Creadoras - Narraciones
¡Vivan las bragas libres!
Charo la Dudante
Por aquellos años 50 del pasado siglo, había que andarse con mucho ojo porque todo, o casi todo, o era pecado o estaba prohibido, o peor aún, ambas cosas a la vez. Y si para más INRI habías cumplido ya 7 años y en lógica consecuencia poseías uso de razón (no veas tú la de razón kantiana de un crío de 7 años), entonces la cosa se te complicaba pues los pecados que pudieras cometer podían incluso entrar en la categoría de mortales, con el infierno eterno en consecuencia.
Perteneciendo ya a tan delicada categoría moral había que tener mucho cuidado con lo que se hablaba y cómo se hablaba para evitar palabras que a la gente como Dios manda le estaban prohibidas bajo pena de inmediata confesión y penitencia absolutoria de infinidad de padres nuestros con los brazos en cruz.
Era por eso que cuando las crías nos poníamos a saltar a la comba cantando "canciones de cordel", cantábamos entre otras aquella de
Cerca de aquí me la encontré
Laralaralalalala lalalá
Se la metí, se la saqué
Y a los nueves meses madre fue
El Laralaralalalala lalalá ocultaba las palabras prohibidísimas*. Por supuesto que a los 7 años recién cumplidos no teníamos la menor idea -ni nos preocupaba- de qué era aquello que se metía y se sacaba. Ni mucho menos la relación de tal actividad con la historia de ser madre a los 9 meses. Aquel fenómeno de la naturaleza era algo de lo que se encargaban las cigüeñas parisinas y pare usted de contar.
Pero nosotras nos mirábamos con cara de pillinas y por lo bajini cruzábamos sonrisitas de complicidad, conocedoras de las palabras prohibidas ¡pues no éramos nosotras listas ni nada!
Ocurría también que por aquellos años, y debido quizá a la mala nutrición infantil de los años de la posguerra civil, la casi totalidad de los niños padecíamos de las asquerosas lombrices intestinales: pertinaces, desagradables, picosas y reacias a la mayoría de los tratamientos médicos y caseros. Era muy corriente que el facultativo aconsejara a la atribulada madre, junto con el LOMBRICAL o algo parecido "el cambio diario de blanquitas, y. si puede ponerlas de hilo mejor que las de algodón". Y tu madre te cambiaba todos los días las blanquitas, de hilo o de lo que fueran. Ocurría también que a veces se le moría a una mujer alguien muy cercano de su familia y entonces veías en la cuerda de tender la ropa que a las blanquitas las habían teñido de negro, y estaban allí colgadas como murciélagos enormes.
En aquel mundo gris en que las palabras relacionadas con la anatomía íntima estaban prohibidas fue creciendo y despabilándose una, así que no es de extrañar el que veinte años más tarde, y en la misma mañana en que me iba a casar, ya vestida de novia blanquísima, decidí llamar a las cosas por su nombre y quitándome mis bragas de tul ilusión, asqueada de que hasta la palabra estuviera controlada por una censura absurda e irracional, en un arrebato de liberación las ondeé unos instantes al viento y las arrojé a un rincón de mi habitación al grito de
¡VIVAN LAS BRAGAS LIBRES!
Y me casé sin bragas, si señor, con el culo al aire y tan feliz de saber que, aunque abandonadas en aquel rincón, mis bragas habían recuperado su identidad de lo que siempre habían sido, unas bragas.
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* Le quité las bragas y el sostén
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Publicado en mujerpalabra.net en 2003