Pensamiento - Sobre sexualidad, afectos y cultura
Las puertas del armario y las olas del mar
marian pessah
Hace unos días recibí un correo electrónico. Sin firma. Una mujer, –que a partir de ahora llamaré Marcela– me "pedía ayuda desesperada". Le gustan las mujeres pero no se atreve a asumirse lesbiana, de hecho, esta palabra ni siquiera asoma en todo el e-mail. Me cuenta que se identifica con cosas que escribo y eso la anima a conversar conmigo.
Me pregunto qué es lo que hace, que en determinado momento, nos animemos a abandonar las jaulas sociales; quebremos los barrotes del miedo; desafiemos las amenazas de "no saber lo que nos pueda pasar"; para libertarnos de todo esto y hasta, en algunos casos, nos hagamos activistas y nos tatuemos hasta los brazos con símbolos de libertad.
Hace un rato, mientras hacía mi caminata en el parque, entre vuelta y vuelta veía a dos chicas que no llegarían a los 18 años. Se besaban apasionadamente, reían y conversaban sin preocupación de ser vistas. ¡Qué lindo! Yo sentía complicidad al verlas, aunque tácita. Es común en Porto Alegre –ciudad en la que vivo– ver chicas de manos dadas. Lo difícil, es encontrar esta pasión al pie de un árbol, más aun en épocas de gripe A, que las clases están suspendidas y los días parecen tardes de domingo.
Marcela cree identificarse conmigo, con la que hoy habla, la que escribe. Lo que ella desconoce, es que yo también me tragaba las palabras, escondía mis miedos y fui durante años, la rara, la misteriosa, la asexuada. Hasta que llegó un momento en el que no aguanté más el sufrimiento del silencio, de la soledad, la presión de tantas palabras atoradas en mi garganta. Y fui un volcán en erupción.
Así comencé mi activismo, fue el canal que encontré para empezar a sacar tantas palabras, conocer otras mujeres y lesbianas con las que podía identificarme. Al ir escuchándome, pude darle existencia a mis sentimientos, ellos iban saliendo a la luz y se iban revelando ante mis ojos.
Me quedé sorprendida el día que vi la expresión del rostro de mi hermana, cuando luego de una confesión, muy tímida y en voz bajita, le contaba que me gustaban las mujeres. Ella me miró con su mejor pregunta y me dijo, ¿y? ¿cuál es el problema?
En Brasil desde hace unos años, el 29 de agosto es el día nacional de la visibilidad lesbiana. Nuestro grito deja su huella en el calendario, la existencia lesbiana está viva y hablando, expresándose, caminando. Rompiendo silencios, como nos decía Audre Lorde.
Ojalá esta fecha animara a todas las Marcelas que aún están en la oscuridad de tantos armarios, siendo tragadas por los agujeros negros de donde no llegan las palabras, ni la voz, ni la visibilidad, puedan animarse a romper las barreras del miedo, a salir de tantos lugares no deseados. A vivir.
Algunas hemos descubierto que el mayor cautiverio, es el propio, el que está adentro nuestro. No estoy negando que haya familias que lo toman mal, a mi madre no le fue fácil, pero vivimos juntas el proceso de asumirnos, yo lesbiana, ella, madre de.
Años más tarde, una de mis tías me contaría una charla entre mi abuela, ¡la bobe judía! y mi padre. Ella –mujer de ochentitantos años– le preguntaba qué cosa lo ponía tan mal, cuál era el problema, si yo era una chica feliz. Y eso era lo que importaba.
Nunca me arrepentí de haber abierto las puertas del armario, al contrario, si pudiera volver atrás, lo haría antes.
Pienso que hasta la propia mar, a veces, se cansa de sus olas. Es parte de nuestro andar. Pero siempre está el momento en que podemos descansar y hacer la plancha.
Marcela, mar, ¿vamos juntas a nadar?
Publicado en agosto 2009 en el diario argentino Página 12
Información sobre uso de este material: consultar con la autora
Publicada en mujerpalabra.net en octubre del 2009