Pensamiento - Sobre sexualidad, afectos y cultura
La violencia entre mujeres (1)
Clepsidra
Navegación por las partes de La violencia entre mujeres, de Agüilla:
1. Cómo escuchar
2. Las palabras de mi madre
3. Las palabras del Otro
4. Mis palabras
1. Cómo escuchar las palabras
"La violencia entre mujeres". Estas palabras llevan tiempo hablándome y yo llevo el mismo tiempo sin saber cómo escucharlas. Me inquietan: las encuentro por doquier, se esconden, reaparecen y cuando parece que van a detenerse ante mí, se diluyen. Por eso, cuando supe que debía escoger un tema para el trabajo de investigación de este Master no dudé en decirlas: "la violencia entre mujeres"; casi fueron ellas las que se apoderaron de mi lengua, como si intuyeran que a través de este medio iban a lograr hacerse(me) entender. Yo ya he intentado explicármelas en otros contextos: en comunicaciones a congresos y en mi propia tesis doctoral, pero siento que en ellos no les he dejado espacio para que me hablen, o lo que es lo mismo, no me he dejado espacio para escucharlas. Hasta ahora, explicarlas ha supuesto apropiármelas, pero en un gesto en el que lo propio se volvía insignificante: asimilaba las palabras a la vez que las vaciaba de contenido, e inhabilitaba, aparentemente de manera paradójica, mis oídos. Y digo "aparentemente" porque ha sido la tradición cultural ilustrada la que nos ha hecho creer que sólo podemos dar cuenta de algo cuando lo adecuamos a nuestros conceptos, previos e independientes de la realidad. Así nos lo contó Kant y así parece haberse instalado en nuestras mentes, generando una asintonía entre nosotras y el mundo. Estoy convencida de que lo que me ha impedido hasta ahora acceder a la realidad de la violencia entre mujeres ha sido mi empeño en sistematizarla, en ordenarla de acuerdo con cánones que no venían de la realidad misma.
Ahora bien, ¿cómo
escuchar la realidad? Han sido tantos los intentos filosóficos que se han
erigido en amos y señores de la verdad por haber considerado que habían hallado
el método de acceso a la realidad, que ahora tememos todo discurso que aspire a dar
cuenta de ella.Pienso que en esta reacción, en este temor, subyace una
confusión entre verdad y realidad [1] que debiéramos superar para recuperar tales conceptos, sin los cuales
sufriríamos una pérdida de sentido del ser [2]. Luisa Muraro
nombra ese temor con las palabras "buen gusto" u "oídos educados":
nos cuesta escuchar hablar de verdad porque sabemos cuantas atrocidades se han
dicho y hecho en su nombre. Pero más allá de ese temor, Luisa Muraro aboga por
un concepto de verdad contextual –no universal pero tampoco relativa– y
así aspira a que podamos escuchar "la verdad de las mujeres". Me uno a su
proyecto pues, precisamente por su mediación, siento que ese pavor hacia el
concepto de verdad es una impostura [3];
me he dado cuenta de que si bien es cierto que a mis oídos les cuesta escuchar
la palabra "verdad", a mi lengua, que es de mi madre, no le cuesta
pronunciarla. La lengua, la lengua materna, es lengua metonímica y no
metafórica, capaz por tanto de decir la realidad [4].
Los oídos en cambio están habituados a las palabras que se escuchan, a las que
más ruido hacen. Los oídos son receptores de las palabras del
otro, de las palabras masculinas, con lo cual están hechos a su imagen y
semejanza; son hijos del padre. Los "bien educados" son hijos escarmentados
del padre, pero no por ello dejan de ser hijos del padre. Así concibo al
postestructuralismo y a la postmodernidad, corrientes que se han perdido en las
últimas consecuencias del sujeto moderno y creen oponerse a él pero no lo
trascienden. La esclavitud de sus oídos ha hecho que pongan la fragmentación
del sujeto donde debieran poner el partir de sí, o lo que es lo mismo, que
pongan el "oído educado" donde debieran poner la lengua, la lengua materna [5].
Puesto que
mientras que el oído reproduce y mimetiza, la lengua produce, crea
palabras propias que nos vinculan con la realidad.Luisa Muraro considera que
gran parte de la filosofía y del feminismo se ha encerrado en la tarea crítica
sin darse cuenta de que ésta no tiene fin y que es en definitiva "un
fingimiento". Ella se explica nuestra incompetencia simbólica en el hecho de
que mientras que antes la autoridad de la lengua era inseparable de la
autoridad de la madre, ahora, en nuestra vida adulta ya no le reconocemos
autoridad a la madre. Por ello propone que traduzcamos la antigua relación con
la madre para hacerla vivir como principio de autoridad simbólica [6].
La realidad no
puede hablarnos si no es a través de nuestras lenguas; nos necesita, pero no
para existir –con cuya responsabilidad cargan el postestructuralismo y la
postmodernidad– sino para hacerse decible, para mostrársenos. Por eso,
cuando hablo de escuchar las palabras hablo de escuchar la realidad, hablo de
que la dejemos atravesarnos, de que la dejemos hablar a través de nosotras, de
nuestra lengua materna. Sólo de esta manera podremos decir la verdad, de la
cual decimos que es "nuestra verdad" sin que ello suponga un demérito o un
menos de objetividad. Bien sabemos que la tradición cultural dominante, la del
sujeto moderno, prescribe como antónimos la subjetividad y la objetividad.
Nosotras, que estamos más allá de la oposición sujeto-objeto, hallamos la
verdad en la subjetividad, en el "partir de sí". Pienso que tras el fin de los
metarrelatos formulado por Lyotard adviene la subjetividad femenina, pero no en
forma de "sujeta" femenina, sino en forma de mujer que se sabe ordenada por el
simbólico de la madre y que conoce "la sabiduría del partir de sí". Frente a
las políticas de la identidad que, al reproducir el error de
la polaridad entre autonomía y orden coactivo, siguen presas de
los esquemas masculinos, la política de las mujeres nos autoriza a encontrar la
verdad en nuestro sentido libre de ser mujeres [7].
Y es que la verdad de mi experiencia no es cuestionable. Así
lo he descubierto en este Master que me ha enseñado que podemos "traer al mundo
el mundo" y que sólo podemos hacerlo "nombrando el mundo en femenino", es
decir, en una contratación simbólica con nuestra madre.
Escribo desde
Verona, y siento que esto tiene un doble significado para este trabajo. Uno,
que es en este texto donde único puedo reencontrarme con mi lengua materna:
vivo mi cotidianidad en italiano o en inglés. Y otro, que escribo en compañía
de las mujeres de Diótima
, sintiendo este lugar como un espacio simbólico desde
el cual puedo alcanzar las manos de todas, profesoras y compañeras, que me han
dado tanto a lo largo de este año. Entre otras cosas, la posibilidad de sentir
como siento mi estancia aquí. Inicio pues mi camino con ustedes, dejándome
llevar a donde nos lleve nuestro deseo, compartiendo hallazgos y
convirtiéndolos por su mediación en descubrimientos. Por eso también escribo en
presente y en pretérito imperfecto pues no puedo hacerlo de otro modo: esta
investigación que comienza está comenzando. No sé qué frase seguirá a la que
escribo. Ya puedo percibir entonces una diferencia respecto a las
investigaciones que he llevado a cabo hasta ahora, cuyos tiempos verbales eran
"perfectos", ya acabados, proferidos desde la distancia, desde el lugar donde
habita la Verdad –Verdad, con mayúsculas, que es ajena a la realidad–, y
propiciadores pues de esa ruptura entre yo y el mundo. Éste, en cambio, es un
camino en gerundio, "caminante no hay camino, se hace camino al andar".
Pero no
me abro el camino yo sola, como estaba acostumbrada, sino en relación. Y por
ello sé que será una escritura-descubrimiento. Como dice Luisa Muraro, la
escritura es el único camino para descubrir qué es lo que queremos decir; no
sabemos adonde nos deparará si bien sabemos de donde partimos: de nosotras, del
saber de nuestra experiencia. Así, con esta incertidumbre, que curiosamente no
me angustia, me dispongo a escuchar esas palabras: la violencia entre mujeres.


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Publicado en mujerpalabra.net en septiembre 2012