Creadoras - Narraciones
hilo rojo
nana coromoto
desde la caída de las bombas ella sólo podía pensar en Nueva York con sus hermanas dormidas bajo un gran árbol del Central la ciudad dejaba de ser azul para dibujarse saturada y móvil como en un sueño de deseo había una brisa honda que calaba los pies desnudos y las treinta uñas pintadas de sangre absorbían el calor del sol cayendo de golpe sobre la piel la cabeza ladeada terminaba abriendo los tobillos estéticamente relajados ¿por qué llevaban abrigo aquel día de primavera? los hombres se volteaban ante aquel grupo de ángeles que aparentaban no vestir nada más que unas sandalias que ya habían desaparecido en su recuerdo el pelo bailaba al viento y la mano en el bolsillo escondida como un arma la sensación de conocer la ciudad le daba alas mientras la música se encendía a su paso vibrante daba miedo pensar que ya nunca iban a comunicarse igual pues todo lo que dijeran sería un tema espantado por la indiferencia de aquellas que habían sido sus hermanas de agua sobre la grama brillaban rotas por la sombra de los brazos de los árboles atando sus cuerpos tendidos como muertas a los diecisiete años todavía se tiraban del pelo y ni siquiera sabía si eran vírgenes aunque siempre hay alguno que atraviesa el escudo de permanecer pura para ella sólo se podía ser de corazón pues si de algo estaba segura era de que no quería saber porque la virginidad era casi un estado más que una experiencia el secreto humano de ser a salvo y bajo control eso creía entre los árboles la hierba nunca se seca y excita tanto silencio interrumpido por lo que se oye debajo de la tierra con la oreja pegada a esa hora de la merienda en Nueva York no podía olvidar haber coincidido con él hacía una semana su dedo empezó a sangrar sentados en la mesa del bar de madera sucia de vino hablaba sin parar de beber el vaso helado debió humedecer su corazón y empezó a manchar sin darse cuenta estuvo a punto de decírselo pero enseguida el rastro de otra hembra brilló en su pupila y simultáneamente empezó a oler aquel hilo rojo que rastreaba su piel oscura reptando atragantada hasta la boca llena de agua escalaban las arcadas que provocaron la mancha en el húmedo terciopelo verde de la gran manzana
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Publicado en mujerpalabra.net en 2005