Pensamiento - Instrospecciones
Soledad
Silvia Díez Muntané
La primera vez que percibí la soledad de manera contundente tenía dieciocho años. Acababa de romper con mi primer novio y el dolor no me dejaba ni de día ni de noche. Curiosamente, a veces acabas con el tiempo acostumbrándote a ese dolor pero en ese momento estuve varias semanas sin dormir y a pesar de que toda mi familia se volcó para sacarme del pozo en el que me sumergí no podían sostenerme.
Recuerdo estar en el sofá de casa de mi padre ausente, abstraída completamente, cuando me di cuenta de que la única que podía salvarme era yo. Podía seguir allí o salir hacia adelante. Podía optar por la locura o por la vida. Todo dependía de un pequeño hilo al que podía cogerme o no.
Nacemos y morimos en soledad, y lo hacemos una y otra vez porque podemos compartir la vida y el dolor con las demás personas sólo hasta cierto punto. Por eso la amistad y el amor son un tesoro. Con ciertas personas somos capaces de conectar incluso cuando individualmente hemos pasado horas y horas encerrados en su jaula mental.
Cuando veo sufrir a las personas a las que quiero me gustaría poder cambiarme por ellas, aunque sea por unas horas, para aliviarles ese trance, y no puedo. Vuelvo a entender que estamos solas, solos por mucha gente que nos esté acompañando.
Sin duda, cada cual tiene un camino y debe recorrerlo. Basta con hacerlo. Seguramente no cabe exigirse más. Simplemente vivir. Traspasar una y otra vez.
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Publicado en mujerpalabra.net en el verano del 2012