Creadoras - Narraciones
A las palabras no las lleva el viento
Celeste Alegre
Versión imprimible (2 págs.)
Mili llegó distinta ese día a la escuela. Primero pensé que tenía sueño, así que no la molesté… Pero a medida que pasaba la mañana, seguía silenciosa y con ojitos tristes.
Durante el recreo me acomodé al lado de ella en el escalón del mástil, y esperé… Tal vez no era el día para que me contara qué le pasaba, pero yo estaba ahí, acompañando.
Recién en el segundo recreo me habló.
—Otra vez —me dijo—. Otra vez…
Con lágrimas en los ojos me contó que su papá había vuelto a gritarle muy fuerte a su mamá porque no le gustaba lo que había cocinado.
¡Yo no supe qué decir! Solo la abracé para que sintiera que estaba cerquita.
Días atrás me había contado que su papá se enojaba mucho si la mamá no tenía la comida preparada cuando él llegaba a casa. También me contó que un día su mamá fue a comprar ropa cuando salió del trabajo y cuando volvió su papá le dijo muchas cosas feas, y le advirtió que del trabajo debía volver "derechito a casa".
Mili había sido siempre una excelente alumna, pero a medida que pasaban los días en su cuaderno había más tareas incompletas y menos caritas felices.
Después de las vacaciones de invierno Mili no volvió a la escuela. La esperé mucho para contarle sobre mi viaje a Tandil; yo sé que ella se divierte mucho cuando le canto las canciones que inventamos con mi hermano en el auto durante el viaje.
Pasaron los días y la señorita nos contó que Mili se había ido a vivir a otro barrio con su mamá, y que pronto volvería a clases.
¡Cuánta alegría sentí al saber que volvería a verla!
Al día siguiente, Mili entró al salón, un poco tarde, porque se había mudado más lejos, pero con una mirada distinta.
Cuando se sentó al lado mío le agarré la mano bien fuerte, como implorándole que no se alejara más por tantos días, y ella me devolvió una enorme sonrisa.
A la hora del recreo corrimos al patio, hicimos "piedra, papel o tijera" para ver quién empezaría a contar. Pero aunque le había tocado a ella empezar, me pidió que cuente yo primero. Así que le conté cosas graciosas de mis vacaciones, y nos reímos mucho.
Después, cuando le tocó a ella, me contó por qué ya no vivía en la misma casa…
—Un día en que mi mamá estaba muy pero muy triste por todas las cosas que le había dicho mi papá, decidió ser feliz. Ella no tenía idea cómo hacer, pero me contó que apretó muy fuerte los ojos y deseó tanto tanto ser feliz, que cuando los abrió, su hada madrina estaba enfrente de ella.
"¡Es increíble que estés acá!"
"Estoy aquí porque creíste en mí", le respondió el hada.
Mi mamá se quedó maravillada mirándola.
"¿Cómo te llamás?"
"Igual que vos…", dijo el hada con ternura, y apurada, viendo en el reloj que iban a ser las doce, le preguntó "¿Tenés una calabaza?". Mamá la miró extrañada, pero como creía en el hada "Bety" (porque además de ser su hada madrina se llamaba igual que ella), fue corriendo a buscar una a la cocina.
El hada puso la calabaza frente a mi mamá y le dijo: "Ahora, deseá con toda la fuerza de tu corazón que esta calabaza transforme tu tristeza en alegría".
Mamá cerró fuerte los ojos y deseó tanto esa trasformación que cuando abrió los ojos, vio un enorme espejo frente a ella reflejando su imagen. Mi mamá no lo podía creer… ¡Se refregaba los ojos para ver si era verdad! En ese espejo mi mamá se veía tal cual era: bellísima, con una enorme sonrisa que brillaba como nunca.
"Tus deseos son la magia que hace que tus sueños se cumplan", dijo el hada. "Este espejo nunca más será una calabaza, desde ahora nada volverá a ser igual. Esta Bety que ves en el espejo no permitirá nunca más que la maltraten."
Y justo cuando el reloj marcó las doce el hada desapareció dejando un rayito de luz.
"¿Dónde estará ahora el hada Bety? ¿Tendré que volver a llamarla cada vez que desee algo?", se preguntaba mamá mientras repetía muchas veces para no olvidarse lo que le había dicho el hada: "Tus deseos son la magia que hace que tus sueños se cumplan, tus deseos son la magia que hace que tus sueños se cumplan, tus deseos son la magia…"
De pronto mi mamá deseó con toda la fuerza de su corazón que le crezcan alas.
—¿Alas? —pregunté.
—¡Sííí! ¡Alas! Alas para ser libre. Alas hermosas, alas propias… Mi mamá deseó tanto tener alas, que nos crecieron alas a las dos y nos fuimos volando felices a nuestra nueva casa…
El timbre interrumpió el final del relato, la mirada de Mili ahora era la más linda y resplandeciente que jamás había visto. Mientras íbamos al comedor algo adentro mío me decía que yo también tenía esa magia para cumplir mis sueños, y que si lo deseaba con toda la fuerza de mi corazón me crecerían alas.
Cerré muy fuerte mis ojos y le pedí con todas mis fuerzas a mi hada madrina que viniera… Cuando los abrí, estaba en el comedor de la escuela, frente mío un plato delicioso de "alitas de pollo con puré de calabazas".
Por la ventana asomaba un rayito de luz… Miré bien y ahí estaba: mi hada madrina guiñándome un ojo…
¡Bueno, por algo se empieza!
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Publicado en mujerpalabra.net en abril 2017