracia, que recuerda la represión colonial y
da escalofriantes citas, favorables al exterminio de "árabes
recalcitrantes" -Churchill-, "negros" -Lloyd George- e "indígenas
argelinos" -ministro de Guerra francés-.

Falsa devoción
La conclusión es que la primera potencia mundial utiliza la coartada de
exportar su "devoción por la democracia" (técnica de propaganda que, según
Chomsky, roza lo grotesco y copia la que usaban los nazis en los países que
ocupaban), para controlar a todo el que se desmanda. Ya sea vía guerra
económica (Haití, Cuba); tradicional y biológica (Vietnam, Corea,
Colombia...), o sólo tradicional (América Central -"donde Estados Unidos
acabó con la Teología de la Liberación"-, Cisjordania, Timor Oriental... El
origen de esa violencia, sostiene, es la fundación de EE UU: "¿Por que vivo
aquí?", se pregunta. "Porque unos cuantos fanáticos fundamentalistas
religiosos de Inglaterra vinieron a estas tierras y comenzaron a exterminar
a la población indígena. Luego los siguieron muchos otros y exterminaron al
resto de la población indígena. Y no fue cosa de poca monta, fueron
millones de personas".

Pero junto al crítico demoledor aparece el Chomsky optimista: "Estamos
mejor que hace 30 o 40 años. La población del país está mucho más
civilizada que entonces y el fenómeno va en aumento. El activismo de los
años sesenta y el despertar que supuso condujeron -por primera vez en la
historia de Estados Unidos- a un cambio sustancial: el exterminio empezó a
formar parte de la conciencia general".

Eso, agrega, "impone ciertas restricciones a la violencia de Estado. Y no
hay otra vía. No hay fuerza exterior capaz de restringir la violencia del
más poderoso de los Estados, sea Estados Unidos o cualquier otro. Las
restricciones deben venir de dentro".

Acusado de apología

Sin caer en demagogias ni en paranoides teorías conspirativas, tirando con
perspicacia de casos históricos, citas oficiales y documentos
desclasificados, Chomsky sigue siendo un agitador imprescindible. En el
libro cuenta que escribió su primer artículo político a los 10 años, en
febrero de 1939, "después de la caída de Barcelona" a manos de los
nacionales. Ahora, con 74 años, su voz suena con más fuerza que nunca en su
país ("un día me invitaron incluso a hablar en televisión", dice con
ironía), lo cual le ha valido para ser acusado de apología del terrorismo.
"Es la manera infantiloide de verlo, es justo lo contrario", se defiende en
la entrevista con John Junkerman, codirector con el japonés Takei Masakazu
del documental Power and terror, del que surgió el libro: "Es una cuestión
de sensatez. Se trata de que no podemos alegar el terrorismo de los débiles
sin enfrentar también el innombrable pero mucho más desproporcionado
terrorismo de los poderosos contra los débiles. Si a uno le da igual que
haya futuros ataques terroristas... pues está bien, no prestemos atención a
las razones. Pero si uno está interesado en evitarlos, no hay más remedio
que buscar esas razones. Y es lo contrario de hacer apología del terrorismo".
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