Libros - Resúmenes
Demonio Amante. Sobre la sexualidad del terrorismo.
Fragmentos del Capítulo 1. La política del hombre común: la democratización de la violencia
Robin Morgan
Traducción (incl. citas) y selección de extractos de michelle renyé para Mujer Palabra (edición de Mandarin, 1989) [ ] Anotación de la traductora
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Libro en inglés en google books, edición del 2001 con nueva introducción: The Demon Lover. On the Sexuality of Terrorism
El terror, la divina forma humana… William Blake
Mírala con atención.
Cruza la calle de una ciudad, con el maletín en una mano y la compra en la otra contra el pecho. Baja por un camino de tierra, haciendo equilibrios con la cesta en la cabeza. Se apresura hacia su coche, seguida de una niña pequeña de la mano. O agotada, vuelve a casa de trabajar el campo, con el bebé liado a la espalda.
De pronto oye pasos a su espalda. Pesados, veloces: los pasos de un hombre. Lo sabe de inmediato, igual que sabe que no debe volverse para mirar. Empieza a caminar más deprisa, el corazón latiéndole más fuerte. Tiene miedo. Podría ser un violador. Podría ser un soldado, un acosador, un ladrón, un asesino. O no. Podría ser un hombre con prisa. O un hombre que caminara normalmente a ese paso. Pero le teme. Le tiene miedo porque es un hombre. Tiene razones para tenerle miedo.
No siente lo mismo (en la ciudad o en un camino, en el aparcamiento o en los campos) cuando oye a su espalda los pasos de una mujer. Lo que le da miedo son los pasos del hombre. Lo mismo le pasa a toda persona que sea mujer. Esto es la democratización del miedo.
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(pp. 24-25) La mayoría de los terroristas —y de aquellas personas contra las que éstos se revelan— son hombres. La mayoría de las mujeres, atrapadas en medio, quieren el fin definitivo de esta nueva versión de la vieja batalla a muerte entre padres e hijos. Siempre, las madres, las hijas, las hermanas, y las esposas son, como dice un antiguo proverbio vietnamita, "la hierba que queda aplastada cuando los elefantes se enfrentan".
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(pp. 25-28) "Todo lo político es una lucha por el poder", escribe C. Wright Mills en The Power Elite (OUP, 1956; p. 171), "la forma última de poder es la violencia".
"El poder y la violencia son opuestos", escribe Hannah Arendt en Sobre la violencia, como si le respondiera. "La violencia aparece allí donde el poder está amenazado y, abandonada a su curso, termina haciendo desaparecer el poder" (p. 56). "La razón principal por la que seguimos recurriendo a la guerra no es ni porque esta especie tenga una secreta fascinación con la muerte, ni porque la violencia sea un instinto imposible de reprimir (…), es sencillamente porque en la escena política no ha aparecido una alternativa a este árbitro final de los asuntos internacionales" (p. 5, On Violence, Harcourt Brace Jovanovich, 1970).
Esa alternativa ya ha aparecido en escena. Como ocurre siempre con todo cambio importante en la historia de la humanidad, se ha manifestado de manera inocente, ha surgido de una dirección inesperada, levemente ridícula. Sólo cuando este giro ha demostrado ya su energía como ola transformadora, en la retrospectiva, llega a verse evidente e inevitable.
Esa alternativa —esa ola transformadora en esta fase de la historia de la especie humana— son las mujeres como fuerza política global.
La inmensa mayoría de las mujeres, en todas las culturas y a lo largo de la historia, han tenido que sufrir y, al parecer, han estado totalmente en desacuerdo con la definición de C. Wright Mill de la violencia como "forma última de poder". Es un hecho, y también una tragedia, que la inmensa mayoría de los hombres, de todas las culturas y a lo largo de la historia, la han tenido que sufrir también, sin embargo, al parecer, han estado de acuerdo con ese concepto.
No atendemos a la primera ni a la segunda ola de feminismo internacional; se trata más bien de la ola número diez mil. No es difícil verlo: basta un poco de curiosidad [feminista], de perspectiva histórica, el deseo de mirar por encima del muro de la historia androcéntrica, y la capacidad de apertura mental para comprender el pluralismo inherente de la política feminista. Las pruebas son innumerables:
Las revueltas en los harenes del siglo doce y la antigua noción árabe de nushuz , una palabra que significa muy específicamente "rebelión de las mujeres". El Levantamiento de los Turbantes Amarillos (200 a.d.e. [movimiento campesino contrario a la discriminación de las mujeres]) que terminó con la dinastía Han en China; la Rebelión de los Lotos Blancos, que exigía derechos para las mujeres (década del 1790) [su líder militar una mujer, formada principalmente por personas pobres y por mujeres]; los 40 ejércitos de 2.500 mujeres cada uno que marcharon pidiendo la libertad de las mujeres durante la Rebelión Taiping de 1851; las sociedades antimatrimonio de las trabajadoras de la seda en el siglo 19. La "locura" de 400 años de caza de brujas en Europa. La fundación del Partido Feminista Argentino (23 págs.) en 1918. Los movimientos reformistas (sobre temas de asistencia sanitaria, trabajo infantil, situación en las cárceles, abolición de la esclavitud, sufragio). Los miles de movimientos por la paz (nacionales, regionales, internacionales) fundados, dirigidos y poblados por mujeres (ver Sisterhood Is Global ). Las perseverantes mujeres de Greenham Common . Las 17.000 mujeres que se reunieron en la III Conferencia Mundial de Mujeres de las Naciones Unidas de 1985 en Nairobi, Kenia, quienes rugieron que paz, desarrollo y libertad eran inseparables (diez años antes, a la primera conferencia, que se celebró en México D.F., asistieron 7.999; a la segunda, en 1980, en Copenhague, 11.000, un aumento exponencial).
Las pruebas están ahí, las encarnan las mujeres que en este momento en los pueblos del medio oeste de Estados Unidos, en los poblados de África, en las islas del Pacífico, en ciudades europeas, favelas de Latinoamérica, plantaciones de Asia, en los campos de refugiadas del Oriente Medio están rechazando la "forma última de poder" —y levantándose en un número y con una visibilidad no vista antes, para exigir salud, justicia, alegría, el fin de la violencia.
Las pruebas están ahí, las encarnan las mujeres que en este momento en los pueblos del medio oeste de Estados Unidos, en los poblados de África, en las islas del Pacífico, las ciudades europeas, las favelas de Latinoamérica, las plantaciones de Asia, los campos de refugiadas del Medio Oriente están rechazando la "forma última de poder" —y levantándose en un número y con una visibilidad no vista antes, para exigir salud, justicia, alegría, el fin de la violencia.
Las mujeres que se atreven a decir "NO".
No estamos hablando de una minoría oprimida que se organiza para luchar por un número concreto de reivindicaciones, por válido que esto fuera. Hablamos de la mayoría de la especie humana, que insiste en que todos los temas son temas de mujeres. Esto es el feminismo.
Siempre he pensado que el determinismo biológico carecía de vigor intelectual. Así pues, no pretendo compensar las teorías sexistas aportando una versión feminista. Todavía no disponemos de una ciencia libre de ideologías, del prejuicio masculinista, entre otros. Así (…), no planteo que las mujeres sean, por el hecho de su género, más amantes de la paz, mejores cuidadoras, y más altruistas que los hombres. (…) Aunque es innegable que la historia recoge (…) que el uso de la violencia se considera un ingrediente fundamental en la construcción de la Identidad Hombre (…).
Con todo, habría que responder en algún momento a ciertas cuestiones: si la violencia surge [como se nos ha dicho] de la desesperación y el sentimiento de impotencia, entonces ¿por qué los hombres poderosos la han usado con tanta alegría? Y lo que es más curioso: ¿por qué las mujeres, que son las que padecen la mayor impotencia y las que tienen una causa mayor para estar desesperada, más que los hombres que se sientan más impotentes, por qué ellas han evitado usar la violencia en su defensa? ¿Por qué nos horroriza así el uso de la violencia? ¿Por qué son mujeres ahora quienes están nombrando la brutalidad de la política y hablando de un tipo muy distinto de poder?
Quizá se deba a que estamos totalmente fuera del Territorio Política, salvo en lo de aparecer como víctimas y fichas o símbolos. O quizá sea la rabia insufrible que experimentamos la mayoría al ver cómo una minoría destruye todo el planeta. Sean cuales fueran las razones, si queremos tener alguna posibilidad de proteger la vida en este planeta, las mujeres y también los hombres tienen necesariamente que enfrentarse al actual brutal estado de la violencia institucionalizada, tan generalizada ahora como invisible.
Somos criaturas humanas, por eso usamos el lenguaje. No el precioso y misterioso lenguaje de las grandes ballenas y de los delfines, ese complejo canto que puede oírse en las profundidades marinas a miles de kilómetros con más fuerza que la más sofisticada tecnología audio humana; usamos palabras. Las palabras pueden crear, comunicar, aclarar, y con tanta eficacia como el silencio, pueden también ofuscar.
Una palabra relativamente nueva ha entrado el uso con una frecuencia inquietante: "terrorista".
¿Qué es el terrorismo?
Se lo ha llamado "la política del último recurso". (…)
(p. 29) Cuando las soluciones las proponen quienes nos han generado el problema, conviene sospechar.
(p. 32-37) El uso de la violencia en la política es tan antiguo como la historia patriarcal que nos ha llegado. Maquiavelo definió la guerra como una fuerza social necesaria, y Clausewitz la declaró "la continuación de la política por otros medios". En lo que respecta a la rebelión militante contra el Estado, Cicerón, Aquino, Locke, Milton y Jefferson son unos pocos nombres de los muchos varones que defendieron el derrocamiento violento de un gobierno tiránico. Sin embargo, respecto al terrorismo per se, como una de las expresiones de la violencia, podríamos aventurar que su genealogía se remonta al menos al siglo 19.
La mayoría de los politólogos consideran el terrorismo como descendiente de una rama de la tradición anarquista. El anarquismo (en sí mismo una filosofía política que ha tenido interpretaciones diferentes) posiblemente se remonta a Zenón de Citio, el padre de la filosofía estoica. Podría decirse que tanto los anabaptistas del siglo 16 como los Levelers (niveladores) ingleses del 17 fueron anarquistas religioso-políticos. (Lo mismo, de hecho, podría decirse de representantes del misticismo medieval, como Teresa de Ávila o Francisco de Asís.) El anarquismo político "moderno" fue diseñado a finales del siglo 18 por William Godwin, en la misma época en que su compañera, Mary Wollstonecraft, escribía Vindicación de los derechos de la mujer. Esta pareja extraordinaria creía que todas las formas de sociedad externas y constrictoras (las instituciones de matrimonio y de la familia, las estructuras del Estado y de la Iglesia) tendrían que ser abolidas y que al final así ocurriría. Pero fue Pierre Joseph Proudhon a mediados del siglo 18 quien extendió la filosofía para incluir la abolición de la propiedad privada y a quien se atribuye haber acuñado la palabra "anarquismo". Los nihilistas (la palabra la creó Turgenev en su novela Padres e hijos) desarrollaron una filosofía aliada y diseñaron un programa constructivo, pero insistieron en la necesidad de destruir el estatus quo antes (lo que en los años sesenta algunas personas recogimos en el eslogan "Primero, todo al mismo nivel, y después hablamos de política"). Para el año 1868, Mikhail Bakunin estaba presentando (como militante) "el anarquismo, el colectivismo y el ateísmo" en la Primera Internacional. Kropotkin y Trotsky intentaron afirmar la política de Bakunin al tiempo que rechazaban su tono, y fue finalmente derrotado por Marx, pero su filosofía política (y su llamada a la violencia para lograr sus fines) fue adoptada por pequeños grupos fragmentados. Después de la Revolución Rusa, el anarquismo fue denunciado como violencia y fue suprimido en todas sus formas por los bolcheviques (de forma un tanto violenta). Sin embargo, la estrategia de "propaganda con hechos", llena del tono de Bakunin, persistió. Fue adoptada por ejemplo, por los anacosindicalistas, especialmente en España. El estereotipo de que todos los anarquistas son violentos ya estaba a la orden del día [para desgracia nuestra, no es del conocimiento del gran público el anarquismo noviolento o pacifista, que siempre ha existido]. Después de los disturbios de Haymarket en Chicago en 1886, y del asesinato en 1901 del presidente McKinley, Estados Unidos aprobó leyes prohibiendo la entrada de anarquistas en el país. Tan reciente como en 1927, la ejecución de Sacco y Vanzetti fue animada por el fanatismo antianarquista. Se trata de esa percepción del anarquista como asesino perturbado (que va por ahí con una bomba escondida bajo un abrigo negro que le llega casi a los pies) la que incluso hoy condiciona nuestras actitudes hacia el tema terrorismo.
Pero el terrorista existe, me dirás. (…)
Sí, ahí están las muertes, el miedo, el sufrimiento, pero también ocurre que el terrorista es producto de nuestra imaginación, más bien, de nuestra falta de imaginación.
El terrorista es la encarnación lógica de la política patriarcal en un mundo tecnológico.
El terrorista es el hijo [rebelde] que cultiva lo que el padre ha cultivado y al hacerlo manifiesta haber hallado su identidad. Y como siempre, con esa mezcla de orgullo y alarma, el padre reconoce o rechaza al hijo dependiendo de lo bien que siga sus pasos o se aleje de ellos. Escuchemos a los padres:
Para la administración Reagan estadounidense, los contras de Nicaragua eran "luchadores por la libertad" y los escuadrones del general Pinochet encargados de desaparecer a las personas en Chile, "fuerzas del orden público"; sin embargo, los militantes sudafricanos negros y los grupos paramilitares palestinos eran para ellos "terroristas". Para la administración soviética, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) de El Salvador era "una fuerza revolucionaria" mientras que la Resistencia Popular de Afganistán, un "fenómeno terrorista".
¿Cómo rescatar (o inventar) alguna verdad de este cenagal de hipocresías? ¿Dónde están los términos libres de connotaciones? ¿Hablamos de libertadores de la nación o de revolucionarios transnacionales? ¿De radicales o de reaccionarios? ¿Examinamos al terrorista como militante del idealismo o como desesperado, como cruzado de la derecha o como hombre comprometido de izquierdas, como profesional o fanático, aventurero o mártir, mercenario o sociópata?
En relación con eso, ¿diferenciamos los actos de violencia? Por ejemplo, ¿violencia contra la propiedad frente a violencia contra las personas? Yendo más allá, ¿considerados distinta la violencia de acuerdo al estatus de las personas?: por ejemplo, ¿asesinar a un jefe de estado, diplomático, jefe de policía o industrial frente a asesinar a turistas de vacaciones, familias de compras, pacientes en el hospital de un campo de personas refugiadas o secretarias que abren una carta bomba?
No se puede llegar a una definición en el vacío, ignorando el contexto social, político, nacional y cultural. Y tampoco puede definirse nada sin tener en cuenta el contexto histórico [p.ej., la Inquisición española, el Reinado del Terror de la Revolución Francesa, la resistencia a las ocupación nazi, la Mafia…].
Y hay más, ¿qué hacemos con el terrorismo ejercido por el Estado? La historia está llena de cicatrices del terror autorizado oficialmente: la negación de derechos humanos y libertades civiles [visualizar también a las mujeres], la detención preventiva, las redadas, la tortura, el castigo físico y capital, el genocidio, el colonialismo [las invasiones], la esclavitud de la explotación clasista en la forma de servidumbre, más, en nuestro tiempo, los campos de concentración, el Gulag, el apartheid, las desapariciones, la carrera de armamento, la guerra química, bacteriológica y atómica, la experimentación nuclear? Si dejamos fuera de nuestra definición de terrorismo (como hacen la mayoría de los expertos) las actividades de las naciones-Estado establecidas, ¿no es eso forzar una aprobación automática de quienes detentan el poder, con la excusa de que necesitamos acotar nuestro análisis para que tenga proporciones manejables? Incluso si pudiéramos justificar (como hace la mayoría de los expertos) esta limitación éticamente repugnante y enfermiza intelectualmente, ¿no tendríamos aún así que reconocer que al menos tres naciones soberanas del siglo 20 se crearon en parte gracias a campañas terroristas: la República Federal de Yugoslavia, la República de Irlanda y el Estado de Israel? (Y no estoy incluyendo el tema de las muchas naciones descolonizadas del Tercer Mundo [Mundo Súperexplotado], que lograron su liberación de las potencias coloniales [invasoras] de Inglaterra, Francia, España, Portugal, Bélgica, Holanda y otras, utilizando, en ocasiones, medios "terroristas".)
¿Dónde debemos ubicar el terrorismo en este panorama de violencia?
La comunidad internacional ha elaborado documentos que criminalizan determinados actos, en función de su frecuencia y nivel de destructividad: asesinatos, secuestros de personas y de aviones. La Liga de Naciones forjó y adoptó una convención para la prevención y el castigo del terrorismo ya en 1937, cuando asesinaron al rey Alejandro de Yugoslavia. Sin embargo, la convención nunca pudo entrar en vigor formalmente y sólo fue ratificada por un estado (India) ya que la mayoría de las naciones de la Liga estaban ocupadas entonces con la violencia legitimizada que estaba a punto de convertirse en la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, los repetidos intentos de las Naciones Unidas por organizar una conferencia internacional sobre el tema se han quedado en nada pues siempre ha habido algún Estado Miembro que lo impedía por intereses políticos propios (ver "Measures to Prevent International Terrorism (…)", Informe del Secretario General A/40/445, 20 septiembre 1985 [cf. creación en 2001 del el Comité contra el terrorismo en el Consejo de Seguridad de las NNUU]).
A diferencia de las Naciones Unidas, el Departamento de Estado estadounidense no nombra actos específicos en su definición: "El terrorismo es violencia premeditada, de motivación política, perpetrada contra objetivos no combatientes por grupos subnacionales o agentes encubiertos del Estado" (citado en John Lamperti, cartas al director, New York Times, 6 junio 1987; ver también Patterns of Global Terrorism y Richard Falk , "Thinking About Terrorism", June 28, 1986, p. 873). A algunas personas esta definición nos puede parecer que describe perfectamente la violación [tortura misógina], los malos tratos, los abusos a personas pequeñas, la homofobia, el acoso "sexual", la explotación económica, la discriminación en el sistema educativo y la manipulación que llevan a cabo las religiones. Necesariamente, tenemos que estar equivocad@s. (…) La madre que espera en la cola para solicitar alguna ayuda social reconocería de inmediato a "los agentes encubiertos del Estado", como también podría hacerlo el preso condenado a muerte, y la persona dedicada a la investigación científica, que sabe que si quiere dedicarse a investigar sólo podrá hacerlo dependiendo del Departamento de Defensa. A las personas afroamericanas, a los pueblos originarios, a la población asiática e hispana estadounidense, y a otras personas de diferentes colores, no sólo de Estados Unidos sino de todo el mundo, los "objetivos no combatientes" deben parecerles ya desde hace mucho tiempo que son ellas mismas, y seguramente los "grupos subnacionales" deben parecerles todos liosamente similares, habitados todos por gente caucásica que se pasa el día conspirando. Salvo en el caso de que se considere al presidente de Estados Unidos un "combatiente" (ejercicio semántico interesante, dada la historia de dicha Administración), la definición anterior podría refrescar la paranoia del público sobre los "agentes encubiertos del Estado": ¿para quién trabajaba Lee Harvey Oswald cuando le pegó un tiro a John F. Kennedy? Podría seguir, pero la dificultad es obvia. Lo que tenemos aquí, como plantea la expresión, es una fallo en la comunicación.
Jeane J. Kirkpatrick, ex embajadora estadounidense de las Naciones Unidas, es el tipo de mujer que nos ayuda a las feministas a retener la honestidad. Con ella en escena no podemos caer en la retórica de que "todos los hombres son malos y las mujeres buenas". La señora Kirkpatrick nos ha ofrecido un constructo de terrorismo demasiado decrépito como para que su elegante fachada pueda ocultarlo: "(…) no puede ser que el terror ejercido sobre la población civil por un movimiento revolucionario sea 'liberación' mientras que la violencia cometida por un gobierno que está dándole respuesta a una amenaza guerrillera sea 'represión'" ("Lost in the Terrorist Theater ", Harper's October 1984, p. 45) (Nótese cómo agrupa 'terror', 'movimiento revolucionario' y 'amenaza guerrillera'). Vale, a este juego podemos jugar dos: No puede ser que el terror impuesto a una población por un gobierno sea 'ley', mientras que la violencia cometida por un movimiento revolucionario en respuesta a una opresión sea 'terrorismo'. En otras palabras, no puede darse una sin la otra; no puede aplicarse un doble rasero. La mayoría de las mujeres y algunos hombres preferirían pasar sin ninguna de las dos.
Los expertos, por su parte, difieren drásticamente en cómo definir el terrorismo. Difieren incluso en qué metodología emplear para llegar a una definición. Algunos, incluso, se atreven a exhibir formas de pensamiento que son parodias vergonzantes de lo que es razonar.
(…)
(p. 44/45-46) No creo que sea casualidad que el asesinato aleatorio de la población (que se compone de personas que nada tienen que ver con quienes están en el poder) emergiera como estrategia de la lucha insurgente después de que el asesinato aleatorio de la población se hubiera convertido en una táctica militar "legítima" en la guerra convencional [p.ej., Hiroshima. Nagasaki]. (…) En la guerra, siempre ha habido bajas de civiles, pero en el siglo 20 se alcanzó un nuevo nivel de insensibilización ante el asesinato en masa de la población, por lo que no sorprende que quienes ya se habían insensibilizado por sentir impotencia decidieran moverse en aquella dirección.
A esta sensación de total vulnerabilidad de la población hay que añadir un fatalismo, una normalización de la desesperanza, que George Wald observó al escribir: "A lo que nos estamos enfrentando es a una generación que no siente seguridad alguna por ir a tener un futuro" (pp. 29-31, The New Yorker , March 22, 1969). En cualquier momento, puede estallar la amenaza del exterminio nuclear instantáneo, sea por decisión intencionada o por accidente. Muchas personas nos sentimos incapaces de detener esta apisonadora, incapaces siquiera de demorar su curso. Es más, vivimos el día a día en sistemas cada vez más centralizados, que degradan la diversidad y la individualidad a una cifra informe más manejable. Quienes presentan los telediarios de todo el mundo tienen el mismo aspecto, se visten igual, y utilizan la misma inflexión tranquilizadora al narrar las noticias, sea cual sea el idioma que estén utilizando. Las corporaciones multinacionales y las técnicas publicitarias se parecen cada vez más en su forma de operar en esa carrera por crear un mercado homogéneo de "consumidores". Las élites de todas las culturas emplean la misma terminología de la abstracción de las ciencias sociales (por ejemplo, "la pobreza" y "sin techo") para distinguir quiénes son las personas pobres y las personas sin techo, usan maniobras políticas idénticas para perpetuar estos sistemas y una tecnología idéntica para aplicarlos. Es lo que Simone Weil denunció como "la maquinaria burocrática, que excluye todo pensamiento y todo genio" (p. 15 de Oppression and Liberty ) en su impulso por concentrar todos los poderes en su seno. Una respuesta a esta tendencia ha sido la conmoción literalmente re-accionaria de las sociedades a través de la utilización de líneas de fractura tribales (odios a otras etnias, guerras de idiomas, fanatismos religiosos) como si una solución tipo "O ellOs o nosotrOs" bastara para generar la integridad y un sentido renovado del "yo".
A mayor centralización y burocracia, mayor el sentido de apatía, lo que Arendt llamó "la severa frustración de la facultad humana para la acción en el mundo moderno" (p. 83, On Violence). Y la combinación de un sentido de la apatía en la mayoría con una situación urgente y amenazante para todos conducirá inevitablemente a que la minoría reaccione con algo de eficacia probada: la violencia.
La violencia, sin duda, sirve para perpetuar el ciclo, no sólo de más violencia, sino también de más centralización, más burocracia y más inversión tecnológica en medios de control más letales si cabe. Al fin y al cabo, la violencia es un negocio horriblemente lucrativo. "La violencia es el acelerador del desarrollo económico", según Engels. La violencia exige y sostiene más sistemas de vigilancia y más armamento "contraterrorista" (el desarrollo y el comercio de más pistolas y rifles, lanzaderas de cohetes, detonadores y plástico, ametralladoras) que el vendido ya antes a los terroristas en el mercado internacional de armas. J. Bowyer Bell tenía bastante razón al decir en Terror Transnacional que "para la población amenazada, todos los revolucionarios son terroristas". Y yo añadiría: para el hombre de negocios, también son un mercado.
Las corporaciones multinacionales ya se han acomodado hace mucho a este proceso periódicamente inconveniente pero en su conjunto eficaz para acelerar la economía. El sector privado ofrece seguros por secuestro como parte de su prácticas ordinarias;* ha llegado al conocimiento público que los departamentos de Relaciones Públicas de las corporaciones contratan espacio para "anuncios" terroristas; a los ejecutivos, tras las bambalinas, sus compañías les presionan suavemente para que paguen rescates mientras que los representantes que salen a escena hablan airadamente indignados de negativa rotunda a pagar o negociar con terroristas (ver Political Terrorism & Business, ed. Yonah Alexander & Robert A. Kilmark, New York, Praeger, 1979).
No ha habido muchos ejemplos más claros sobre esta pasmosa cábala que el de la punta del iceberg que quedó expuesta con el escándalo Irán-Contras estadounidense, en el que se vieron implicados gobiernos, compañías privadas, grandes y pequeñas corporaciones, presidentes, reyes, sultanes, el ejército, los rabinos y mulás, banqueros, diplomáticos, abogados, traficantes de drogas, la red global de comerciantes de armas, y maquinaciones en 13 países diferentes de los cinco continentes; todos implicados en la venta de armas a un grupo de terroristas para poder financiar a otro grupo de terroristas, y todos denunciando al tiempo el terrorismo. Otro ejemplo de lo frecuente que es esto es la detención de Abu Daoud por el gobierno francés (un palestino que presuntamente participó en los asesinatos en Munich de los atletas israelíes) y su posterior puesta en libertad para no perjudicar los negocios de Francia con las naciones árabes.
No es poco común que los expertos en terrorismo hablen sin pudor con términos económicos (…) [E]s más barato trasladar cuerpos ensangrentados a un hospital y al cementerio que invertir en medidas preventivas reales que aborden las causas reales de los problemas, no sería rentable. Es mejor economía buscar la seguridad que da el que se pueda asesinar libremente en el mundo.**
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(pp. 49-50)
Mírala de nuevo atentamente. Baja por un camino, con una cesta inmensa en la cabeza, un bebé apoyado en la cadera; sale de noche de un edificio de oficinas, porque ha estando haciendo horas extras; atraviesa la mañana, muy temprano, para sacar agua de un pozo o, sencillamente, porque hace un día precioso y ha salido a correr. Se oyen pasos a su espalda, los pasos de un hombre. Siente miedo. Tiene razones para tenerle miedo. No siente lo mismo si lo que oye a su espalda son los pasos de una mujer.
Ahora míralo con atención. Cruza el aeropuerto con prisa porque va montarse en un avión; va en bicicleta, la cesta llena de libros, a la universidad; sube por una escalera a su embajada, es un asunto oficial; pone un carrete nuevo en la cámara para hacer un trabajo… De pronto se oyen pasos a su espalda. Pesados, rápidos. Los pasos de un hombre. En el mismo instante en que se gira para mirar, sabe que tiene miedo. Se dice a sí mismo que no hay por qué, pero lo tiene. No siente lo mismo si oye los pasos de una mujer a su espalda.
¿Podría ser que la razón por la que el terrorismo atrae tanta atención hoy en día es porque los hombres, además de ser sus principales ejecutores, se encuentran ahora también entre las víctimas? No estaríamos hablando de víctimas de las situaciones "de hombres" ['perdedores' es el nombre común para las víctimas que son hombres], esas que son acatadas por Ellos, legítimas, "civilizadas" (la guerra y el combate, el cuadrilátero, el bar de la esquina, los vestuarios, la sala de reuniones, los juicios); estaríamos hablando de la posibilidad de que ellos sean víctimas de cualquier clase social, edad, color de piel, actividad, nacionalidad; las víctimas de una violencia aleatoria, anómica, espontánea, una espada de Damocles sobre sus cabezas [como la violación para las mujeres], tan común que se llama Política.
Si los hombres ahora tienen miedo en la vida cotidiana, bien, entonces, la situación merece ser considerada con seriedad, habrá que prestarle atención. Esto también es la democracia patriarcal.
Hasta que comprendamos las conexiones que existen entre la crisis de la sociedad y nuestras vidas individuales, hasta que logremos exponer este continuum de la sexualidad de la violencia, hasta que averigüemos quién es en realidad el Demonio Amante, no podremos dar con enfoques verdaderamente útiles que nos permitan reclamar el lugar que realmente nos corresponde en este paisaje dulce y amenazado que es nuestro hogar.
Ese viaje hacia el hecho de comprender es íntimo y social al mismo tiempo.
El viaje en sí es un viaje al terror.
* El Lloyd's de Londres, titán del mundo de los seguros, se ha beneficiado considerablemente. Entre 1970 y 1976 las primas por seguros de secuestro crecieron de $150.000 a $5 millones y se generó una firma consultora, Control Risks Ltd., para asesorar a sus clientes sobre los riesgos de secuestro y cómo evitarlos, cómo crear planes de contingencia, gestionar una crisis, e incluso negociar si fueran objeto de un secuestro. En el libro The Weapons of Terror: International Terrorism at Work (London: Macmillan, 1979), Christopher Dobson y Ronald Payne examinan la creciente y aberrante interdependencia económica entre terrorismo e industria: "El fanático libio [Gadafi] es para el terrorismo lo que el Lloyd's de London es para los envíos. Y de hecho sus mundos se superponen porque Lloyd's paga por el avión que secuestran los hombres cuyas vidas asegura Gadafi".
** Para un análisis sólidamente documentado sobre cómo el orden económico del mundo patriarcal (en la forma del Sistema de Cuentas Nacionales de las Naciones Unidas) institucionaliza otorgando mayor valor a los medios de la muerte y borrando al tiempo aportes positivos como el trabajo de las mujeres o el replenishment del medio ambiente, ver Marylyn J. Waring, If Women Counted: A New Feminist Economics (Harper & Row, 1989) – Recursos
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Publicado en mujerpalabra.net en julio 2012