Creadoras - Narraciones
La bic, el baño y sus ojos
marian pessah
Estaba por la calle Talcahuano y entré en un bar. Saqué mi cuadernito a rayas con espiral, una bic que encontré en el fondo de los recuerdos y me puse a escribir, a recordar situaciones, recrear sensaciones.
Hace unos días andaba caminando sumergida en un estado melancólico, y de repente, al pasar por un teléfono, fue como encontrarme con sus ojos.
Entré a llamarla, casi compulsivamente. Entre su hola, y mi hola, se entrelazaron energías llenas de emociones. Hacía meses que no hablábamos, más aun que no nos veíamos.
Detrás de mi saludo, que sentí entre-cortado, escuché su silencio. Ebullición. Luego de unos segundos en conexión con el cable del silencio, con las palabras en retirada, volvió una nueva ola. Yo sólo deseaba verla. Mi percepción era que ella también.
Me preguntó dónde estaba y al darle las coordenadas del lugar en que me encontraba, esperaba que me dijera Venite a casa. Decime venite, decime venite, rezaba hacia mis adentros.
—Te mandé un e-mail
—No lo vi, hace unos días que no abro mi correo –le dije todavía expectante–. Bueno, ¡¿arreglamos?! –días atrás habíamos combinado que nos encontraríamos.
—No voy a poder.
Su silencio era tan elocuente y sus palabras cargadas de deseo, pero lamentablemente venían acompañadas de cierto raciocinio anterior.
—No voy a poder –insistió–, no quiero discutir.
Entendí que no era un problema de horarios había una decisión por detrás. Tal vez el e-mail tendría cierta información al respecto.
Me dijo que me había extrañado tanto que no podría pasar por lo mismo nuevamente.
—¿Estás diciendo que no querés que nos veamos?
Hasta entonces nuestras voces y silencios estaban llenos de deseos.
—Lo pensé bien, es mejor que no. Vamos a discutir y…
—No –la interrumpí–, yo tampoco quiero discutir. Pero bueno, si es tu decisión es mi deber respetarla –respondió mi parte más racional, más correcta e indeseada.
Hablamos de cómo estábamos, en tres palabras lo que veníamos haciendo. Mientras le contaba sin mucho entusiasmo el rumbo que llevaba mi vida, ahora era ella la que me interrumpía con firmeza.
—Veámonos.
—¿Estás segura? –le dije demostrando toda mi ilusión, aunque mi parte "correcta" saliera al cruce nuevamente–. Mirá que estoy en la calle y no tengo celular. Si te arrepentís, no tenés cómo avisarme.
Corté el teléfono y salí ansiosa cual adolescente. Mis piernas se apuraban, corrían en dirección al colectivo.
Al llegar noté cambios. Ya no precisaba bajar a abrirme, ahora una cámara-espía me largaba chorros de luz y un timbre abría la puerta.
—Hola.
—Llegué.
Subí. Mientras salía del ascensor y miraba para un lado, para el otro, allí estaba ella, parada.
En la puerta me recibió con un beso abierto y un abrazo cansado de esperar.
De a poco fui reconociendo la casa, un imán roto en la heladera, marcaba el paso del tiempo. Ella estaba igual de linda, me contaba con ganas algunas cosas atrasadas de tantos silencios impuestos. Se acercaba con la necesidad de tantos besos no besados.
Me acercaba con la sed de tanta agua acumulada. Tantas palabras arrinconadas en el lugar del enojo y la distancia.
Pasamos una noche de fiesta, entre diosas y cervecitas con nueces, palabras y jadeos.
A la mañana siguiente nos levantamos temprano, entre caricias y mates nos demoramos un poco más de lo previsto. Tomamos casualmente el mismo colectivo.
Ella me contaba alegre una historia que tuvo que acelerar y terminó rápidamente con un chau, me bajo en esta.
Todavía vestida de deseo, bañada del placer de la noche anterior, me preguntaba si llamarla, si esta segunda vez podría volver a superar la prueba.
Si me rechazaba, corría el riesgo de un final abrupto, en cambio si no la llamaba me quedaría con un final abierto, expectante, con la ilusión encendida.
Con la punta de mi dedo, fui muy lentamente borrando el teléfono escrito con lapicera bic negra que otrora anotara con tantas ganas. Una lágrima que brotaba de la tristeza, hacía más fácil la operación.
Fui al baño, le pedí al señor que estaba al lado mío que mirara mis cosas y me perdí en la escalera. Entré nuevamente a ese lugarcito que tantas veces visitamos juntas, en el que un primer, tercer y quinto beso sellaban nuestros encuentros. Broma macabra del destino al ver la foto junto a las toallitas de mano. ¡Ahí también había cambios!
Apagué la luz y salí.
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Publicada en mujerpalabra.net en octubre del 2009