Pensamiento - Sobre lenguaje
El análisis de la palabra 'hombre' en el discurso oficial de la arqueología: una perspectiva feminista radical (2011)
Andrea Franulic
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En un capítulo denominado "Las trampas del lenguaje", las autoras valencianas Aguas Vivas Catalá y Enriqueta García Pascual se refieren al concepto de salto semántico, de la siguiente manera:
A esta trampa García Meseguer le llama 'salto semántico': iniciar una frase o un discurso utilizando un término de género gramatical masculino, en sentido amplio, incluyendo a varones y mujeres, y posteriormente comprobamos que sólo se refiere a los varones. Hay un salto, pues, en el significado (Catalá y García, 1987: 19).
Por ejemplo: "Los antiguos egipcios habitaban en el valle del Nilo. Sus mujeres solían..." (...) "Hay otras muchas normas en el Corán que sirven para estructurar la vida y las costumbres de los creyentes... Pueden casarse con varias mujeres, la mujer está sometida al hombre..." (Libros de texto) (Catalá y García, 1987: 18).
Es a las mujeres a quienes se nos tiende esta trampa, que consiste en hacernos creer que el masculino nos incluye, cuando no refiere más que únicamente a los varones. Pero el fenómeno es algo más complejo. Efectivamente, en un mismo y único movimiento, el masculino incluye al femenino, a la vez que refiere unívoca-mente a los hombres. La inclusión del femenino va de la mano de su invisibilización, las mujeres no nos vemos en el lenguaje. Cuando aparecemos mencionadas y en el texto leemos, por ejemplo, "sus mujeres", nos damos cuenta de la secundaridad del papel femenino. Es decir, el género gramatical masculino incluye al femenino, tal como, en la cultura, las mujeres somos incluidas en tanto reproduzcamos la labor invisible de la feminidad. Como seres humanas pensantes, creadoras de cultura y sociedad, estamos excluidas, no existimos. En este mismo sentido, el masculino refiere a los varones, tal como, en la cultura, ellos se han auto-concedido el lugar protagónico de la creación humana, por eso, los discursos de las diferentes instituciones y disciplinas (ciencia, filosofía, religión, historia, educación, medios de comunicación, leyes, entre otros) dan cuenta de que siempre se trata de hablantes varones dirigiéndose a destinatarios varones. Con otras palabras, el inclusionismo cultural de las mujeres tiene su correlato en la lengua, por lo tanto, el género gramatical no es solo una categoría formal del paradigma morfosintáctico del español, sino que, como se plantea desde la lingüística cognitiva:
El lenguaje tiene un carácter inherente-mente simbólico. Por lo tanto, su función primera es significar. De ello se deduce que no es correcto separar el componente gramatical del semántico: la gramática no constituye un nivel formal y autónomo de representación, sino que también es simbólica y significativa (Langacker 1987: 57, citado en Cuenca y Hilferty, 1999: 19).
Esta idea del inclusionismo cultural ha sido desarrollada por el feminismo radical de la diferencia, corriente de pensamiento que surge de manera visible y sistemática a fines de la década de los sesenta y a principios de los setenta, con exponentes como Carla Lonzi en Europa, y Adrienne Rich en Norteamérica. El planteo principal de esta corriente consiste en afirmar que las mujeres tenemos un cuerpo sexuado diferente que ha sido negado a lo largo de la historia, por lo tanto, nuestra diferencia sexual no está expresada en la civilización actual. Al respecto, María-Milagros Rivera Garretas (1998: 81-82) plantea:
Diferencia sexual se refiere directamente al cuerpo; al hecho de que, por azar, la gente nazcamos en un cuerpo sexuado: un cuerpo que llamamos femenino, un cuerpo que llamamos masculino (...) Un hecho sin cobertura simbólica, sin ropaje que lo interprete, un hecho que no ha sido mínimamente humanizado (...) Un hecho, pues, desnudo y crudo porque es fundamental a nuestras vidas pero que se ha quedado fuera de la cultura; fuera del pensamiento, fuera de la filosofía tal como la conocemos, fuera, incluso, del lenguaje.
Y continúa:
Esto quiere decir que en la epistemología corriente, en la organización dominante del conocimiento, las mujeres hemos quedado fuera. Porque, tradicionalmente, el sujeto del pensamiento, el sujeto del discurso, el sujeto de la historia, el sujeto del deseo es un ser masculino que se declara universal, que se proclama representante de toda la humanidad. Según el pensamiento de la diferencia sexual, el sujeto del conocimiento no sería un ser neutro universal, sino sexuado; y el conocimiento que ese sujeto pretendidamente universal ha producido a lo largo de la historia, sería solamente conocimiento masculino, conocimiento en el que las mujeres no nos reconocemos.
En consecuencia,
...lo que conocemos como femenino en el patriarcado, no sería lo que las mujeres son o han sido en el pasado, sino lo que los hombres −o algunos hombres− han construido para ellas, han dicho que ellas son. Y lo son en relación especular con lo masculino, vacías por tanto de contenidos independientes. Precisamente esta carencia de subjetividad femenina independiente sería necesaria para la perpetuación del patriarcado, para que las mujeres aceptemos nuestra subordinación social en el marco de una familia fundada en el contrato sexual.
En este sentido, el constructo de lo femenino −que es una creación de la cultura masculina− ha sido el cautiverio de nuestra negación. Bajo este mismo prisma, la feminista latinoamericana Margarita Pisano (2004) afirma que "las mujeres no somos la feminidad"; pero ¿quiénes somos, entonces, las mujeres?, tampoco lo sabemos, puesto que, justamente, es este re-pensar-nos nuestro pendiente histórico-político.
También Pisano señala que la masculinidad −como género sociocultural− contiene a la feminidad, conformando un todo indivisible; en consecuencia, no se trata de un binomio constituido por dos géneros diferentes en una relación asimétrica, posible de resolver por medio de la consecución de la igualdad:
La lectura simplista de dos espacios diferentes entre género masculino y género femenino nos ha conducido a formulaciones erróneas de nuestra condición de mujeres y de nuestras rebeldías, pues estos supuestos dos espacios simbólicos no son dos, sino uno: el de la masculinidad que contiene en sí el espacio de la feminidad (Pisano 2001: 21).
Al tratarse de un monomio, la única salida posible para un cambio civilizatorio, nos dice Pisano, es situarnos −a conciencia− fuera de aquel. Por lo tanto, la propuesta no es demandar mayor inclusión, incorporación o acceso a los espacios masculinos, acción política que ha caracterizado al feminismo igualitarista y liberal; al contrario, la vía de liberación consiste en radicalizar nuestra exclusión. Es la misma idea que se advierte en una pensadora feminista de principios del siglo pasado, Virginia Woolf, quien reflexiona de la siguiente manera:
"...y pensé en el órgano que retumbaba en la iglesia y en las puertas cerradas de la biblioteca; y pensé en lo desagradable que es estar excluida; y pensé en que tal vez sea peor ser metida dentro..." (Woolf 2003: 47).
El uso de la palabra "hombre", en la lengua española, es un claro ejemplo de lo argumentado hasta ahora. La lingüística señala que esta expresión es polisémica; es decir, es una misma forma con dos significados diferentes: el primero, asigna a la humanidad en su conjunto; y el segundo, se refiere a los varones de manera particular. El diccionario de la Real Academia Española define la palabra, moviéndose entre estas dos posibilidades, aunque registra más acepciones de su segundo sentido:
1. m. Ser animado racional, varón o mujer.
2. m. Varón (? ser humano del sexo masculino).
3. m. Varón que ha llegado a la edad adulta.
4. m. Grupo determinado del género humano. El hombre europeo El hombre del Renacimiento
5. m. Individuo que tiene las cualidades consideradas varoniles por excelencia, como el valor y la firmeza. ¡Ese sí que es un hombre!
6. m. U., unido con algunos sustantivos por medio de la preposición de, para designar al que posee las cualidades o cosas significadas por tales sustantivos. Hombre de honor, de tesón, de valor
7. m. coloq. Marido.
En concordancia con lo que hemos señalado respecto de la falacia del uso del genérico, pensamos que los usos de la palabra "hombre" no manifiestan un fenómeno polisémico, sino, más bien, instancian una metonimia conceptual, sintetizada en una sola forma. Por metonimia se entiende "un tipo de referencia indirecta por la que aludimos a una entidad implícita a través de otra explícita" (Cuenca y Hilferty 1999: 110), pertenecientes ambas a un mismo dominio cognitivo. La lingüística o semántica cognitiva define los dominios como "representaciones mentales de cómo se organiza el mundo y pueden incluir un amplio abanico de informaciones, desde los hechos más indiscutibles y comprobados empíricamente hasta los errores más flagrantes, las imaginaciones más peregrinas o las supersticiones" (Cuenca y Hilferty 1999: 70).
De esta manera, los usos lingüísticos de la expresión pueden manifestar dos tipos de metonimia conceptual, la del todo por la parte, o bien, la de la parte por el todo. Esto quiere decir que entre el todo −la humanidad− y la parte −los varones− se establece una relación referencial interdependiente, es decir, la presencia del todo es condición necesaria para la presencia de la parte, y lo mismo sucede a la inversa. La palabra "hombre", en consecuencia, expresa una metonimia encubierta, anclada a nuestro sistema conceptual. La metonimia, como también la metáfora, son mecanismos cognitivos que se manifiestan en el lenguaje cotidiano; y "nuestros conceptos estructuran lo que percibimos, cómo nos movemos en el mundo, y la manera en que nos relacionamos con otras personas" (Lakoff y Johnson 1995: 39).
Encontramos instanciaciones recurrentes de la palabra "hombre" al revisar textos escritos de arqueología y paleontología que circulan en España. En estos, el uso de la expresión metonímica salta a la vista1:
- Entre los chimpacés y el hombre aparecen cuatro nuevas especies: Ardipithecus ramidus, Australopithecus anamensis, Australopithecus afarensis y Australopithecus africanus. Fuente 1
- Lo que se necesitan son formas de algún modo intermedias, "eslabones perdidos" en la retórica tradicional, o dicho aún más crudamente: "hombres-mono". Fuente 2
¿Qué les parecerían a los hombres de Cro-Magnon la primera vez que los vieron? Para empezar los neandertales eran muy blancos y los cromañones no tanto. Fuente 3
Neandertales y hombres de Cro-Magnon no se distinguían unos a otros sólo por los rasgos de la cabeza, sino que se reconocerían a distancia también por la forma y proporciones del cuerpo. Fuente 4
Todas fueron realizadas por el hombre de Cro-Magnon. Lo apasionante de estas manifestaciones del arte paleolítico es que nos permiten contemplar al mítico mamut, al poderoso rinoceronte, al temible león, y al gigantesco oso de las cavernas a través de la mirada del hombre prehistórico. Fuente 5
Tanto los hombres de Neandertal como los de Cro-Magnon convivían y competían con los leopardos y leones. Pero si neandertales y cromañones han sido llamados hombres de las cavernas, hay un oso que se merece tanto el adjetivo de cavernario que forma parte de su nombre científico... Fuente 6
¿Qué ocurrió desde que el primer hombre aparece sobre la tierra, e incluso antes? Fuente 7
¿Qué razones o causas han sido condicionantes en las respuestas del hombre ante el reto de sobrevivir? Fuente 8
La orientación principal viene dada por el hecho de que el Neolítico supuso un cambio total de la actitud del hombre ante el medio bioclimático en el que desarrollaba su vida... Fuente 9
El hombre del Paleolítico, cazador, pescador y recolector, que no "depredador", como desacertadamente algunos le han calificado, se iba a atrever a intervenir en el desarrollo del propio mundo natural... Fuente 10
No se trataba simplemente de lograr unos nuevos medios de subsistencia que iban a cambiar las relaciones del hombre con su medio ambiente, sino también las relaciones entre los propios hombres ya que la nueva situación supuso una distinta estructuración social e ideológica, como se irá viendo a lo largo del curso. Fuente 11
Ejemplos como estos abundan en las páginas de las revistas de divulgación científica y en los libros de texto escolares publicados por el ministerio de educación. Con mucha menor frecuencia, aparece la palabra "mujer" o expresiones relacionadas con el ámbito de lo femenino:
El dilema cazador/carroñero es un tema que abordaré más adelante. Ahora me ocuparé de otro dilema no menos importante: la disyuntiva hombre cazador/mujer recolectora (...) Las hembras de los chimpancés son fértiles hasta prácticamente el día de su muerte. Las mujeres, por el contrario, se vuelven estériles mucho antes de ser fisiológicamente viejas.
Parece, después de tanta especulación, que nos vamos a quedar sin saber por qué razón existe la menopausia, es decir, por qué al hacerse más larga la vida de las mujeres no siguieron éstas teniendo hijos.
Junto a estas pinturas también se han encontrado estatuillas de mujeres que reciben el nombre de venus, y utensilios de hueso decorados con grabados. La finalidad de estos objetos parece que es principalmente religiosa: las venus representan a mujeres invocando la fertilidad y los animales tallados en los huesos invocan la buena caza.
Las mujeres eran las garantes de la diversidad genética de los neandertales al integrarse en comunidades distintas a la familiar, según las conclusiones de un estudio que descifró por primera vez el ADN de un elevado número de neandertales de un mismo grupo.
Obsérvese el llamado salto semántico en los ejemplos que siguen:
En el Neolítico aparece la cultura de los hombres agricultores: viven de la tierra (cosechas) = adoran la fertilidad de la tierra: diosa fundamental = "Diosa - Madre" = diosa de la fertilidad de la tierra, también representa el ciclo del vegetal (muere y reaparece: la tierra es improductiva en Invierno y después es productiva).
Nuestra especie, el Homo sapiens, evolucionó en África hace unos 200.000 años (...) Y también es la época en que vivió la Eva africana −la mujer de la que provienen todas las mujeres vivas−, según han podido inferir los genetistas comparando el ADN de las poblaciones actuales.
Como se puede visualizar en los enunciados anteriores, las mujeres aparecemos únicamente asociadas a la reproducción de la especie, lo que constituye un mandato de nuestra naturaleza o biología, y no un acto de lo humano. Para las actividades humanas −como el desarrollo del arte y la espiritualidad, el descubrimiento de la agricultura y la ganadería, el desencadenamiento de la "revolución neolítica", la confección de herramientas y utensilios, entre otros aspectos−, se usa la expresión metonímica "hombre":
La serie de cambios que se producen en la vida del hombre como consecuencia a la aparición de la agricultura y la ganadería es llamada revolución neolítica. Pasan de la economía depredadora a la productiva. El hombre produce. Las actividades principales son la agricultura y la ganadería.
Estos fructíferos estudios revelaban cada vez con más determinación que el hombre paleolítico no era sólo productor de obras de arte, sino que dominaba una depurada técnica pictórica y grabatoria, que expresaba formas, volúmenes, perspectiva, dominio de la luz, y documentaba los animales con los que vivía a través de ella...
Estos tres investigadores defendían que el hombre prehistórico no estaba movido por sentimientos de tipo religioso en ninguna de sus acciones, puesto que como hombre primitivo, y aún siendo considerado simple por influencia del evolucionismo, no podía tener unos pensamientos tan elaborados (...) Así el fenómeno artístico se explicaba como una manifestación de los momentos de ocio, de los que dispondría el hombre cuaternario entre los períodos de caza.
La manifestación artística sería el vehículo que conducía dichas ceremonias y la esencia del sistema espiritual del hombre prehistórico, y el artista, el oficiante que dirigía el evento religioso.
La inteligencia del hombre se manifiesta en su capacidad de fabricar útiles.
Hay quienes sostienen que la existencia de Diosas-Madres daría cuenta de un cierto poder ejercido por las mujeres en determinados estadios culturales. Sin embargo, la idea de deidad femenina continúa ligada a la fertilidad y la maternidad; pero, más importante aún, es lo que señala Simone de Beauvoir (2007: 71):
Tales hechos han llevado a suponer que, en los tiempos primitivos, existió un verdadero reinado de las mujeres; esta hipótesis, propuesta por Baschoffen, la adoptó Engels; el paso del matriarcado al patriarcado se le aparece como 'la gran derrota histórica del sexo femenino'. Pero, en verdad, esa edad de oro de la mujer no es más que un mito. Decir que la mujer era lo Otro equivale a decir que no existía entre los sexos una relación de reciprocidad: Tierra, Madre o Diosa, no era para el hombre una semejante; donde su poder se afirmaba era más allá del reino humano: así, pues, estaba fuera de ese reino.
La cita de Beauvoir refuerza la idea de que la feminidad significa para las mujeres el despojo de nuestras capacidades humanas. El aporte de la autora, desde su visión existencialista, consiste en el concepto de lo otro. Las mujeres somos lo otro en relación a los varones, por tanto, somos siempre definidas en referencia a ellos, quienes constituyen lo esencial, lo absoluto, el ser sujetos; sin embargo, para autovalidarse como tales, necesitan definir lo otro en el seno de su cultura (Beauvoir 2007).
El discurso oficial de la arqueología, entonces, cuando usa la palabra "hombre" para referirse a la humanidad, excluye a las mujeres: son los varones quienes constituyen lo esencialmente humano en esta civilización.
Pero este discurso no es lo único que hace. Al mismo tiempo de la exclusión, instala la creencia de que esto es lo natural. Si bien todas las ciencias comparten este mecanismo androcéntrico, la arqueología y la paleontología guardan la característica especial de referirse al origen, se hacen la pregunta de "cuál es el origen del hombre/humanidad"; se remontan a la prehistoria, e intentan buscar respuestas allí. En otras palabras, el discurso oficial de estas ciencias, al interpretar el origen de la humanidad desde la ideología masculina, le otorga un carácter esencialista a la misma ideología desde donde interpreta; esto es, refuerza la creencia arraigada en el sentido común que nos dice que "la vida es así, porque la naturaleza humana siempre ha sido así".
Por lo tanto, esta ciencia, amparándose en la supuesta objetividad de la verdad científica, instala un discurso ideológico que goza de prestigio, autoridad y legitimidad en el imaginario social. Desde este lugar de poder, el discurso oficial de la arqueología naturaliza el dominio, al sostener, de forma encubierta, que la exclusión de las mujeres de la condición humana queda marcada por un hecho originario: la evolución natural de la especie. Y da lo mismo que sea Adán o el primer hombre-mono, puesto que, en ambos casos, la supremacía del varón se justifica por un hecho natural o divino; se diluye en un pasado mítico o prehistórico. De esta manera, el orden de las cosas se vuelve inmodificable, y el sentido común, acrítico; por eso, el discurso oficial de la ciencia es autorreferente, pues, al formar parte del andamiaje del poder establecido, le interesa perpetuar la ideología que lo sostiene, aunque disfrazada, como dice van Dijk (2003), de conocimiento verdadero, por lo tanto, no es vista como tal. Pero si en un juego de imaginería, pretendiéramos que las ciencias (estas ejecuciones de las ciencias) hicieran explícitos sus objetivos científicos −su visión sesgada−, la arqueología tendría que reconocer la metonimia oculta cuando dice preocuparse del "origen y evolución del hombre"2, debiendo declarar, entonces, que se ocupa de describir y explicar "el origen y la evolución de la civilización patriarcal", que incluye la feminidad y nos deja fuera a las mujeres.
Notas
1. Los ejemplos de los textos citados se pueden consultar en: Fuente 1, Fuente 2, Fuente 3, Fuente 4, Fuente 5, Fuente 6, Fuente 7, Fuente 8, Fuente 9, Fuente 10, Fuente 11
2. La tríada origen-hombre-evolución es la columna vertebral del discurso oficial de la arqueología.
Bibliografía
Beauvoir, Simone de 2007: El segundo sexo. Editorial Sudamericana. Argentina.
Catalá, Aguas; García, Enriqueta 1987: Una mirada otra. Generalitat Valenciana. Valencia.
Cuenca, Maria Josep; Hilferty, Joseph 1999: Introducción a la lingüística cognitiva. Ariel. Barcelona.
Dijk, Teun van 2003: Ideología y discurso. Ariel. Barcelona.
Lakoff, George; Johnson, Mark 1995: Metáforas de la vida cotidiana. Catedra. Madrid.
Pisano, Margarita 2001: El triunfo de la masculinidad. Surada. Santiago
Pisano, Margarita 2004: Julia, quiero que seas feliz. Surada. Santiago
Rivera, Milagros 1998: Nombrar el mundo en femenino. Icaria. Barcelona.
Woolf, Virginia 2003: Un cuarto propio. Horas y Horas. Madrid.
En papel, este artículo fue publicado en la Revista Atlántica-Mediterránea de Prehistoria y Arqueología Social 13 , pp. 9-15, Universidad de Cádiz.
Información sobre uso de este material: consultar con la autora
Publicado en mujerpalabra.net en julio del 2012