Activismo - Feminismo - V-Day
Cáncer de Congo
Eve Ensler (junio 2010)
Traducciones Libres (lenguaje inclusivo y transformador) – para uso personal de pensadoras, pensadores, artistas y activistas, del texto original alojado en http://www.vday.org/node/1841
Mi cáncer es arbitrario. Las atrocidades cometidas en Congo son totalmente intencionadas
La enfermedad y su tratamiento sólo ha reforzado mi determinación a luchar por sacudir la indiferencia mundial ante la terrible violencia que se vive en Congo
Habrá quien piense que el que te diagnostiquen un cáncer de útero, que tengas que pasar por una intervención quirúrgica importante y un mes de debilitadoras infecciones, y finalmente meses de quimioterapia, pudiera hundir a quien lo padeciera. Sin embargo, en realidad, esto no es lo que a mí me ha envenenado: no es lo que me quita el sueño, lo que me tiene en vela noches enteras, paseando sin cesar por la casa. No es esto lo que me sume en momentos de insufrible oscuridad y depresión. Tener cáncer asusta, sin duda, y duele. Tiende a interrumpir tu vida entera, todo queda cuestionado, te ves arriconada frente a la dimensión última y la posibilidad de morir. Podemos clamar a las diosas y a los dioses, "¿Por qué? ¿Por qué ahora? ¿Por qué yo?" Sin embargo, al final, sabemos que esas preguntas son absurdas, que no significan nada. Y es que el cáncer es una enfermedad, ha estado aquí siempre, no es un asunto personal, su elección de la persona vulnerable que lo vaya a sufrir es a menudo arbitraria. Es una cuestión de la vida.
Durante meses, los equipos médicos me han cortado, cosido, pinchado, escurrido, tomografiado, radiografiado, conducido a la fase IV, rociado, hidratado… intentando identificar la fuente de mi ansiedad, para aliviar mi dolor. Aunque han conseguido extirparme el cáncer, tratar un tumor aquí, una fiebre allá, no se han acercado ni lo más remotamente a la causa profunda de mi padecimiento.
Hace tres años, la República Democrática de Congo se apropió de mi persona. V-Day, (ví-dEi) un movimiento social que trabaja por poner fin a la violencia sexual contra las mujeres y las niñas, recibió una invitación para conocer a mujeres que habían sobrevivido a la violencia sexual vivida allí. Después de pasar tres semanas en el Hospital Panzi de Bukavu, donde había más de 200 pacientes, y donde muchas mujeres compartieron conmigo sus historias de cómo habían sufrido violaciones múltiples, tortura, me sentí totalmente devastada. Me contaron cómo a consecuencia de todo aquello habían perdido sus órganos reproductivos, y las fístulas que tenían: agujeros entre la vagina y el ano o entre la vagina y la vejiga, que ya no les permitían contener la orina o las heces. Conocí las historias de bebés de nueve meses, niñas de ocho años, mujeres de ochenta, que habían sido humilladas y violadas públicamente. Como respuesta a esta situación, siguiendo la iniciativa de las mujeres de allí, creamos una campaña internacional, "Dejad de violar nuestro recurso más valioso: mujeres y niñas de RDC al poder" , que ha traído consigo que se rompan tabúes, que se organicen giras y marchas, se eduque y entrene a activistas y líderes religiosos, y que irradien las actuaciones de Monólogos de la Vagina por todo el país, culminando este mes con una actuación en el Parlamento congoleño. Las activistas del V-Day han difundido esta campaña por todo el planeta, movilizando la recogida de fondos y despertando las conciencias. En varios meses, junto a las mujeres de Congo, inauguraremos la Ciudad de la Alegría, the City of Joy, una comunidad de supervivientes en la que se cuidará y curará a las mujeres, para que transformen su dolor en ánimo de lucha (poder). Asimismo, hemos ido a plantear todas estas cuestiones a Downing Street, la Casa Blanca, y el despacho del Secretario General de las Naciones Unidas. Hemos gritado en el Parlamento de Canadá, en el Senado de Estados Unidos y en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Hemos llorado, y se han hecho promesas con mucho sentimiento.
Mientras reposaba en mi cama del hospital o intentaba luego descansar en casa, en estos meses, han sido las llamadas de teléfono y los informes que llegan a diario de la RDC lo que me ha puesto enferma. Las historias de violaciones sin fin, asesinatos con machete, mutilaciones grotescas, asesinato abierto de activistas de derechos humanos… Estas imágenes, estos hechos, son lo que crea la náusea y la debilidad, mucho más que la quimio, los antibióticos o los tratamientos contra el dolor. Pero más difícil que enfrentarme a esto (en el estado de debilidad física en que me he encontrado) ha sido saber que a pesar de las interminables y espeluznantes atrocidades que le han costado la vida a 6 millones de personas y que arrojan la cifra de 500.000 mujeres y niñas violadas y torturadas, la élite del poder internacional no parece estar haciendo NADA. Básicamente, han abandonado a su suerte la RDC y a sus habitantes, a pesar de las muchas visitas a la zona que se han hecho, y a pesar de las promesas.
Es muy tarde, llevan casi 13 años en esta guerra. La administración Obama, como en la mayor parte de las situaciones últimamente, se niega a ubicarse con claridad. Hace varios meses fui a la Casa Blanca a reunirme con un alto cargo de la Administración para ver cómo podríamos implicar a la Primera Dama en el trabajo de poner fin a la violencia sexual en Congo, pues pensaba que su solidaridad llamaría la atención sobre el tema y llevaría a mucha gente a la acción. Se me dijo, resumiendo, que el feminicidio no era su "área": la señora Obama estaba centrada en la obesidad infantil. Me sorprendió que una mujer de sus capacidades no fuera ambidiestra (¿o acaso, sencillamente, se trataba de una ausencia de interés y voluntad política?). Después vino el Secretario Clinton, quien al menos (después de mucha presión) visitó la RDC hace ahora casi un año, y allí prometió cosas muy importantes para las personas a las que se le hicieron esas promesas. Estaban emocionadas ante la posibilidad de que el gobierno de Estados Unidos pudiera darle prioridad finalmente a la construcción de la voluntad política en la región de los Grandes Lagos para terminar con la guerra que padecen. Sin embargo (sin duda, sí), continúan esperando. Seguidamente, vino la ONU. El ritmo anémico y glacial, y la burocracia que lo mata todo, siguen permitiendo y, para el caso de Monuc y el Consejo de Seguridad, incluso facilitando una guerra regional de muerte de todos y todas.
Hace dos semanas, en Kinshasa, uno de los grandes activistas de derechos humanos, Floribert Chebeya Bahizire, fue brutalmente asesinado. En la misma semana, ejecutaron a la familia de una persona que trabajaba en el Hospital Panzi. Mataron a tiros a un niño de 10 años y a una niña de 12 que volvían a casa en coche. El asesinato y la violación de mujeres en los poblados no cesa. La guerra sigue devorándolo todo. ¿Quién está exigiendo que se proteja a las poblaciones de Congo? ¿Quién está protegiendo a las activistas y los activistas que le están nombrando la realidad (diciendo las verdades) al Poder? En un funeral, la semana pasada, en Bukavu, el pastor gritó, desesperado: "Están matando a nuestras mamas. Ahora están matando a nuestras hijas e hijos. ¿Qué hemos hecho para merecer esto? ¿Dónde está el mundo?"
Las atrocidades cometidas contra las poblaciones de Congo no son arbitrarias, como mi cáncer. Son sistemáticas, estratégicas e intencionadas. El fondo del problema es una economía mundial demencialmente avara, que busca exasperadamente robarle más minerales a las personas de Congo. Alimentando esta hambre insaciable están las multinacionales que se benefician de estos minerales, y que están más que dispuestas a no ver a los hombres que cometen el feminicidio y el genocidio, siempre y cuando se colmen sus expectativas económicas.
Yo tengo suerte. El alivio de un diagnóstico positivo me ha hecho híperconsciente de lo que mantiene a alguien con vida. ¿Cómo se sobrevive al cáncer? Sin lugar a dudas, con buena atención médica, un buen seguro, buena suerte… Pero la clave de la cura se encuentra en no ser olvidada: en recibir atención, cuidados, cariño, en estar rodeada por una comunidad que se implica en pedir la información que necesitas, en defenderte, en protegerte cuando estás debilitada, que duermen a tu lado, no te dejan rendirte, te traen comida, que se niegan a verte como paciente o víctima, reteniendo la imagen de que eres una persona viva, preciosa, que crean metáforas para que puedas visualizar tu propia supervivencia. Ésta es mi medicina, y también la de cualquier persona, cualquier mujer, niña o niño de Congo.
Información sobre uso de este material: consultar con la autora ; la traducción, libre, es para el Dominio Público
Publicado en mujerpalabra.net en septiembre del 2010