Pensamiento - Contra la violencia misógina y machista
¿Sólo un instante de violencia? (Lo que se expresa en un acto concreto, permanece latente y callado por siempre)
Ruben Campero
El "instante"
Camina apurada, está llegando tarde para su consulta de las dos. Es odontóloga y la espera una larga agenda de pacientes. Está satisfecha con su desempeño, sabe que ha logrado una buena posición profesional. Se siente segura de sí misma.
Pero al pasar por una obra en construcción donde trabaja un grupo de hombres, escucha que le gritan desde las alturas: "mamita, estás para chuparte toda", "qué culo que tenés negra", "te parto en dos guacha", "vení, que acá tenemos algo que te va a gustar".
Turbada y avergonzada, mira con disimulo a los transeúntes indiferentes. Por alguna loca razón teme ser juzgada y ridiculizada por quienes pasan a su lado. Se siente desnuda, en carne viva. Su cuerpo ya no camina con firmeza; se mueve duro y torpe, como si hubiera perdido el control sobre sus miembros, ahora amputados; como si las partes de su cuerpo se movieran con independencia.
Hunde los ojos en el piso, teme mirar o hacer algún movimiento que provoque nuevos gritos.
Jamás se atrevería a dar la cara a los dueños de esas voces. La virulencia de sus tonos y palabras han logrado su cometido: hacerla sentir una presa de caza que acepta la soberanía de una fuerza perversa sobre su ser. No tiene otra alternativa que huir, intoxicada de humillación. No sabría qué hacer si se dejara llevar por la rabia: nadie se lo enseñó.
Siente miedo, mucho miedo… ¿de qué? Nadie, en realidad, va a agredirla físicamente. Hay mucha gente en la calle. Sin embargo, una extraña intuición la hace sentir en peligro, vulnerable, despojada de la posibilidad de tener control sobre algo, como si su cuerpo se hubiera convertido en el juguete de un paradójico poder carente de autoridad.
¿Que habría provocado esos gritos? ¿Sería la ropa? ¿Tal vez la pollera demasiado corta?, ¿Acaso en su prisa venía contoneando demasiado las caderas? Por las dudas debe disimular. La sensación corporal de haber sido atropellada por un camión tiene que ser sofocada. Debe seguir adelante. Esto que le pasó es algo cotidiano, es así y siempre ha sido así.
Se obliga a sugerirse que en última instancia se refirieron a su belleza física, que tal vez debería considerarlo un "piropo". Eso la hace sentir aún más sola y empobrecida, por tener que transformar una violación en caricia. Caricia que mágicamente vendría a restaurar la estima de sí misma. Aprendió de las mujeres de su familia que la valoración de los otros es lo que le otorga un lugar en el mundo.
Piensa que si hubiese reaccionado de una manera diferente y devuelto los insultos, posiblemente hubiese salido mal parada. No se atreve y a la vez se siente culpable: tal vez alguna de sus amigas actuaría de una manera diferente, haciéndose valer.
Con el cuerpo contaminado, entumecido, inhabitable, sigue caminando. Quiere recuperar el control diciéndose que es una exagerada, que en realidad no sucedió nada importante, duró solo un instante, tan solo fueron palabras.
Mientras intenta exorcizar los impactos que fue obligada a vivir, una sensación de tristeza se hace presente, un vacío sin palabras. Siente como si necesitara un espejo para recuperar su imagen, ahora fagocitada y colonizada por aquellas voces de hombre.
Intuye un sufrimiento que la trasciende y la sintoniza con un lejano saber, que la conecta a otros seres cuyas existencias reviven en la suya más allá de coordenadas de tiempo y espacio: brujas quemadas en hogueras, caperucitas devoradas por lobos, cuerpos suspendidos en esquinas nocturnas, amas de casa atrapadas en somníferos y guiones impuestos, diosas asesinadas, cenicientas que creyeron en un romántico rescate.
Algunas escenas de la película Las Horas (1) rondan su cabeza, y los pedazos de cuerpos de mujer que se exhiben desnudos, desollados, en las tapas de revistas de un quiosco, la vuelven a sacudir.
Algo parece querer cobrar sentido, algo del orden de la sabiduría intenta emerger. Como si una memoria de mujer quisiera asistirla, para desenterrar un aprendizaje que había asumido la imposición del olvido.
Pero no quiere pensar más, no debe pensar más. Demasiado, para un hecho banal y cotidiano que toda mujer vive por el hecho de ser mujer. Seguro está exagerando, se dice. No es momento de decaer, debe olvidar lo vivido. Su paciente de las dos la espera, y l*s que vienen después también. Tiene que seguir adelante, como todos los días, como si nada hubiera pasado (2).
Caras visibles e invisibles
Este relato es un ejemplo de violencia, y de violencia sexual. De aquella invisible al ojo público, pues se torna natural por la sumatoria de actos violentos esparcidos en la socialización cotidiana.
Habitualmente identificamos mejor la violencia en el terreno físico, como si las marcas en el cuerpo o lo que afecta la integridad anatómica, fueran los códigos validados para hacer legibles los efectos de la violencia. Resulta obvia cuando una persona es golpeada, violada o asesinada.
Cuando se expresa desde otras modalidades, verbal, psicológica, simbólica, parece cobrar una calidad diferente, menor. Como si casi no ameritara ser vista como violencia. Esto se complejiza si consideramos los terrenos donde acontecen las diferentes violencias: económico, étnico, estatal, religioso, laboral, familiar, sexual. Aquí intervienen aspectos ideológicos que hacen que ciertas modalidades de violencia sean vistas como algo esperable o a lo sumo menos grave: golpear a l*s hij*s para educarl*s fue una tradición muy extendida que aún tiene adept*s (3), por ejemplo. De acuerdo a la distribución de la pobreza en el mundo, parecería ser "menos grave" matar a un negro pobre que a un blanco rico.
Particularmente la evaluación de la violencia en el terreno sexual sufre de ambigüedades interpretativas. Esto en gran medida se debe a las conflictivas cosmovisiones de sexualidad que dos milenios de historia han construido. Pecados y enfermedades sexuales se inventaron para justificar la violencia como forma de salvación o curación para quienes no acataban la moral impuesta.
Teniendo en cuenta que Occidente valora como "real" lo materialmente tangible, cabe destacar que el cuerpo siempre va a manifestar "marcas" cuando circula dentro de cualquier sistema violento, sean estas visibles o no. Las marcas incluso pueden llevar a la muerte, así no haya heridas presentes. Angustias, depresiones, enfermedades psico-somáticas, suicidios, etc., pueden ser interpretados como resultado de los efectos de una violencia estructural instalada en la sociedad, y no solo como meras expresiones de "desordenes" psicológicos.
Parece que hay violencia que se reconoce como tal (la visible) y otra que no (la invisible). Las inequidades sociales, además de ser en sí mismas expresión de violencia, provocan y naturalizan la violencia. Y lo sexual ha sido un terreno privilegiado para la manifestación de inequidades tanto de sexo, género, orientación sexual como identidad de género.
Reconociendo la violencia
La violencia como tal no es una "cosa" fácilmente definible. Tenemos información de sus lógicas de circulación a través los efectos que provoca. La violencia sería una fuerza arbitraria que se ejerce contra alguien con un fin destructivo de dominio. La intención última de la violencia es constituir a su víctima en objeto, despojarla de lo que la hace un ser humano igual y significativo, para ejercer poder sobre ella. En el homicidio a la víctima se le sustrae todo, incluso su calidad de ser vivo, para transformarla en cuerpo, simple materia sin sustancia.
Mientras se está dentro del círculo de la violencia es muy difícil identificarla como tal, ya que la fuerza impositiva que sufre la víctima tiene como objetivo avasallarla subjetivamente, destruir su posición como interlocutor válido.
Muchas veces solo podemos conceptuar la violencia a la distancia, luego de un tiempo (si sus secuelas lo permiten) o escuchando las manifestaciones de la víctima.
Quien ejecuta el acto violento necesita "convencer" al otro de su calidad de objeto, para dominarlo e imponerle un poder perverso, autoproclamado como lo único posible. La víctima se convierte así en objeto inferiorizado y deshumanizado, permitiendo la invasión de un orden de cosas impuesto por quien ejerce la violencia.
En el terreno sexual, la violencia se vale de los artilugios psicopáticos de quien la ejerce, pero también de una serie de creencias socialmente aceptadas sobre la superioridad de determinados seres y la inferioridad de otros en materia sexual. Creencias que justifican la comunicación violenta entre esas dos posiciones bipolares de poder (lo superior dominando lo inferior).
Cuando hablamos de violencia sexual no hablamos de erotismo. Una violación no está motivada por un deseo sexual. Tampoco la discriminación existe por una simple discrepancia con "otras" manifestaciones sexuales. La violencia sexual es generada por una necesidad de dominio y poder, que marca una diferencia entre "yo y tú" (siendo "yo" el polo superior), para "recordar" al otro que jamás podrá circular por la vida como un ser digno de reconocimiento.
La violencia sexual se reconoce en toda situación de abuso que una mujer vive por ser tal: violencia doméstica, acoso callejero y laboral, violación, imposición de pareja heterosexual y ejercicio de la maternidad, explotación sexual, etc. Es sexual porque se origina en el desbalance de poder con el cual se concibe la diferencia de sexos.
En la vida que están obligadas a vivir las personas que no se ajustan al modelo normativo de heterosexualidad obligatoria, funcional a estereotipos de género, reproductiva y de familia nuclear, también se pueden reconocer los efectos de la violencia. Ellos van desde crecer sin modelos positivos, sintiendo que serán personas incapacitadas de construir un proyecto de vida posible, hasta el asesinato directo o indirecto por parte de los estados o de grupos de "limpieza social". La homofobia, lesbofobia y transfobia son formas de violencia sexual que nuestra cultura aún justifica como "natural"
La inequidad entre adult*s y niñ*s, entre otras inequidades, también provoca violencia sexual. El abuso sexual infantil es violencia, en tanto el/la niñ* no está en posición de consentir o no el acto sexual que el/la adult* le impone, a causa de su situación de indefensión.
En la violencia no tiene porqué haber contacto físico: en el relato sobre la odontóloga la violencia aparece en forma verbal, impune y a la luz del día. Cientos de testigos indiferentes avalan un orden, un sistema en el cual a una mujer o cualquier persona considerada sexualmente de segunda, "se les permite" circular en aparente equidad. Pero eso sucede siempre y cuando recuerden que se trata de un mero espejismo, que en realidad siempre estuvieron y estarán sujetas al "verdadero" poder, ese que se re actualiza en aparente inmortalidad cada vez que se ejecuta un acto violento.
Los desbalances de poder que Occidente ha construido en torno a la sexualidad, generan dolorosas y mortales marcas en los cuerpos. Desde esa violencia simbólica, que nos programa para pensar y valorar la sexualidad de una única manera, se ve como "natural" que el hombre se considere superior a la mujer, lo masculino superior a lo femenino, lo heterosexual superior a lo homosexual.
Todo ello se ve complejizado por diferencias sociales, económicas, étnicas, etc., evidenciando motivaciones inéditas para la violencia. Las frases de los obreros, quizás de estrato social humilde, tal vez expresen un intento de nivelar sus cuotas de poder, inferiorizando desde el género (por ser mujer) a alguien a quien veían como superior en lo social y económico.
La protagonista fue asaltada en su subjetividad y constituida en objeto por el peso simbólico tanto del contenido (misógino) de las palabras, como de los autores (hombres) insultando desde las "alturas". La intención fue "recordarle" (y por tanto convertir en realidad, en profecía auto cumplida para la víctima) que nunca había dejado de ser un objeto (por ser mujer), por más empoderada y segura que se sintiese desde otros parámetros.
La cancha queda entonces marcada en un único sentido impuesto por las voces que ejercen la violencia verbal, ya que también ella "acepta" las reglas del juego violento pues así la educaron como mujer. Su reacción reconoció el poder que supuestamente tendrían sobre ella, a causa del peso simbólico atribuido a que ellos son hombres y ella mujer. Muy distinta hubiese sido la reacción de dichos hombres si ella los hubiera desafiado, o simplemente se hubiera quedado mirándolos, en clara actitud desconfirmadora de lo que intentaban lograr con su mensaje violento.
Pero ella no pudo más que "recordar" y acatar su lugar "secundario" dentro de las lógicas de poder misógino. Tal vez tuvo pocas chances de hacer algo distinto, aunque seguramente muchas más de las que tuvieron su madre y sus abuelas.
Aún así también recordó desde "otro lugar", con "otros" contenidos. La visita de brujas, caperucitas, prostitutas, diosas y cenicientas, tal vez anunciaba algo nuevo que la ayudaría a salir del círculo repetitivo que impone la violencia simbólica.
¿Posibles salidas?
¿Cómo escapar de este sistema violento, reproducido en la más absoluta impunidad? ¿Cómo "desmarcar" la cancha? ¿Cómo utilizar el recuerdo de generaciones pasadas, no ya confirmando la calidad de víctimas de las mujeres, sino con nuevos significados para descorrerlas de la repetición inerte?
La protagonista recordó con todo su ser, con todo su cuerpo, a esos fantasmas de mujeres. Es posible que las vivencias y sufrimientos de dichos fantasmas, hayan sido convocados para proveerla de herramientas con las cuales pensar más allá de lo que le fue permitido.
Y asistirla con sabiduría, una sabiduría que emana de la resistencia, desde donde el cuerpo denuncia con su sufrimiento, con sus marcas, la disconformidad ante lo supuestamente "natural" impuesto por las luchas de poder. Logrando así, tal vez, que la quema de brujas no haya sido olvidada en su significado político.
Se trata de recordar y repoblar con nuevos sentidos los testimonios corporales de las víctimas, pero también las estrategias de sobre vivencia y resistencia ante el Poder, que todas las personas oprimidas por la moral sexual hegemónica han sabido construir. Se trata de reconocer que la idea de "diferencia" puede cobrar nuevos sentidos, sin que impliquen dominación ni sometimiento.
Quizás en otro momento, habiendo reconocido la sabiduría de sus fantasmas, nuestra protagonista pueda "desmarcar" la cancha ante un escenario similar, reaccionando de otra manera. No sabemos bien cuál, pero de una manera que le permita construir un nuevo desenlace para la escena. Y así, en un ínfimo instante cotidiano, sin aparente trascendencia, esa nueva manera obligará a las relaciones de poder a hacer un pequeño movimiento, que dejará al desnudo su perversa y frágil artificiosidad.
Notas
(1) Película "Las Horas". USA/2002/Drama. Dir. Stephen Daldry. Protagonistas: Meryl Streep, Nicole Kidman y Julianne Moore.
(2) Este relato titulado "El instante" fue adaptado a formato monólogo por Claudia Mera con el título "Palabras", integrando la obra teatral "Los Monólogos de la Vagina". Día V, edición 2009 y 2010. Punani Producciones y Red Uruguaya contra la Violencia Doméstica y Sexual.
(3) Cabe destacar que en noviembre de 2007 el Estado Uruguayo aprobó la Ley 18.214 "Integridad personal de niños, niñas y adolescentes" que modifica el Código de la Niñez y la Adolescencia, así como el Código Civil. Dicha ley prohíbe expresamente a padres, madres y responsables de niñ*s y adolescentes el uso de castigo físico o cualquier tipo de trato humillante como forma de disciplina.
Biliografía consultada
Agamben, Giorgio (1998) Homo sacer: El poder soberano y la vida desnuda. Por-textos, Valencia.
Arendt, Hanna (1998) Los orígenes del totalitarismo. Taurus, Madrid
Bourdieu, Pierre (2000) La dominación masculina. Anagrama, Barcelona
Butler, Judith (2001) El género en disputa. Paidós, México DF.
Campero, Ruben (2006): Cuerpos políticos y políticas del cuerpo. En: Mesas de Controversia: Democracia y Desigualdad. Equipo Feminista GCAP, REPEM, ICAE, Articulación Feminista Mercosur y Social Watch. Montevideo. 26-28.
De Beavoir, Simone (1968) El segundo sexo. Siglo veinte, Buenos Aires.
Foucault, Michel (1990) Historia de la sexualidad: La voluntad de saber. Siglo Veintiuno, Buenos Aires.
Goffman, Irving (986) Estigma: La identidad deteriorada. Amorrortu, Bs. As.
Le Breton, David (1995) Antropología del cuerpo y modernidad. Nueva Visión, Buenos Aires.
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Publicado en mujerpalabra.net en abril 2011