Educación contra la violencia contra las mujeres
La Vanguardia, 3 mayo 2004
Otelo en el instituto
MIQUEL MOLINA
"Un día me matará”, había advertido muchas veces Jennifer a sus amigas de Alzira antes de que, finalmente, su ex compañero Ismael burlara la
protección judicial y confirmara el negro presagio. Éste es el segundo caso registrado este año en el que un maltratador acaba con la vida de su
pareja pese a estar sujeto a una orden de alejamiento en vigor, un mecanismo de defensa que, a decir de los expertos, es eficaz en un número no
despreciable de situaciones. Este cinturón de seguridad alrededor de la mujer amenazada, igual que la vigilancia policial y la acción de los servicios
sociales, son sistemas de defensa mejorables pero útiles en la lucha contra la estadística que nos dice que cada semana muere por lo menos una mujer
por esta suerte de terrorismo familiar. Lo que ocurre es que parecen no bastar cuando la celotipia delirante o una psicopatía extrema llevan a un
hombre a comportarse con sus seres más próximos como lo haría un animal salvaje. “Aquí guiri loco”, dijo el miércoles el asesino de Irina y de su bebé
de 8 meses a los policías que venían a esposarle. Es probable que la única manera de desactivar a estos potenciales asesinos sea mejorar la eficacia
de esta red de seguridad; aunque siempre habrá un Ismael que consiga burlarla, no hay alternativa a corto plazo. De cara a un futuro menos inmediato,
hay consenso en que urge mejorar la educación para evitar que el estereotipo del hombre que reacciona con sangre al darse cuenta de que se ha
convertido en nadie a los ojos de su pareja se perpetúe a través de las generaciones. El nuevo Gobierno socialista ha dado un paso en ese sentido
anunciando la implantación de una asignatura obligatoria de convivencia e igualdad. Profesores y maestros trabajan ya hoy en día con ese mismo
objetivo en el contacto diario con sus alumnos. El plantear estos temas en clase permite a los docentes, sin embargo, darse cuenta de que no basta con
una asignatura de enunciado políticamente hipercorrecto si en el grupo familiar no se educa a los niños en la misma dirección. Una profesora de un
instituto barcelonés cuenta que preguntó a chicos y chicas de primer ciclo de ESO –entre los que había inmigrantes de Argentina, China y el Magreb–
sobre su participación en labores domésticas. El resultado fue: todas las chicas colaboraban regularmente en tareas generales del hogar, mientras que
los chicos alegaban que para qué mover un dedo si sus madres y hermanas mayores “lo hacían estupendamente”. “Muchos padres educan a los niños a partir
de esta distribución de las tareas y lo que hacen es fijar un estereotipo que más adelante puede convertirse en un factor de desigualdad”, apunta esta
profesora. Un desequilibrio instaurado a edad temprana en un momento en el que el hombre, en su versión más tradicional, se ve amenazado por la
independencia creciente de la mujer y siente en el estado extremo la necesidad de imponerse de la manera que lo hizo el viernes el “Rambo” de Alzira.
Ni Ismael ni el “guiri loco” optaron por el suicidio, recurso del parricida que no quiere afrontar el día siguiente de la tragedia. “Yo te he besado
antes de asesinarte, no me quedaba otra cosa que hacer que lo que he hecho para poder morirme sobre tus besos”, le hace decir Shakespeare al
protagonista suicida de “Otelo”, lectura sobre el poder devastador de los celos que debería ser obligatoria en la asignatura que prepara Zapatero.
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