Pensamiento - Sobre el lenguaje
2. El androcentrismo: un punto de vista
Eulàlia Lledó Cunill
Texto completo: Ir a 1. Androcentrismo y sexismo (con pdf imprimible) * Ir a 3. El sexismo: una actitud
Hay textos que pretendidamente cuentan algo universal, algo que atañería a ambos sexos, pero que en realidad se circunscriben tan sólo a explicar algo propio o específico de la parte masculina de la población. Se olvidan —a sabiendas o no— de la experiencia femenina.
Justamente esto es el androcentrismo. Se ha definido desde muchos lugares y desde distintas disciplinas (una mirada a Internet sería más que productiva), puesto que ser consciente de esta óptica es básico en todas ellas para analizar la realidad con un mínimo de rigor. Es muy útil también tenerlo en cuenta para cuestiones de lengua, por ello intento una breve definición que pasa por apuntar que el androcentrismo consiste en un punto de vista orientado por el conjunto de valores dominantes en el patriarcado o por una percepción que se centra en lo masculino. Consiste en creer que las experiencias masculinas incluyen y son la medida de las experiencias humanas; por tanto, la mirada androcéntrica valora sólo lo masculino. Consiste en considerar que los hombres son el centro del mundo y el patrón para medir a cualquier persona; en consecuencia, presenta los aspectos de la vida de las mujeres como una desviación a la norma.
A veces, la misma prensa, lo pone de manifiesto cuando relata lo que veían y ven otros ojos.
La Señora de Cao sale a la luz tenue de su propio museo. Desde que esta momia mochica tatuada fue descubierta en el 2004, las autoridades de Perú no se cansaron de resaltar la importancia del hallazgo. […]
Se trata de una mujer gobernante y con poderes divinos de la sociedad mochica (s. i al vii d. C.), con la piel tatuada con arañas y serpientes, que habría fallecido hacia el año 350 d. C. Los arqueólogos vieron rotos sus esquemas porque hasta entonces creían que en la cultura moche sólo habían gobernado hombres.1
Una vez centrada la cuestión, veamos un primer ejemplo realmente sintético.
Sucedió en el distrito de Villaverde. Un joven de 26 años que paseaba con su novia fue agredido por un grupo de gente, recibió golpes con un bate de béisbol y quemaduras de pitillo en el cuello y en la cara. Su novia también resultó herida.2
Es decir, una pareja paseaba por el barrio de Villaverde. Una banda —no se dice el sexo de quienes la componían— la atacó y tanto la mujer como el hombre sufrieron diversas heridas y quemaduras (en el caso de la mujer, este último extremo no se confirma).
Pues bien, el androcentrismo nos presenta a un único protagonista: el hombre, al que acompaña una mujer —como si fuera una mera comparsa— presentada por su relación familiar o afectivo-sexual con él.
Es interesante la presencia del adverbio «también», ya que cuando aparece en este tipo de redacciones, remite a algo anterior y más valorado o importante. Cualquier hablante sabe, ni que sea de forma difusa, que cuando se es el segundo término de comparación con alguien y este adverbio se aplica, no al alguien, sino a su persona, indefectiblemente pierde en la comparación, no es el centro de la misma.
Veamos otro caso un poco más prolijo.
Hace cincuenta años, la finalidad de la enseñanza básica y media consistía en descubrir a los bestias, que éramos nosotros, algo mágico: que el mundo estaba lleno de cosas que había que aprender y que esto exigía tanto esfuerzo que a lo mejor no merecía la pena, por lo que nos dábamos al juego, a la bebida o al rock and roll —ya hubiéramos querido añadir «y a las mujeres», pero no estaba a nuestro alcance.3
Parece que el párrafo quiere dedicarse a hablar en general de alguno de los objetivos de la enseñanza de un pasado no muy remoto y de la reacción ante ellos; por tanto, parece que pretende hablar de una experiencia —al menos en este país— propia de mujeres y hombres.
Se habla de unos bestias encarnados en el pronombre masculino «nosotros», palabra que no contribuye precisamente a imaginar a las escolares. De todos modos, es al final del párrafo donde queda meridianamente claro a quien se refiere en realidad, puesto que cuando pasa a enumerar las «cosas» a las que quería darse el masculino grupo de marras, entre estas «cosas», se cuentan las mujeres (si es que no quedaba ya claro cuando hablaba de darse al juego o a la bebida). Difícilmente recoge anhelos y deseos mayoritarios femeninos. Habla de una experiencia estudiantil específicamente masculina.
En otro tipo de texto, en una entrevista, el historiador Dieter Langewiesche, catedrático de Historia en la Universidad de Tübingen, habla de la fascinación alemana por Napoleón.
—Napoleón visitó Aquisgrán el otoño de 1804. Los alemanes, según dice un cronista, lo recibieron entusiasmados. Desengancharon los caballos del carruaje del emperador y tiraban de él por las calles. ¿Cuál era la causa de esta «napoleonmanía»?
—En aquella época, Napoleón era el máximo representante de una fuerza de transformación. Asumió un programa de reformas en Europa, lo que generó una gran sensación de resurgimiento en Alemania.
—¿Y cumplió las expectativas?
—Sus proyectos ya eran revolucionarios. Introdujo el código napoleónico. Los judíos y otras minorías, los pobres o los ricos, todos eran iguales ante la ley. Todo el mundo podía, como mínimo en teoría, ejercer cualquier oficio. Se podía desarrollar cualquier profesión sin pertenecer a los gremios, cosa que era extremadamente difícil hasta entonces. Todas eran medidas revolucionarias, aunque estos cambios necesitasen su tiempo. Con el código napoleónico se creó la sociedad de la propiedad burguesa en que vivimos actualmente.4
Por poco que se sepa del código napoleónico, queda claro que en la entrevista el historiador no habla de los derechos de la población, de los derechos de las personas, sino que se refiere exclusivamente a los de los hombres. Ni judías, ni minorías, ni pobres, ni ricas eran iguales ante la ley. Tampoco podían ejercer cualquier oficio, desarrollar cualquier profesión, pertenecer a un gremio con esta apetecible libertad que canta el entrevistado.
Tanta costumbre tenemos de leer artículos similares que a veces cuesta darse cuenta de la parcialidad de los mismos. De todas maneras, la cosa está clara, el historiador habla única y exclusivamente de los grupos masculinos; es decir, de un poco menos de la mitad de la población y esta determinada y parcial mirada o enfoque no deja intuir cual era la situación de las mujeres. Como si éste fuera un detalle secundario o baladí.
El título de la entrevista habla de una intervención increíblemente profunda; no debe serlo tanto si tiene la desgracia de dejar a media población en la estacada.
Otro artículo, en este caso una reseña literaria, vuelve a poner de manifiesto este punto de vista tan parcial.
La experiencia de la generación del 36 nos resulta extraordinariamente próxima. Fue la primera que hizo bandera de su juventud y que experimentó las turbulencias del romanticismo en la vida de la ciudad contemporánea. En unos meses cambió las aulas por la oficina de reclutamiento, el burdel por la trinchera. Vivió una iniciación dolorosa, con el único apoyo de lecturas adolescentes que hablaban de la voluntad y el destino, y al hilo de esas lecturas, en la madurez, convirtió los escenarios de la caída de Cataluña en paisajes simbólicos en los que la aventura humana se dirime en un gran juego entre la iluminación y el crimen, el anhelo de verdad divina y el abismo moral.5
En principio, el crítico dice que habla de una generación, pero ya en las primeras líneas del fragmento afirma que dicha generación dejó las aulas y el burdel para pasar a ser recluta —curiosa y sesgada generación, en verdad, si tenemos en cuenta que la limita a la parte exclusivamente masculina.
Realmente las soldadas, aunque las hubo, no se prodigaron en exceso, pero es difícilmente creíble que las literatas frecuentaran los burdeles. Tendremos que esperar, pues, a críticas más inclusivas (y objetivas) para saber si las escritoras de dicha generación hicieron bandera de su juventud y experimentaron las turbulencias del romanticismo en la vida de la ciudad contemporánea; o si convirtieron los escenarios de la caída en paisajes simbólicos en los que la aventura humana se dirimió en un gran juego entre la iluminación y el crimen, el anhelo de verdad divina y el abismo moral. Se concretara como se concretara todo esto.
Porque haberlas las hubo y muy buenas. Que este crítico no hable de ellas no quiere decir que no existiesen, sólo indica que no las contempla, que no le importan, y que su crítica es parcial y empobrecedora —aunque al hablar de «generación del 36» sin ningún tipo de restricción, induce a pensar que tratará de todo el grupo humano sin olvidar a nadie por razón de sexo (a veces un sintagma o palabra genérica puede articular también el androcentrismo).
Veamos un caso quizás más flagrante, ilustrativo y espectacular todavía. Se trata de la reseña de un ensayo titulado Una educación sensorial del profesor y filósofo Rafael Argullol.
El artículo empieza expresando una verdad como un templo, introduce uno de los leitmotiv de la crítica y, al mismo tiempo, a la vista de según qué pinturas, dice que el autor del libro comparte instinto o sensibilidad con algunos monarcas.
La pintura ha sido secularmente una coartada para la lubricidad. No cabe duda de que las mitologías que Carlos V y Felipe II encargaban a Rubens o Tiziano servían más para atizar su instinto que su sensibilidad. A Rafael Argullol (Barcelona, 1949), hoy catedrático de Estética, en su adolescencia le pasó otro tanto [...]6
Ahora bien, a continuación el reseñista valora la aguda capacidad psicoanalítica del autor con la cual parece identificarse. Lo cita entre comillas y lo que afirma realmente no tiene desperdicio.
A la chita callando, además, Argullol desliza de vez en cuando alguna afirmación de afilado tono psicoanalítico y que se nos antoja muy plausible. En las últimas páginas de su obra, por ejemplo, concluye que «es la brusca necesidad impuesta por el apetito erótico lo que fija la capacidad humana de contemplación». La lección es bien clara: el apremio púber de ver beldades en su estado natural crea y afina en algunos adultos una facultad muy lábil para ver y descifrar, para mirar e interpretar el arte.
Una adenda: por suerte, la presente edición lleva unas ilustraciones a todo color, y así las Danaes y Ledas lucen unas carnes mórbidas, en todo su fragante esplendor.
Tanto el autor de la crítica como el reseñado, pues, creen que la capacidad humana de la contemplación radica en el apetito erótico. Es decir, cualquier persona que la tenga, la debe a una ansiedad adolescente por ver bellezas (¿desnudas?). Según ellos, aquí radica el inicio del despertar de las facultades para saborear en todo su esplendor el arte.7
Por un momento, una tiene la tentación de caer en la trampa y ponerse a pensar en legiones de impúberes heterosexuales anonadadas por la belleza y henchidas por el deseo que les ocasionan la visión de gráciles Apolos casi desnudos, robustos Hércules mal cubiertos con gasas, mórbidos pajes, pero el segundo párrafo del fragmento anterior tiene la virtud de templar tal orgía de deseo: parece que lo que azuza el instinto y excita el amor por el arte es una Danae o una Leda, o quizás las figuras preferidas por Carlos V y Felipe II en la intimidad de su cámara.
Mayor mérito tienen, pues, a partir de ahora a mis ojos todas las comisarias de exposición, directoras de museo, artistas; en fin, las decenas de responsables en las mil y una facetas del arte, que son muchísimas. La pregunta es: dónde, delante de qué visiones, se les despertaron sus lábiles capacidades para paladear el arte.
En definitiva, nos encontramos una vez más con un texto que pretende ser universal, pero que en realidad habla de una parte del género masculino en exclusiva. Por cierto, la ilustración que acompañaba la reseña no era un fauno de atractivas y mórbidas carnes, el fragante esplendor de un pastor de buen ver, o un morboso angelote adolescente, sino la Olimpia de René Magritte.
Un detalle de una entrevista a un escritor vuelve a mostrar este punto de vista.
Yo vinculo siempre la poesía con la ciencia, pero no la aplicada, porque la ciencia crea una hipótesis y elabora un discurso lógico que funciona mientras no hay otra hipótesis que niega la anterior. Por ejemplo, Platón, desde el punto de vista de las ciencias naturales, creía que el semen era la mejor sustancia del ser humano y se licuaba desde el cerebro. Esto tiene que ver con las ideas platónicas. Esta percepción de la realidad es hoy puramente poética. A la ciencia se la somete a una prueba. A la poesía, no se le pide más que la su eficacia emocional.8
A menos que Platón hubiera querido decir que era la sustancia mejor de mujeres y hombres en su conjunto —extremo que dejaría a las mujeres con sustancias de segunda—, parece que aquí sí que hubiera sido pertinente utilizar la expresión «hombre», en lugar del comprensivo «ser humano», otra forma de articular el androcentrismo.
Hay textos que no dejan lugar a dudas de que alguien está tomando la parte por el todo. Veamos tres. El primero es de un autor que, justamente en general y en este artículo en particular, dejando aparte el fragmento que se tratará, no se caracteriza ni por ser sexista ni androcéntrico.
Todos tenemos fantasías sexuales, de acuerdo. ¿Quién no ha imaginado que eyacula desde una nube y ahoga con su semen a una nación entera?9
Pues bien, tanto el «todos» como este «quién» en principio genérico, engloba solamente —quiero creer— a una parte de la población masculina y difícilmente puede englobar a muchas mujeres.
El siguiente es más duro y crudo. Se halla en un artículo que rezuma indignación contra las violencias, especialmente las sexuadas, contra las mujeres y la impunidad de quienes las perpetran.
Los casos de violencia sexual se cuentan por miles, en un sinfín de pequeñas localidades donde Médicos sin Fronteras alerta ante la escalofriante proliferación de diagnósticos con fístulas de grado 3, o lo que es lo mismo, la consecuencia concreta que una mujer o una niña padecerá toda su vida por culpa de continuas violaciones en poco tiempo. Para colmo, casi ninguna llega al médico en el plazo de las 72 horas siguientes, pero ¡ojo!, a las 72 horas después de la primera violación, no de la última, porque el horror puede durar semanas. Para colmo, allí viola todo el mundo. Como dijo días atrás en The Guardian el coronel Ngarambe, de las fuerzas antirruandesas: «Aquí violamos todos. Somos seres humanos». Una cooperante española me explicaba tajante: «Aquí se viola porque sí. Ya no es ni siquiera un arma de guerra. Llegan, violan a la misma durante días y se van. Sin más».10
Difícilmente puede violar «todo el mundo», mejor hubiera sido referirse a la parte masculina de las distintas poblaciones (hay veces que la palabra «hombre» es especialmente pertinente).
Que se trata de un falso genérico lo acaba de certificar el masculino «todos» que hay muy cerca; pero lo realmente escalofriante es que se justifique este crimen aludiendo a la «humanidad» de quienes lo perpetran, que tiene además el efecto colateral de expulsar despiadadamente a las mujeres de la humanidad. Quizás las únicas humanas en este caso. El periodista se limita a transcribirlo; no es su opinión en modo alguno. Acabaremos con la aparición de una corbata.
Siempre ha habido trucos para que el consumidor pique. Lo único que hace la cultura del bajo coste es cambiar la escala de la argucia y, por tanto, la magnitud del negocio/estafa. [...] Algún antropólogo tal vez pueda relacionar este síndrome con nuestra nostalgia secreta por los tiempos primitivos de la especie, cuando vivíamos cazando y recolectando frutos. En este sentido, nuestro exceso de credulidad no sería nada más que una pulsión remota, el instinto depredador que asoma por debajo del nudo de la corbata y por encima de la hipoteca.11
Según el autor resulta que la pulsión depredadora se encuentra justo debajo del nudo de la corbata. O bien las mujeres están libres de tal instinto, o bien el uso de tanto masculino ha inducido al autor a olvidarse de las mujeres y dar por buena una metáfora que sólo incluye una prenda masculina, la usen los hombres que la usen.
Todos los ejemplos que se acaban de ver ponen de manifiesto que el masculino no es inclusivo, es exclusivo: sólo se refiere a los hombres. Antes de pasar adelante, pues, este uso pertinaz del género masculino nos lleva a recordar que hay unos determina-dos usos androcéntricos que arrojan a las mujeres a la exclusión o a la invisibilización en los discursos. Se pueden remediar habitualmente con alguna de estas propuestas.
Principales fórmulas visibilizadoras
- No usar el masculino a menos de que se hable de hombres
- Uso de barras
- Uso de formas genéricas
- Uso de arrobas (ha sustituido a los asteriscos *)
- Uso de formas dobles
Web de Eulàlia Lledó Cunill
(La primera que tuvo, en mujerpalabra.net, sigue aquí como recuerdo o herstory)
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Notas al pie
1. Robert Mur. «El museo de la Señora de Cao se suma al tesoro arqueológico peruano», La Vanguardia, 4.04.2009, p. 34.
2. Anónima. «Quemado con un pitillo», Què! Barcelona (Emergencias), 28.01.2008, p. 13.
3 . Gregorio Morán. «Evocación de don Juan Valera», La Vanguardia, 2.04.2005, p. 30.
4 . Entrevista a Dieter Langewiesche. «Una intervenció increïblement profunda», El Temps, 1.073, València, 2005, p. 24.
5 . Julià Guillamon. «Una juventud torturada», Culturas, 72 de La Vanguardia, 5.11.2003, p. 2.
6. Carles Barba. «Venus y Dianas», Culturas, 36 de La Vanguardia, 26.02.2003, p. 8. Esta referencia sirve para todos los fragmentos que se citan del artículo.
7 . Creo que viene al caso citar la renuencia de muchos documentos a contemplar como positiva la mirada femenina, la capacidad de observación en este sexo; puede comprobarse en muchas obras literarias. Si vamos a los diccionarios, aunque el normativo en castellano no contempla tampoco muchas veces esta posibilidad, el caso más extremo se halla en los ejemplos del que hasta hace pocos años era el diccionario normativo catalán. En como mínimo ocho ejemplos, se podía constatar que las mujeres, más que observar algo, eran objeto de la mirada de otro y no había ninguno en que las mujeres miraran. Incluso se dedicaba un ejemplo que criticaba específicamente a las jóvenes que miran por la ventana.
8 . Lluís Bonada. Entrevista a Vicenç Altaió. El Temps, 1.090, València, 3.05.2005, p. 80.
9 . Juan José Millás. «Vida sexual sana», El País, 3.08.2001, p. 56.
10. Ángel Expósito. «Miles de fístulas grado 3 en Congo», La Vanguardia, 22.11.2007, p. 25.
11. Francesc-Marc Álvaro. «Credulidad aérea», La Vanguardia, 30.11.2007, p. 30.
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Webita publicada en mujerpalabra.net en diciembre 2025