Espías, Kay
Traducción de michelle
Constamente se nos acusaba de tener infiltradas a espías de la KGB, y de ser unas traidoras. Se suponía que nuestra mera existencia bastaba para debilitar la Seguridad Nacional y se creía que nuestras infiltradas eran saboteadoras soviéticas que venían con una maleta cargada de armas atómicas.
Es cierto que había ocasiones en que teníamos tanta policía infiltrada que de pronto éramos muchas. La policía se leía siempre nuestros boletines para estar al día de nuestras actividades y, claro, ¡de las suyas!
Para identificar el convoy de misiles de crucero no hacía falta tener dotes de espía. Incluso de noche (pensaban que salir de noche era un plan astuto y eficaz de operación encubierta) era difícil disimular un convoy de unos 20 vehículos, algunos de los cuales tenían más de 15 metros de largo. Si alguna espía soviética hubiera querido vigilar los convoyes, no habría tenido que venirse a un campamento pacifista; unirse al Cruisewatch habría sido mejor, mucho más profesional.
Todo el plan de hacer que los traslados fueran secretos era como una increíble broma. En Salisbury Plain, una inmensa pradera de hierba, nuestras destrezas de espía nos decían que habrían ocultado el convoy entre los árboles...
Teníamos una teoría sobre los convoyes, que eran una especie de envidia de la ovulación: salían de los silos una vez al mes, bajaban por la trompa de Falopio (la A343) al vientre de Salisbury Plain, y después, a pesar de todos los preparativos, no ocurría nada, y tras unos pocos días, el convoy se dispersaba lentamente. Nunca supimos si la KGB había adoptado nuestra teoría.