Naturaleza - Veganismo/Vegetarianismo
¿Por qué veganas?, ¿por qué ahora?
Xavier Bayle (2007)
"Yo quisiera ser civilizado como los animales" Roberto Carlos
Qué guapas se ponen las personas cuando se hacen veganas, les aparece en las mejillas un buen color nuevo y simpático, aquel especial que demuestra que poseen belleza reversible, como las chaquetas, con el incentivo de que el interior es más hermoso. Al tacto pueden parecer iguales, pero desde luego no lo son. Se pone una a mirarlas y a pensar y a sentir, y es que dan ganas de comérselas a besos.
En muchas fuentes periodísticas y personales del mundo se cita a las veganas éticas como unos bichos con trompa bífida y antenas venidos del espacio exterior, una semisecta de tipo destructivo, que quiere acabar con la sociedad y la historia del glorioso ser humano. Esa característica aparentemente implícita acerca del carácter destructivo se intuye por extensión, porque, al igual que con la palabra radical, son términos que apuntan a un concepto masificado, mediatizado, sobre qué son las sectas; una de esas palabras —una palabra más—, pervertida por el Complot Universal contra las Palabras que rige nuestra civilización. Sin embargo, las sectas más cuadradas, estereotipadas, nauseabundas y laureadas de la historia fueron, paradójicamente, aquellas que hicieron subir al poder a Hitler y a Bush, que machacan a las mujeres, que mantienen la tauromafia, que degüellan un cerdo mientras piensan en sus hijas con amor, las sectas económicas que permiten la evisceración del contenido anímico de la vida, de la esencia del equilibrio, del cariño solidario por lo que vive. Las sectas no autodestructivas, sino asesinas, las sectas paralegales que controlan el mundo.
Por el otro lado, y ya lo digo desde aquí, me da por pensar y afirmar —no sin cierta cautela, pero no sin cierta seguridad—, que sí, que es cierto: que las veganas éticas, como el grupo de millones de personas que somos, sensibles al dolor animal, queremos acabar con esta sociedad. Un modelo de sociedad basada en la corrupción de la armonía, en la rentabilización de la vida, en definitiva, la deidad humana respecto a su entorno. Según medios oficiales, por tanto, somos terroristas de la peor calaña. Tierroristas, matizo: las que atacamos la sociedad con los derechos naturales con que el universo nos dotó, con la pública intención de defender la tierra y a sus habitantes contra esa asesina bípeda tan semejante a nosotras.
Pero esa es sólo la intención, la declaración de guerra. Qué duda cabe (si las pruebas evidenciales son tantas), que quienes están jodiendo bien el planeta, quienes están decididas a acabar con la raza humana, con cuanta especie se cruce en su camino y con quienes les bloqueen su sangriento avance, son —de miles de formas—, las carnívoras, aliadas en la calidad y profundidad de su desprecio con las cazadoras, las vivisectoras, las toreras y su inframundo, las domadoras de circo... y la larga lista de las buenas personas que cumplen o no con sus obligaciones fiscales, que respetan o no la igualdad racial y sexual, que construyen el mundo humano a despecho de la evolución. En fin las asesinas pasivas y activas.
Mis más efusivas heroínas de antes son o fueron asesinas pasivas: Whitman, León Felipe, Becksinski, Chillida, Virginia Wolf... Ahora, no obstante, celebro la vida de otras grandes personas que fueron ética práctica durante sus vidas, Madame de Crayencour (conocida como Marguerite Yourcenar), Da Vinci, William Blake, Kafka, Peter Singer, o, más cercanas, el genial Bajo Ulloa, que ya me ha dado dos alegrías en la vida: la calidad de sus películas y hacerse vegano.
Porque ya no es una cuestión de hipersensibilidad, tan sólo, ni de buen corazón, sinó de mera lógica, mero afan de perpetuación, aquel volcado en cuidar lo que nos entorna, de no participar en la masacre, de no fingir ser buena persona con el chantaje emocional de quienes nos acarícian y nos quieren pero depredan como sanguinarias bestias (pasivas o activas, recuérdenlo), cuando tienen hambre, frío, aburrimiento...
No entiendo los símbolos de la paz colgados del pecho como un amuleto banal, sin haber comprendido las exigencias que pretender ese objetivo suponen. La violencia contra las personas empieza en la que cometemos contra los animales no humanos, así no entiendo un pacifismo consistente en meterse en el vientre el cadáver de un semejante, rezando en templos muertos oraciones muertas a dioses muertos en el nombre de la bondad, el bien, la fraternidad, para despellejar, sin pestañear, dos horas después un zorro electrocutado, firmar la sentencia de muerte de un dictador en el nombre del verdugaje, inyectarle fuego a un hamster o abrasarle el ojo a un conejo inmovilizado cuyo otro ojo ya está quemado… Así no puedo ser pacifista… pero quiero la paz, como todo animal sano.
Las enfermas, las psicópatas en distintas gradaciones, las palurdas, tienen al concepto de tradición, honor y nobleza cogido por la entrepierna, como los nazis tuvieron en jaque a Europa hace setenta años. Esas gentes, congéneres, y sus hábitos alimentarios, reparten encelopatía espongiforme, gripes aviares, contaminación freática, polución y veneno por los territorios para luego no tener la decencia de morirse de ellas, sino que les sirve para matar aún más, por el bien de la salud pública, destruyendo los cuerpos enfermados, legitimando la barbarie con sus suculentos cerebros y su torpeza emocional. Es nuestra bondad lo que les alimenta, son nuestras lágrimas incomprensibles a sus rudos corazones las que ignoran, como ignoran los balidos desesperados de sus comidas, los gruñidos terminales de sus desayunos, el estertor agónico de un domingo de batida, la terrible agonía y muerte de sus abrigos, de los productos con que se miman los cuerpos...
Ni siquiera el zorro, el ciervo o la perdiz tienen el triste consuelo de ostentar el nombre ridículo con el que los comprendemos, simplemente, son "piezas de caza". Asimismo el cerdo, la vaca, la oveja, el pollo no tienen nombres, son "ganado de abasto", y los perros y los gatos y los hamsters son "mascotas" y los preciosos paseriformes y loros son ya "pájaros de jaula", etc. Les hemos robado sus vidas, sus nombres, sus tiempos, sus espacios. Somos las delincuentes de la fauna, las ladronas de vidas, la escoria del planeta, lo peor que le sucede a la belleza cuando amanece cada día, y el sol incandescece para todas las criaturas del lado claro de la tierra, como en unas horas lo hará con la otra cara del mundo.
Algunas de esas criaturas, cien mil millones cada año, no verán ese sol radiante que la rotación del planeta nos descubre, esa luz maravillosa que grita "despertad" en su universal idioma, a todas las vidas del mundo. Algunas de esas criaturas que no sabían que carecían de vida, de tiempo, de espacio, de luz y de nombre, porque la raza a la que pertenezco decidió que eran suyas.
No esperes más, siente comprendiendo, no tienes derecho moral (sólo el que te otorga la tiranía legal e intelectual ), hazte vegana, piensa y siente cuando compres, cuando escuches el idioma del dolor cotidianamente, no lo aceptes. Hazte activista por los derechos animales (y humanos por impregnación). La batalla durará tanto como dure la ignorancia, tanto como venza la indiferencia.
No te detengas, no lo olvides: ellos están solos.
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Publicado en mujerpalabra.net en diciembre 2010