Naturaleza - Defensa de l@s Animales
Tradición. La batalla de ratas de la quinta de El Puig
JF
La meva terra no té una flama que digui si,
però una espurna sempre ho vol dir.
No té una flama que digui no,
però té cendra que ho colga tot.
Lluís Llach, La meva terra
Mi tierra no tiene una llama que diga sí, / pero una chispa siempre lo quiere decir. /
No tiene una llama que diga no, / pero tiene ceniza que lo cubre todo.
Estaba en la plaza de la Constitución de El Puig, con una sonrisa permanente en la boca para hacerles creer que estaba de su lado. Esperaba el momento de la batalla de ratas para obtener imágenes con las que demostrar que, en mi pequeño país, existe la enésima forma de linchamiento público convertido en diversión. Son las nuevas fiestas ante el patíbulo: las personas que iban a ajusticiar han dejado todo el protagonismo a los animales de prácticamente todas las especies al alcance de la mano, y el paseo con el sambenito es ahora una noche de bous al carrer, una jornada de tiro y arrastre, una competición de colombicultura o una batalla de ratas.
Las Fiestas de San Pedro Nolasco de El Puig, el último domingo de enero, incluyen la de los jóvenes de la quinta, que se sigue celebrando a pesar de la finalización del servicio militar masculino y obligatorio. Vestidos con uniforme de camuflaje y sin ninguna mujer entre ellos, rompen los peroles con golosinas y juguetes que los niños y niñas recogen del suelo. Nos contaron que algunos de estos peroles tienen una "sorpresa": meten ratas, unas muertas y otras vivas. Si sale una muerta, los jóvenes la lanzan contra la gente, en busca del grito desesperado de las chicas. Si sale una viva, la diversión está en aprovechar su intento desesperado de huir para "cazarla" a patadas y pisotones hasta que, ya muerta, vuelva a hacer de cosa divertida que tirar a las chicas para cortejarlas. Tradicionalmente, se han utilizado ratas de marjal cazadas en los campos de la huerta, pero ha habido ocasiones en que se han utilizado ratas de laboratorio, compradas en tiendas de animales, e incluso conejos.
La fiesta de este año ha estado marcada por la campaña animalista que ha llevado el caso a los medios. A mi lado había mucha gente indignada que clamaba contra la que no tiene otra tarea que joder la fiesta tan esperada por el resto. Recordé el chico de Algemesí que iba por la calle Montaña hacia la plaza de toros, acompañado de aquellas dos chicas sin voz y en segundo plano, y que se topó con la manifestación de la Folgança del primer día de la semana de toros. Se acercó lentamente, con las chicas siempre detrás. Con una sonrisa en la boca, me pregunta con su voz más suave: ¿por qué protestáis? ¡Si en la plaza de toros sólo hay fiesta!
En la plaza de toros hay toros torturados y matados, y en los platos hay corderos, lechones, terneras o pollos, y en las chaquetas de piel está la piel de vacas muertas... y en la plaza de la Constitución de El Puig habría ratas. Yo no veo otra cosa, no puedo cimentar nada sobre un lodo tan evidente. Estaba rodeado de gente que no veía los toros, y mucho menos podía ver las pequeñas ratas de marjal que saltan entre los caballones de los campos. Es así como funciona la ideología del poder, haciendo que la gente mire el lodo y vea unos cimientos firmes.
Aquella plaza era un gran monumento a la ideología de poder heteropatriarcal y especista. A mi lado había un grupo de "parejas" redistribuidas entre hombres y mujeres. Unos al frente y participando de la indignación colectiva, las otras en un segundo plano y apoyadas sobre una pared, cediendo simbólicamente todo el protagonismo a los jefes de la manada como lo habían hecho aquellas dos chicas de Algemesí. Entre ellas hablaban de másters y tesis, de presentaciones y lecturas públicas de trabajos, dejando constancia de una formación superior que no era nada evidente cuando hablaban los líderes naturales, nacidos para gobernar el mundo. Sus mejores aportaciones fueron frases como "¿De qué protestarán ahora, ¿de que no hay mujeres? ¡Las ratas hacen de mujeres!" o la inquietante "¡Deberían protestar por todo lo que hay que protestar!".
Cuando una "pareja" se reunificó y se marchó al ritmo marcado por su director de orquesta, una de las mujeres que quedó le explicó a la otra como funcionaba la tradición puchenca a través de todos los detalles de fallas, peñas, grupos, asociaciones, cofradías y devociones. Era un relato en línea sin ningún análisis ni crítica, donde todo parecía fijado, inamovible, incuestionable. La protagonista de aquella escena, todo un símbolo de la "tradición" que sería subida a los altares poco después, se había tomado la píldora azul de Matrix y era parte de la ceniza que todo lo cubre a mi tierra.
Los chicos de la quina, la mayoría de los cuales tenía pinta de cargar con unas cuantas noches de fiesta a las espaldas y de haber roto tradiciones de todas las clases y colores, aparecieron en la plaza en grupo, con una pancarta de protesta por la protesta (lo que viene a ser la reacción de toda la vida) que anunciaba que no les quitaríamos sus tradiciones y que mostraba su rechazo por La Sexta, que había tenido la osadía de informar de los hechos en lugar de silenciarlos. La gente empezó a corear consignas como "¡Ser de los quintos es lo mejor que hay!" Y la impresionante "¡Queremos ratas!". Un ratito después y sin que llegara a salir el "¡Libertad!" que se ha hecho habitual en este tipo de manifestaciones, la quinta recogió la pancarta y todo el mundo se aplaudió por haber sido protagonista de esta nueva muestra de magnífico compromiso con la tradición.
Mientras participaba como uno más de todo aquello, pensé que Morfeo aparecería en cualquier momento dando saltos de tejado en tejado, y que toda aquella gente se convertiría en copias del temible agente Smith. Volví al mundo de la lógica virtual cuando la quina abrió un saco de pelotas blandas y comenzó una batalla de pelotazos que me hizo soñar que, milagrosamente, se había encontrado una forma de hacer lo mismo que se hacía con las ratas. No fue así: finalmente, apareció el experto en peroles con un montón de aquellas cosas y colgó la cuerda para hacer piñatas entre los balcones de un lado y otro de la plaza.
Aguanté la respiración cuando empezó "la fiesta". De los dos primeros peroles sólo cayeron trozos de barro cocido con algunos premios por los niños y niñas. Mientras colgaban el tercero, unos gestos de los maestros de ceremonia les delataron: sabíamos que, cuando lo rompieran, iba a aparecer la primera rata. Estaba muerta, y su cadáver fue de un lado a otro de la plaza, se estrelló contra el suelo y los balcones y fue a parar varias veces contra un montón de chicas seleccionadas por galantes chavales de la quinta.
De repente, dos mujeres se convirtieron en el objeto de la ira de los tradicionalistas. Eran periodistas del diario Levante que atrajeron su atención cuando la fotógrafa intentó tomar primeros planos de la rata. Quizás las confundieron por animalistas infiltradas como nosotras o puede que las atacaran, simplemente, por ser del gremio que les había perturbado. Fueron rodeadas por un grupo que las insultaba, amenazaba y golpeaba. Yo estaba cerca e intenté tomar fotografías, pero sólo capta el tumulto con mi cámara sin ráfaga. Pude ver los golpes, oír los gritos y presenciar el trabajo de los babosos de siempre, que quisieron aprovecharse del anonimato (no había ningún agente de policía en la plaza). Detrás de mí, intimidaban a un cámara de televisión que llevaba un equipo sin marcas de ninguna cadena, y que no pudo hacer su trabajo. Antes, había recibido permiso de la gente de una casa para trabajar desde un balcón pero, pocos minutos después, fue expulsado a instancias de los de abajo.
Ya no hay más historia. Todo el mundo miró, la mayoría rió, un montón de gente aplaudió la agresión. Después, más ratas muertas volaron por la plaza del patíbulo. El alcalde se apresuró a sentenciar que las periodistas no habían sufrido ningún daño, en el cuartel de la Guardia Civil donde presentaron las correspondientes denuncias por las agresiones y las amenazas sufridas, por los daños al equipo y por la destrucción de su trabajo: les habían robado la cámara, la habían roto y habían formateado la tarjeta de memoria. El jefe de la oposición socialista en el Ayuntamiento de El Puig defendió sus vecinos indignados con los medios de comunicación. Triste. Asqueroso. Patético. Muy tradicional.
Mi recuerdo de ese día será para las ratas que no son nada, que no merecen nada, que pueden ser utilizadas para cualquier cosa en los laboratorios, los terrarios o en las fiestas. Que tienen la habilidad de adaptarse y de sobrevivir, de existir alrededor de los humanos y huir siempre de los humanos, de salir adelante con lo que tiramos y ser protagonistas de mil cadenas tróficas. Que saben y aprenden, como han mostrado en los laberintos donde son tiradas por gente con mucha afición por las descargas eléctricas. Que han demostrado que prefieren liberar a otras ratas cautivas antes que comer un montón de chocolate que sería para ellas solas.
El Puig es el pueblo de la gente que denunció la batalla de ratas, que pidió la ayuda de la gente animalista para salir del lodo y levantar nuevas formas de hacer sobre tierra firme. Son las chispas que brillan entre la ceniza que se deja caer sin ofrecer resistencia, y que viene de la hoguera donde los de siempre, también el alcalde y su amigo de la oposición, queman buena madera. Mientras me sacudo de la ropa toda la ceniza que me cayó encima en la plaza de la Constitución de El Puig por la fiesta de San Pedro Nolasco, mi reconocimiento también es para todas estas chispas.
Vínculos externos relacionados
Levante-EMV.com, 31.01.2012, El mundo político, cultural y profesional condena la agresión i exige una investigación
Público.es, 09.12.2011, Las ratas también saben ser solidarias
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Publicado en mujerpalabra.net en marzo 2012