Creadoras - Narraciones
El lugar de "a"
marian pessah
Hace tiempo, años
que ando
pensando,
soñando,
fantaseando
en cambiarme el nombre.
Yo creía que sería Pessah x Berlatzky, el apellido de mi padre, por el de mi madre. Hasta que me di cuenta, que en esta sociedad, todos los apellidos son "del padre". Si no es del mío, es del padre de mi madre, o del padre de mi abuela, y así. La herencia –también del apellido– es patriarcal.
Entonces me dio igual.
El tiempo siguió pasando y las flores siguieron creciendo.
Un buen día, me cayó la ficha.
Yo estaba en un Seminario Internacional
Fazendo Gênero,
pero yo no quería HACERLO,
lo que quería, era
destruirlo, desarmarlo, descomponerlo
vomitarlo.
Reforzar lo que más oprime,
deprime.
El dictamen de la depilación, es la legalización y formalización de la tortura.
Cera caliente que te quema el inconsciente.
Recuerdo de adolescente, cuando iba al CTMB –Centro de Tortura Mónica Brenta– nos metían de a dos en un cuarto ¡sin ventanas!, iluminado con luz de tubo, una por camilla.
En seguida llegaba una de las "carcelarias" y encendía los tremendos ventiladores. Yo me sentía un panqueque al que le pasaban salsa hirviendo entre las piernas. Me quemaba, yo gritaba. Ya va a pasar –respondía la cocinera del sistema.
Yo iba por "motus propio" ¡y encima pagaba!
Bueno, veamos qué es el "motus propio". Siempre ODIÉ depilarme, por si no quedó claro.
Ya con 12 años, mi madre me dio la mala noticia, ¿o una clase gramatical? Los vellos, no son bellos, HABÍA QUE RETIRARLOS pues parecía una MONA. ¿Entonces,… para qué salen? ¿Por qué los hombres se los dejan?
Sobre la mesa quedaban muchas preguntas sin respuestas.
Mis amigas me harían la misma recomendación. Es poco higiénico, las mujeres no se dejan los pelos, no le vas a gustar a nadie. Los chicos se van a reír. No faltó la que me llevara al rincón, para recomendarme también, que usara corpiño.
Mi boca se torcía cada vez más, mis ojos entraban en órbita, me sentía mintiendo, viviendo un personaje ficticio. ¡Es que eso era ser mujer! Si yo quería escaparme, olvidarlo, la letra "A", al final de mi nombre, me lo recordaba todo el día, todos los días. Esa era la preparación para que alguien, algún día, –léase hombre– me quisiera y así entrar por la puerta grande al casa-miento. Yo me sentía de otro planeta, de los simios, tal vez.
Odiaba todo ese show. Sentía mucha rabia.
Mientras tanto, las "no tan amigas", me señalaban con el dedo, se reían y hablaban entre ellas de cómo y cuándo depilarse. ¡Qué aburridas! Pensaba yo.
Yo, que tenía una personalidad en transición, no me sentía cómoda, sí humillada pero no sabía cómo manejarlo. Así era como acababa yendo por "motus propio" a los centros de tortura, un sábado por mes. Siempre me decían que el problema, es que tenía que ir más seguido, yo los dejaba crecer demasiado a mis bellos pelos. Una lágrima caía por mi mejilla. No recuerdo a estas alturas si era el dolor, o la impotencia que sentía.
El tiempo siguió pasando y las flores siguieron creciendo.
Sembré algunas árboles.
Mi personalidad transitaba nuevos caminos. Un buen día, decidí que las axilas no más, era desgarrador. Más adelante, dejé de usar desodorante. Cansada de leer que todos eran antitranspirantes, que ello impedía la respiración de la piel y provocaba la formación de cáncer, no podía creer que fuéramos tan idiota-mente pasivas, ¡sumisas a ese sistema! Nunca más usé y volví a conectarme con ese olorcito a mí, que tanto me gustaba de adolescente.
Nunca entendí por qué tengo que aceptar el régimen del sistema en mi cuerpo. Sin pelos a la vista, con desodorante tapa olores, de piernas cruzadas y en voz bajita.
El género gramatical
La primera contradicción es hablar de lo femenino, con O. ¿O será una línea de fuga que muestra que los géneros son muchos, que podemos jugar con ellxs, cambiarlxs de lugar, desorganizarlxs? Y hasta tacharlos con una X.
El tiempo siguió pasando y las flores siguieron creciendo.
El jardín estaba precioso, ya se veían algunos frutos.
Yo ya sentía la fuerza de Sansón para enfrentar este sistema, a cada día mis pelos me fueron dando confianza y la compañía necesaria, mi personalidad se fortalecía. Me fui alejando de quien no me interesaba, de quien tan devota-mente obedecía la dictadura hetero-patriarcal. Me fui acercando a quienes la cuestionaban y sentí la fuerza huracanada del estar juntas.
El tiempo siguió pasando y las flores siguieron creciendo.
La fruta caía de maduro.
Cual fuerza de una olla de presión, la "A" final de mi nombre, salió disparada. Dejándome sin género asignado. Cayó en un barrio lejano y se puso a caminar pensativa, por una calle solitaria, cuando de repente, se encontró con la normalidad, quien también estaba en crisis de identidad. Se fueron a tomar una cerveza juntas, y se hicieron muy amigas, inseparables.
Cuenta la leyenda, que a partir de ese momento quedó marian anormal, la que no sigue las normas impuestas por el sistema.
Yo a veces las visito, me siento en la barra y acariciando mis bigotes, a lo Dalí, las miro conversar y me río bajito.
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Publicada en mujerpalabra.net en marzo del 2013