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Pensamiento - Economía, empleo y consumo

Volver a Economía, empleo y consumo Hacia una comprensión del vínculo entre la economía feminista y la soberanía alimentaria

Ir a webita de autora Sarai Fariñas

Introducción a la comprensión histórica de la economía feminista

Si retenemos el ejemplo de Amparo en Alboraia, no nos cuesta poner en evidencia que este trabajo ha sido históricamente feminizado –aquel atribuido histórica y socialmente a las mujeres– e indudablemente invisibilizado.

Durante muchos años en Europa –y actualmente en muchos contextos geográficos–, antes de la aparición y posterior desarrollo del capitalismo, los procesos de producción material y reproducción de la vida humana coexistían en un mismo espacio físico constituido por los hogares y las tierras colindantes de las que extraían el sustento alimentario familiar.

Cuando el capitalismo inunda con su lógica los procesos en los que se desarrolla la vida, se establece una separación entre el lugar destinado al trabajo para la producción del mercado, cuya productividad está marcada por el valor de cambio –que es el que posee una mercancía–, y el espacio destinado al trabajo para la reproducción de la vida (dentro de las paredes del hogar), cuyo motor es la creación de valor de uso –aquel que sirve para satisfacer una necesidad.

Si nos detenemos en este punto, no nos costará llegar a la conclusión de que el primer trabajo (el destinado a la producción del mercado) es el que ha tomado un protagonismo clave en el pensamiento económico, pero también en nuestros propios imaginarios. Pensemos que la identificación de trabajo con dinero, ha supuesto la invisibilización de otro tipo de trabajos (los de cuidados) que además de sostener una vida digna de ser vivida, han contribuido a que el trabajo destinado a la acumulación de capital sea viable y posible.

Veámoslo con el ejemplo de Amparo y Vicent. Ella no trabaja podría ser una de las primeras sentencias que la lógica económica hegemónica y nuestra cosmovisión colonizada por el actual orden de las cosas daría por válida. Cuando hacemos la equivalencia de moneda por trabajo ocurren estos sinsentidos.

Amparo mantiene diariamente un hogar en el que la vida renace cada día a base de esfuerzo físico, emocional y de su tiempo, que se estira tanto como la dignidad de la vida merece en cada momento. Ella, desposeída de cualquier insumo económico y de la propiedad de la tierra –que está a nombre de su esposo– no cuenta nada para el mercado. Sin embargo, su esposo que trabaja por los meses de diciembre y enero en la recolecta de la naranja, aparece cada día lavado, planchado, almorzado, comido, cenado, con la madre limpia y sana, las hijas e hijo atendidos (en el más amplio concepto) y con la chaqueta que estrenará en Navidad a punto. ¿En que medida contribuye ese trabajo feminizado que realiza su mujer para que la propia lógica del mercado siga funcionando como si nada?

Pues la crítica feminista al marxismo habla precisamente de esto. Al señor Carlos Marx se le olvida contabilizar cuánto han trabajado las mujeres de los obreros de las fábricas para que la lógica de acumulación capitalista pueda desarrollarse sin inconvenientes. En este sentido, se entendería que los únicos agentes económicos son las empresas, que producen bienes y servicios que luego llegan a los hogares y son los que permiten satisfacer las necesidades de la gente. Y aquí podríamos preguntarnos, al hilo de lo que cuestiona Amaia Pérez Orozco: cuando estos bienes y servicios llegan al hogar, ¿se transforman por arte de magia en vida, en personas sanas y saludables que todos los días funcionan?

La economía feminista, en una de sus múltiples vertientes, pretende recuperar todos los trabajos que están haciendo de vínculo entre esos procesos de mercado y la vida de facto.

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Publicado en mujerpalabra.net en noviembre 2015