Activismo - Cartas y artículos de denuncia
Los pies de Sofía
Rosalba Moreno M.
Acompañando mi voz en esta lectura imagino las fuertes manos de Victor Jara, arrancando a su guitarra sones de canto y rebeldía y en mi mente resuenan los pasos y las voces en las que desde todo Chile, de todo nuestro pueblo, erguido marcha hoy bajo las verdes alamedas que Salvador Allende, una noche como esta soñara, dibujara, acariciara a palabra y disparo, a lápiz y fusil.
Sucedió treinta y cuatro años que hoy se cumplen, cuenta la historia, de cuyas páginas los rescata la memoria que erguidos los recuerda, a la muerte enfrentando con la seguridad de quienes saben que es victoria esa muerte cuando en semilla de dignidad humana floreciente retorna.
Los pies de Sofía
Conmigo van. Conmigo están hoy, junto a ustedes, estos pies. Los pies de Sofía, pies de mujer trabajadora, heredera de bravías sangres, guerrera de paz, incansable constructora de sueños, sabia con la sabiduría de sus ancestros –que los tuyos y los míos también son-, decidida a vivir y morir en cada instante, con la dignidad de quienes se saben dueños y dueñas de derechos cuyo ejercicio es exigencia a otras y otras y a sí mismos.
Instantes hay en la perennemente oscilante balanza sobre la que van posados encontrados sentires y pensares, en los que logran imponerse cansancio, desesperación, rabia. En esos instantes los pies de Sofía dan fuerza a los míos. La imagino con su tranquilo andar de matrona recorriendo su vecindario allá, junto al río Cacarica. Su pausada voz, su sonrisa abierta y la dulzura que su fuerte cuerpo irradia logran, entonces, hacer huir las sombras.
Mi negra Sofía, fiel guardiana del Darién y sus riquezas. De selva y ríos, de cativales y ciénagas, de playas y fértiles tierras, de garzas y monos, de serpientes y pájaros, de peces y tortugas. Por fusil sus ideas. Por balas sus palabras, su risa, su cadencioso andar, sus manos amasando, junto a su pueblo, semillas inmortales cargadas de memoria y floreciendo en sembríos de arroz y cativo, de flores y legumbres, de hortalizas, frijol y maíz.
Van en su paso los cantos que en los palenques a luchar, vivir, morir por libertad llamaron. Resuena su grito entre tambores y maracas, guitarras y tiples, arpas y flautas, acordeones y pianos, marimbas y timbales en medio de esa selva prodigiosa en la que el zancudo, único y efectivo combatiente antiimperialista, según Vargas Vila, rompería, a inicios del pasado siglo, la continuidad de la negra cinta asfáltica que de sur a norte y de norte a sur serpentea pretendiendo unir esta terrícola porción llamada América que, desde entonces, muere en el Darién y renace pasado el Canal de Panamá.
Grave problema en época en que garantizar velocidad en el flujo de mercancías y productos del trabajo humano, restringiendo en cambio el libre flujo de personas, parece ser la idea que algunos y algunas defienden sobre el uso a dar a vidas y territorios en beneficio del “bien común” o, “por los superiores intereses de la patria” en lenguaje presidencial. Semilla de guerra este pensar y actuar que en el altar de los “superiores intereses” cree posible sacrificar la vida y gracias al cual Sofía, su familia y su gente fueron obligados a hacinarse por años, en infrahumanas condiciones en campos de concentración que como albergues humanitarios figuran en los informes institucionales gubernamentales no gubernamentales.
Fueron y siguen siendo millones en todo el territorio nacional los que, despojados de su tierra y, en muchos casos llorando sus muertos y desaparecidos, enfrentaron la avalancha de sangre y muerte. Continúan aumentando según titulares de medios informativos oficiales y de oposición coincidentes con profundos estudios que nuevas categorías de análisis producen y con los datos de quienes en cifras pretenden atrapar la realidad.
¿Retornar a su verde selva, convertidos en blanco de las armas de uno y otro bando, a empezar sobre las ruinas olorosas a recuerdos? o ¿quedarse en la selva de cemento y entre el asfalto y el “progreso” abrirse un espacio?
Entre los que por retornar optaron esta ella. Mi negra Sofía. Y en su historia y su hacer van todas las Sofías. Negras, blancas, morenas mujeres del campo y la ciudad, del asfalto y el barro, del concreto y la selva. Y también ellos. Los hombres junto a los que, sin importar donde, ellas van reconstruyendo con tenacidad de hormigas, levedad de mariposas y ternura de mujeres un mundo humano, habitable.
Es lo que me lleva a dudar sobre la existencia de seres que crean posible negociar vidas y territorios, pisotear y aplastar la dignidad humana, coartar la libertad. En caso de que haya realmente quienes así piensen quizá habría que recordarles en que barro nos hemos ido modelando, ellos y nosotros.
Segura estoy que lo conocen y saben por ello que mientras una risa por el aire vuele, una voz entone una canción y una cadera baile al compás del corazón, seguirán siempre en cada instante vivas rebeldía y dignidad, ansias de libertad, sueños inmortales como los hombres y mujeres que tras ellos caminan.
Por eso mi cansado paso se aviva cuando en los pies de Sofía me siento caminar y al hacerlo confirmo, en la diaria batalla por ejercer derechos y asumir deberes, que igual que en la más pequeña semilla toda la vida está, también en cada instante vivimos y morimos para volver a vivir.
Y es que, cuando en los pies de Sofía siento caminar, sus pícaros ojos se cruzan con los míos y mientras el cruce al aire lanza chispas de vida y muerte, de guerra y paz, de amor y rabia, de ternura y dolor, riendo burlones se alejan dejando tras de sí olor a selva, rumor de bestias desbocadas y palomas volando; sabor de agua eternamente fluyendo sobre la muerte vida tornándose a cada instante, gracias a la magia que cada quien dentro lleva y que entretejida con la de todas y todos, caminos de eternidad alumbra.
Reflexión en ocasión de la "Semana por la Paz"”, Septiembre 11 de 2007
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Publicado en mujerpalabra.net en 2007