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Puerta Azul
1989-1994

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Volver a El campamento Microsociedad idealista. Lucha y vida. Libertad y solidaridad, por michelle (2012)

gcwpcEl Greenham que yo conocí era Blue Gate como campamento permanente y Emerald o Woad Gates con usos colectivos temporales o porque alguna mujer se quisiera ir a pasar una noche o unos días allí. A veces creo que también se abrieron Orange y Green Gates, para alguna reunión o celebración. A Yellow Gate, el otro campamento permanente que había, que estaba en la entrada principal a la base, no fui nunca porque había habido una ruptura hacía años y no me quise enterar de aquella historia. Creo que allí estaban unas tres mujeres que fueron las últimas en irse, en el año 2000. La Puerta Azul había cerrado en 1994, tras una fiesta...,

Si cuando había campamentos en todas las entradas a la base la Puerta Azul era la de las mujeres New Age, cuando yo llegué ya no era así: era un punto de encuentro para las mujeres de Greenham y funcionaba como un organismo vivo, habría dicho Elizabeth, es decir, sin estructura ni organización, sin que nadie dijera qué había que hacer cuándo, o que era necesario acordar qué había que hacer cuándo. ¡Y funcionaba!, operaba con naturalidad. Todavía me río cuando recuerdo que algunos activistas antimilitaristas no nos creían cuando vinimos de gira a España.

En esta época predominaban las mujeres lesbianas y veganas, pero también había heterosexuales, asexuales, bisexuales, sin vida sexual, no supe de nadie transexual o intersexual, había omnívoras y vegetarianas. Yo sólo vi a mujeres "blancas" (marfil pálido, rosadito, miel...), lo que de hecho me planteó preguntas (en Londres por ejemplo había una mezcla de culturas importante que no se reflejaba en el campamento), y las identidades geopolíticas (nacionalidades) de cuando yo estuve allí fueron: irlandesas, espanyolas, italianas, alemanas (del oeste), canadienses anglófonas, canadienses francófonas, estadounidenses, belgas... pero las que más abundaban eran las mujeres británicas, en particular las galesas e inglesas.

A mí la vida en la Puerta Azul me encantaba (escribí un relato, Llegar a la Puerta Azul vínculo externo), por dura que fuera respecto al clima y las numerosas dificultades. De hecho, es el único entorno social en la que he podido vivir sin tener que pagar dos precios que pagamos sin siquiera ser conscientes de ello: el precio de asumir "voluntariamente" una limitación a mi libertad de movimiento como resultado del miedo a los violadores (jamás he caminado tan tranquila como en Greenham, donde sabía que a un grito mío vendrían las mujeres que hubiera, aunque sólo fuera una, en mi auxilio; eso hay que vivirlo para disfrutarlo, y cómo) y donde la apisonadora de la exclusión social no funcionaba, con la sorda brutalidad a que nos tiene acostumbradas al menos, por lo que no me sentí nunca como "una inadaptada social", una persona "rara", "conflictiva", "peligrosa"... que es como la sociedad patriarcal concibe a las mujeres con criterio y/o creatividad.

Decir esto no es decir que no tuviéramos problemas. Pero se partía de un nivel de comprensión de la vida en sociedad muy distinto, una comprensión que yo llamo anarquista porque tiene que ver con el valor real y práctico que tiene cómo se concibe y entiende la libertad y la solidaridad, es decir, un modo de estar en el mundo en el que los ejes son ser una persona autónoma capaz de empatía, capaz de entener que aportar al bien común es parte de la felicidad y necesario para el bienestar, tanto como respetarse y que te respeten, es decir, un entorno que conecta la libertad individual al bienestar en sociedad, en lugar de enfrentarlos. Quienes vitalmente no lo necesitan ni sienten, no pueden concebirlo, pero lo cierto es que hay alternativas posibles, lo sabemos muchas personas, y ha ocurrido a lo largo de la historia siempre, seguramente, opciones mejores que la Sociedad de la Violencia y el Miedo que impera, por mucho que insista tanta gente en negarlo. Es más fácil de lo que parece, aunque sea muy complejo. Quienes no lo conocen deberían controlarse y atender. Al fin y al cabo, no se plantea el abuso, sino la cooperación.

El caso es que la Puerta Azul se parecía mucho a los ideales de libertad y solidaridad que he perseguido sin saberlo y luego enterada, por eso digo que si se usara alguna palabra para identificar la onda del campamento, yo usaría "anarquista feminista". Cuando vinimos de gira a España, gracias al Grupo de Mujeres del MOC vínculo externo, algunos activistas no nos creían (la mentalidad patriarcal es así: las mujeres están tan locas que se ponen a decir mentiras o idioteces, siempre hay que desconfiar de lo que te dicen, de hecho, mejor que hablen los hombres): el campamento funcionaba sin que organizáramos turnos de nada, y las acciones se improvisaban casi siempre. (Bueno, existía algo especial: la food rota.) Lo aclaro: no había turnos porque todo el mundo aportaba lo que quería al bien común; había improvisación porque sabíamos que todas estábamos implicadas en la seguridad de todas. A diferencia de lo que yo he visto en la organización de acciones (noviolentas) en otros lugares, nadie podía "estropear" la acción porque no actuara adecuadamente o no controlara su miedo. Las personas iban antes, y todas sabíamos que si de pronto te hacías daño, o te arrepentías o cagabas de miedo, alguien te ayudaría a salir, y luego seguirían con "la aventura", o no. Daría igual. Lo importante eran las personas que estaban allí. Esto era el mínimo radicalmente claro del que se partía. Te llevaras bien o mal, sabías que podías confiar en que cualquiera de esa comunidad te ayudaría. A mí esto me parece inteligente y admirable, dado el mundo. Y me extraña que tanta y tanta gente no se pare a aprender de esta exploración vital y social. Por abordar otro punto que marca la respiración de muchas luchas sociales, las acciones no se montaban en función de que los medios nos hicieran caso (de hecho, si venía alguna periodista solíamos escapar, y le tocaba quedarse a atenderla a la que hubiera pillado - esto tampoco se había acordado). No había lideresas, desde luego. Era como la historia de amor de mi vida, que de hecho encontré ya en la madurez: independientes pero compartiendo. En casa, no hay turnos ni responsabilidades asignadas. Si algo tiene que hacerse, lo hace quien desee hacerlo, y el respeto a la libertad individual no entra nunca (nunca) en conflicto con compartir, porque nadie abusa de nadie, porque partimos de la base de que cada cual es total responsable de su vida, por lo que cualquier aportación de la otra persona es recibida como un regalo, la expresión del amor y el cuidado.

The FireAsí era en la Puerta Azul, y fue la primera vez que yo vi eso en una microsociedad. Ciertamente, en ocasiones alguna mujer se cabreaba porque todas las tazas estuvieran sucias (lavar cacharros en el frío glacial y/o la lluvia no es divertido) y recordaba a todas que lo mejor sería que cada cual lavara lo que manchara. Alguna vez, al ser pocas, ocurrió algo que sin organizarnos en turnos siempre cuidábamos: que siempre hubiera un par de personas en la Puerta Azul, porque por algo se llamaba "campamento permanente". En la segunda mitad de la década de los ochenta caería el número de activistas en las Puertas, pero lo asombroso fue que siempre se mantuvo la presencia. Me acuerdo que la noche de diciembre que yo llegué allí, sólo había una mujer calentándose en el fuego. Y el número de mujeres durmiendo en el campamento oscilaba mucho pero era en esos días de entre tres a como mucho 15 y a menudo seis u ocho. Sin embargo, nos negábamos a responder a esta pregunta, porque la realidad era que la red de mujeres de Greenham era inmensa, y continuamente aportaban su trabajo de activistas, fotocopiando cosas, mecanografiando otras, cocinando algo, haciendo envíos postales (hablamos de tiempos preInternet y preMóvil), llamando a gente para participar en acciones, reuniones, donando materiales, reuniendo dinero, dando a conocer los temas... En fin, esas pocas personas, casi siempre variables, además, no habrían podido tener la repercusión que tenían sin esta red, y al tiempo, esta red no habría podido ser sin aquel punto de encuentro.

Volviendo al tema de la no organización y del funcionamiento orgánico de la vida en el campamento, las más de las veces siempre había alguien que se ponía a lavar cuando había cacharros sucios, alguien que notaba que quedaba poca agua y cogía el carrito robado del hípermercado y se iba por un lateral de la carretera al cementerio, donde había un caño; alguien que comprobaba si quedaba suficiente material para hacer el fuego, que se ponía a limpiar o ordenar alguna cosa liada, que traía esto o lo otro que faltara, o se arrancaba a cortar leña, a recoger información para el boletín, o que clausuraba una zanja báter y se ponía a cavar otra, se ponía a ver si le salía un huerto, o a vigilar en la copa del árbol para registrar los movimientos de la base, intentaba construir un horno, o una sauna, y la probaba, sacaba la techumbre de palos si se ponía a llover, para tapar el fuego, o la desmontaba si había parado de llover, había innumerables tareas, y todas se iban haciendo de una manera bastante natural, es decir, sin la artificialidad de las estructuras de organización que emulan un orden del mundo donde siempre hay quien ordena y manda, quien gana y quien pierde, quien prevalece...

Y con esto no digo que no hubiera problemas, pero nos evitábamos tener una serie de problemas, porque se se partía de un nivel más avanzado de comprensión del mundo social. De un nivel que no he vuelto a encontrar en ningún entorno social donde he estado, básicamente porque siempre hay alguien que quiere que todo el mundo haga lo que manda.

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