Pensamiento - Contra la violencia misógina y machista
Violencia ¿doméstica?
marian pessah
Hoy me levanté temprano, cansada, este fin de año me tiene agotada. Viajes, poco dinero, por suerte lo que no faltan son proyectos.
Mientras desayunábamos en la cocina, Clari me pregunta si ya vi el diario, le digo que no y me muestra. Otra mujer muere asesinada en manos de su marido. Ayer hubo otra y la semana pasada cuando estaba en Natal, el único día que un diario pasó por mis manos, las letritas pequeñas –nada de lugar principal– informaban dos graves agresiones. Una de ellas murió y la otra luego de días de internación salvó su vida.
Esa noticia la leí mientras esperaba que me hicieran una entrevista en la radio. Parece que tuve suerte, es un programa muy escuchado pero su locutor parecería ser tan culto e informado, como conservador.
Después de dos horas sentada en la salita y de haberme levantado a las 5 de la mañana (¡¿para qué si después me harían esperar tanto?!). Finalmente llegó el momento. Junto conmigo, entraron dos señores, por supuesto acababan de llegar, ninguna espera para el traje y la corbata. Uno de ellos era el gerente general de la Petrobrás, el otro, un mega empresario de la iglesia católica, o de Dios, no recuerdo bien.
Lógicamente los señores importantes comenzaron primero. Durante los cuarenta minutos de tiempo que le otorgaron al empleado de dios, pude escuchar burradas tales como que con las caridades y las fiestas que organizaban para los pobres en navidad, él se ganaba su pedacito –mayor– de cielo.
Otros 40 minutos de brutalidades capitalistas, desastres ecológicos provocados para "servirnos mejor" y ya no saber cómo sentarme, ¡finalmente me toca a mí! Le pregunto al conductor cuánto tiempo tendré, me responde que entre 10 y 12 minutos.
Una de las primeras frases del entretenedor del circo es sobre violencia doméstica. Lo interrumpo, cosa que nadie hace, pero a mí las palabras se me caen de la boca.
—No es violencia doméstica, es violencia de los hombres contra las mujeres.
Él, jugando el papel de galán seductor (pocas cosas despiertan más fantasías en un hombre, como la posibilidad de conquistar a una lesbiana, más aun si es radikal, pero nuestro animador todavía no lo sabe) me dice que tiene muchos amigos que son golpeados por sus mujeres. Lo miro con cara seria, con la misma que nunca se ríe de un chiste sexista, ni racista. Él empieza a acurrucarse. Le digo con voz muy segura que es muy raro, porque si así fuera, seguramente los diarios lo publicarían, ya que son ustedes, los hombres, quienes los dirigen, los escriben, los venden. Se da cuenta que el humor machista no va conmigo y se disculpa. Le digo que ese humor sirve para dejar las cosas como están y no hacerse cargo, también para fortalecer la violencia y el machismo. El animador acaba disculpándose conmigo y dándome la razón.
Ahora quiere hablar de mi apellido y del origen de mi familia. Yo, en lo 8 minutos que me restan, quiero hablar del origen de LA familia, pero no de la mía, sino de la que hablaba F. Engels, si es posible también de la propiedad privada y del estado. El hombre sabe a qué me refiero, ya dije, es muy culto e informado.
Una vez que consigo decir una frase de corrido intenta interrumpirme, es comprensible, pero mi cabeza hace cuentas y como durante la hora y media que llevo dentro de esa heladera con un aire acondicionado a su máxima potencia, escuchando horrores que hielan también mi alma, pude notar cuánto le gusta mostrarse a este señor. Eso ocupa tiempo y tiempo es lo que no tengo. Quedan siete minutos y yo también quiero ser escuchada, finalmente para eso viajé desde Porto Alegre –el otro extremo de Brasil– y sobre todo, para eso me invitaron a Natal. Después de todo, no es todos los días que una lesbiana feminista está en la abertura del Foro Social Potiguar.
Tengo la sensación de que hace una eternidad que vengo escuchando hablar de cosas que solamente afirman y reafirman todo aquello que yo quiero destruir, no quiero devolverle la palabra. Tomo el control de la situación. Estamos al aire en una radio, nadie podrá editarme y yo quiero hablar con propiedad, la violencia doméstica es tener un accidente con la heladera, no que un marido le pegue un tiro a su mujer, un accidente doméstico puede ser tropezarse con la alfombra, no que un hombre espere cuchillo en mano a su ex novia que huyó por las constantes violaciones y agresiones de su pareja, que más que pareja es desigual.
Empiezo a hablar de la economía heterosexual y de cómo eso aniquila a las mujeres desde las instituciones. Una única mujer quedaba, para ese entonces, sentada a la mesa –los magnates luego de hablar se retiran porque saben del valor del tiempo– mientras hablo, la miro a los ojos. Pregunto, dirigiéndome a ella, cuando una mujer tiene que limpiar la casa, educar a sus hijos e hijas, hacer la comida, las compras, los 365 días del año y no recibe ningún tipo de salario a cambio, eso, ¿no es explotación? La mujer se encoge de hombros y se queda pensando. El hombre culto me dice, finalmente poniéndose más a la altura del debate, eso sería la famosa plusvalía. ¡Exacto! En las relaciones heterosexuales, el dinero que gana el hombre le corresponde a él y el trabajo que realiza la mujer en casa para que él pueda salir a hacer todo ese trabajo también. Cómo es que luego, cuando está cansado, porque finalmente el capitalismo y las agresiones sociales también lo tocan, se descarga con la mujer, a quien el sistema le ha enseñado que vale tanto como un trapo de piso, que debe de estar callada y sometida a los deberes de la casa y a su patrón.
Pablo Neruda me interrumpe y con voz seria y seductora comienza a recitar:
—Me gustas cuando callas porque estás como ausente. Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Si a los trapos se los maltrata, a las mujeres también. Por eso la violencia es doméstica, porque somos consideradas un artefacto más del hogar al cual ni siquiera hay que pagar para adquirir, y además de tener la casa reluciente, la comida lista es obligada a ejercer los servicios sexuales para mantener contento al patrón y que este sea más productivo a la sociedad capitalista.
Por eso las lesbianas, aún hoy, somos mal vistas, porque nos libertamos de todo esto. No hacemos parte de esa economía "doméstica" siéndole funcional a la dictadura patriarcal, no damos servicios gratuitos de nada pero como generalmente trabajamos, generamos desempleo. Unos años atrás, otro arquitecto del sistema demoníaco –Reagan– justificaría el desempleo echándonos la culpa a las mujeres que abandonamos los hogares para estar en la calles.
Mujeres: libertémonos, qué estamos haciendo aguantando esas cárceles domiciliares, como la Grande Audre Lorde escribía el miedo nunca nos protegió, qué esperamos para darnos cuenta que por más que haya leyes, las mujeres tenemos que tener consciencia de que NADIE puede agredirnos, maltratarnos, por el simple hecho de ser personas, de existir. Basta de soportar malos tratos, chistes machistas y trabajos desiguales sin remuneración.
Libertémonos y veamos los colores que hay dentro de la vida, son maravillosos.
No esperemos a que un estado, un patrón, una iglesia o un marido nos proteja, ¿de qué, de quién? ¿De ellos mismos?
Al terminar el programa, el hombre bien informado hace su último comentario:
—Finalmente no te pregunté si estás casada, si tenés hijos.
Lo miré con la misma cara de "desolación" y le respondí:
—¡Es verdad! Yo tampoco le pregunté a usted.
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Publicado en mujerpalabra.net en la primavera del 2010