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Pensamiento - Sexualidad, afectos y cultura

Volver a Novedades La violencia entre mujeres (3)

Clepsidra

Navegación por las partes de La violencia entre mujeres, de Agüilla:

separador 1. Cómo escuchar separador 2. Las palabras de mi madre separador 3. Las palabras del Otro separador 4. Mis palabras

3. Las palabras del Otro

Nuestro sentido común no nos deja pensar la violencia entre mujeres de otro modo: ésta es siempre violencia sobre una misma. En cambio, cuando pensamos en la violencia entre hombres no parece ocurrir lo mismo, más bien sucede lo contrario: su violencia es directamente proporcional a su narcisismo. Entre más valiosos se saben más capaces se sienten de censurar a los otros, y en primer lugar a las otras, pues la imagen que tienen de sí mismos se asienta sobre nuestra especula(riza)ción. EspéculoAsí lo mostró maravillosamente Luce Irigaray en Speculum: somos para ellos la imagen invertida de sí mismos, de cuya visión obtienen un refuerzo para su narcisismo[18]. De ahí que hayan fundado el régimen de la mismidad: sienten pavor hacia la alteridad y necesitan definir lo diferente como lo otro, como lo no-mismo. No saben relacionarse con el otro si no es objetivándolo. Y la objetivación es una primera forma de ejercer violencia[19]. En cambio, dado que cuentan con un concepto bien claro de su virilidad que por otro lado, de acuerdo con Luisa Muraro, es una expropiación de la potencia materna, la violencia entre ellos es de otra naturaleza. Tiene que ver, desde mi punto de vista, con una lucha por el poder. Los hombres ponen en juego en sus intercambios un medidor y un mediador. El medidor, la medida, es el poder, que se da en forma de dinero, de fuerza física, de la mujer que se posea, etc., dependiendo del contexto social y generacional del que se trate, pero siempre media entre ellos la instancia de poder correspondiente. Su mediador es un tercero ajeno a ellos: el derecho y el Estado, constitutivos esenciales del simbólico masculino porque son imprescindibles para controlar sus intercambios en relación con el poder[20]. Pero este control no es realmente mediador, es decir, que no media entre los contratantes mediando por ambos, sino que este tercero da a los contratantes un poder de exclusión[21].

Asimismo podría decirse que entre nosotras hay también una lucha por el poder. Así lo defendí yo misma durante algún tiempo. Influenciada por Lacan pensaba: al fin y al cabo querer tener más o menos caderas, más o menos pechos o ropa de tal o cual manera son todas formas de querer tener poder, de poseer el falo, falo que por otro lado tampoco poseen los hombres según Lacan, claro. Como sabemos que no podemos ser el falo, pues por otro lado el ámbito del ser nos está vetado[22], dedicamos nuestros esfuerzos a tenerlo[23]. Pero ahora siento este discurso tan ajeno que no me dice nada. No creo que la aspiración al poder sea algo propio de las mujeres, así que tiendo a pensar que entre nosotras no hay ningún tercero más que el que ellos ponen, en su deseo de querer verse como nuestra medida. El simbólico patriarcal imagina que el sexo masculino es nuestra medida, por ello sienten que son ellos los que ordenan las relaciones entre nosotras. O lo que es lo mismo, como ellos suponen que para nosotras son la encarnación del valor, interpretan nuestras querellas como si nos los estuviéramos disputando. Y ciertamente hay más violencia entre nosotras cuando tenemos un hombre cerca pero no porque luchemos por él, ni por lo que él representa, sino porque se nos impone su mirada sobre nosotras y es la mirada masculina la que presupone que debemos luchar por el poder, esto es, por el hombre.

Al ser el único valor el masculino la violencia ejercida sobre nosotras va a ser siempre una violencia sobre el sexo femenino, y consecuentemente sobre la relación entre mujeres. La violencia del hombre sobre la mujer, del mismo sobre el otro, está fundada en la subordinación de lo femenino por parte de lo masculino[24]. Considero, por otro lado, que este dominio es estructural, resultando ser el origen de toda violencia sobre lo diferente, pero que es aún más violenta sobre las mujeres porque es lo femenino lo que se ha obliterado[25]. La violencia del hombre sobre la mujer tiene pues raíces profundas que nos muestran que no lograremos atajar la llamada "violencia de género" si no atendemos a la violencia simbólica, invisible pero posibilitadora de la violencia visible[26]. Y no sólo de ella. Pienso que la violencia simbólica ejercida por el orden patriarcal sobre las mujeres tiene una consecuencia aún más cruenta que la violencia del hombre sobre la mujer, y ésta es la violencia de la mujer sobre sí misma y sobre las demás. El cercenamiento del que somos víctimas hace que lleguemos a decir "mi marido me pega lo normal", es decir que la violencia simbólica convierte la violencia en violencia consentida nos sentimos merecedoras de esa violencia, y de ese modo nos hacemos nosotras también agentes de violencia, pues podemos llegar a decir: "tu marido te pega lo normal" o "tu marido debiera darte tu merecido"[27]. Por eso siento que el as de la baraja que la violencia del mismo sobre el otro tiene bajo su manga es precisamente la capacidad de generar violencia de lo otro sobre lo otro, es decir, de la otra sobre la otra, ya sea sobre ella misma o sobre otra de su mismo sexo.

Pienso que el feminismo de la emancipación no cuenta con ello y sus análisis carecen de viabilidad por ese motivo: se quedan encerrados en su empeño por eliminar la violencia del hombre sobre la mujer, sin darse cuenta de que es en otro lugar donde deben hallar la causa. Interpreto así la afirmación de Luisa Muraro de que el patriarcado no sólo es causa sino también efecto[28]. Si este feminismo, que es el feminismo de Estado, obvia esta dimensión de la violencia simbólica de nada servirán por ejemplo sus reivindicaciones en torno a la paridad. Su única aspiración parece ser que a las mujeres se les ofrezcan puestos de responsabilidad, obviando que muchas no se atreverán a aceptarlos, otras no tardarán en dimitir por no encontrarse capacitadas, ya que se culparían de las contingencias, y otras, para librarse de sus inseguridades, mimetizarán el modo de actuar de sus compañeros, adoptando actitudes violentas con los demás, con las demás y, de este modo, con ellas mismas, pues estarían violentando su especificidad[29]. Por tanto, no basta con romper el llamado techo de cristal que impide a las mujeres acceder a la toma de decisiones públicas, no basta con tomar medidas contra la violencia del mismo sobre el otro, pues donde realmente radica el secreto de la permanencia y de la efectividad de la violencia es en la psique del otro, en la violencia de uno mismo contra sí mismo[30]. Por eso no se puede corregir un desorden social sin hacer orden simbólico.

Así las cosas, las mujeres no sólo son el silencio necesario para la demarcación de las palabras (masculinas), sino que además son oído que mantiene la permanencia de la primacía del discurso de lo mismo. AteneaAprenden el discurso, incluso el que es proferido acerca de su feminidad, y lo reproducen en sus vidas porque no cuentan con otro logos más que con el que nos define como castradas. Desarrollándose sin referentes, negada su especificidad, anulada su sexualidad... las mujeres no pueden más que mimetizar la homilía del sujeto masculino patriarcal[31]. Como dice Luce Irigaray: "La mujer, delegada a una colecta de homenajes, mantiene en pie el valor del pene y garantiza su cotización. Si es preciso incluso lo representa. Su cuerpo 'falicizado' sostiene e indica su curso, defiende su cambio y garantiza su valor"[32].

De acuerdo. Las palabras de Luce Irigaray suelen dejarme sin palabras. Siempre he pensado que esto se debía a la autoridad femenina que le reconozco y sin embargo ahora me doy cuenta de que mi discurso, guiado por ella, ha vuelto a separarme de la realidad. Lo siento ya en el hecho de que no hablo en primera persona ya sea del singular o del plural, como he hecho hasta ahora, sino en tercera persona. El "ellas" me anuncia que he vuelto a dejar de escuchar la realidad pues he dejado de implicarme, de ponerme en juego; mis palabras han eliminado ese espacio en el que a través de la mediación de mi madre podía traer al mundo el mundo. Pero es que ciertamente éstas no son mis palabras, ni siquiera las de Luce Irigaray, son las palabras del Otro. Siento que es el Otro el que ha hablado por mí en estas últimas páginas, la mirada masculina, el simbólico patriarcal[33] pues, en este centrarme en el oído femenino como mantenedor-reproductor de la subordinación, parece que he olvidado la potencia de nuestra lengua. Sin darme cuenta he vuelto a reproducir aquel discurso lacaniano del que dije sentirme ajena. Al fin y al cabo lo que he hecho es considerar que las relaciones competitivas entre nosotras se cifran en ese "tener más o menos pechos, más o menos caderas, más o menos encantos, abalorios de tal o cual tipo"... en tener algo que la otra no tenga para poder venderse mejor en el comercio sexual[34]. Y creo que la razón por la que mi análisis se ha desviado ha sido por considerar la cultura como una totalidad "hom(m)osexualizada". En ella ciertamente nuestro precio como mercancía es directamente proporcional a la medida en que refrende el deseo masculino, en que fetichice lo masculino, pero sucede que, como dice Maria-Milagros Rivera "el patriarcado no lo ha ocupado todo"[35]. La formulación simbólica del final del patriarcado nos abre la vista hacia la visión de una historia sin patriarcado. Así, años antes de que esa formulación pudiera ponerse en palabras, dijo Luisa Muraro: "Si aceptamos que el tiempo es un mediador para la pensabilidad de nuestra experiencia y no su teatro, debemos convenir que pueden darse procesos que, junto con su conclusión lógica, "salen" del tiempo. La forma paradójica de enunciados como "Ahora siempre hemos sido libres" nos advierte que no estamos fuera de la necesidad de la mediación. Esta necesidad no es una servidumbre, corresponde al hecho de que vivimos, simbólicamente, una vida recibida"[36].

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[18] Pienso que Luce Irigaray muestra esta idea a lo largo de todo el libro, pero quizás más explícitamente en "Toda teoría del sujeto se ha adecuado siempre a lo masculino" en Luce Irigaray, Speculum. Espéculo de la otra mujer, Madrid, Saltés, 1978. pp. 149-164. Original de 1974.

[19] Son muchos los estudios que han analizado por qué los hombres parecen no poder relacionarse de otra manera con el otro. Desde el psicoanálisis se ha explicado que radica en la diferencia sexual. Al ser ellos varones y su madre mujer, necesitan objetivarla para poder distanciarse de ella, para poder individualizarse, convertirse en sujetos. Es lo que Lacan llama la fase del espejo. Entre tanto al ser las niñas del mismo sexo de su madre su ubicación en el mundo deriva de una relación sujeto-sujeto. Estas teorías se llaman "teorías de las relaciones objetales" y las pensadoras a las que más conozco son Nancy Chodorow y Melanie Klein vínculo externo. Pienso que estas teorías nos devuelven a la teoría freudiana acerca del masoquismo femenino: como ellas, a diferencia de los hombres, no pueden proyectar la violencia hacia el exterior, la proyectan sobre sí mismas.

[20] Esta idea me la ha mostrado en gran parte la asignatura de Clara Jourdan vínculo externo: "La política de lo simbólico".

[21] Esta idea aparece en el Sottosopra Rosso vínculo externo, en la página 11 de mi impresión.

[22] Words of Power, de Andrea NyeEn ese sistema binario sobre el que está fundada la cultura patriarcal, no sólo el valor está en el lado izquierdo del par y el disvalor en el derecho,  sino que también encontramos el ser en el izquierdo y el no-ser en el derecho. A este respecto me resulta interesante el estudio de Andrea Nye sobre el Poema de Parménides en Andrea Nye, Words of power. A feminist reading of the history of logic. Nueva York, Rouledge, 1990. Aquella economía excluyente que se mantiene gracias a la no-representación del otro de lo otro es la responsable de la existencia del par dicotómico: ser/no ser. Es lógico entonces que dentro de estos parámetros no sea posible hablar del ser de la mujer. Sería una contradicción in terminis. La mujer, continente oscuro, representa el no ser. Ese sexo que no es uno, Luce IrigarayEn este mismo orden de cosas, Luce Irigaray dice entender que se nos represente como un misterio, pues "(...) en una cultura que pretende enumerarlo todo, cifrarlo todo en unidades, inventariarlo todo en individualidades", las mujeres no tenemos un sexo, si no por lo menos dos, pero no identificables en unidades... no somos ni una ni dos. Luce Irigaray, Ese sexo que no es uno, Madrid, Saltés, 1882, pp. 21-33. Original de 1977. Así las cosas, las mujeres se desarrollan sintiendo que su valoración no depende de lo que son sino de lo que tienen.

[23] El cortejo del malAl fin y al cabo es ésta una reformulación de la vieja teoría freudiana acerca del valor de la maternidad para las mujeres: nuestro trauma infantil de la envidia del pene sólo se ve superado cuando finalmente damos a luz un varón: al fin poseemos lo que llevábamos toda la vida ansiando. Con todo, hay algunas diferencias entre la perspectiva freudiana y la lacaniana que pueden resultar significativas. A mí me las hizo pensar sobre todo la lectura de un libro: Natividad Corral, El cortejo del mal, Ética feminista y psicoanálisis, Madrid, TALASA, Hablan las mujeres, 1996.

[24] Luce Irigaray puso en palabras esta violencia primera y recurrió para ello a la mitología clásica occidental, donde se ve con claridad la tensión entre una genealogía femenina y otra masculina. Finalmente, en la Orestiada de Esquilo dominó la genealogía masculina con el asesinato de la madre. Luce Irigaray, El cuerpo a cuerpo con la madre pdf (13 págs.), Barcelona, LaSal. Cuadernos Inacabados, 1985, pp. 5-17. Original de 1981.

[25] Pienso que la violencia de lo mismo sobre lo otro se funda sobre ese dominio de lo masculino sobre lo femenino. De hecho, cuando se quiere subordinar a lo diferente la raza negra, la homosexualidad masculina... se lo asocia con lo femenino. Y a la vez es este el motivo por el que el patriarcado es el primero de los sistemas de dominación y por el que la violencia sobre las mujeres es la más potente: las mujeres estamos realmente vinculadas a la feminidad. Por otro lado, siempre siguiendo a Luce Irigaray, si el olvido de lo femenino ha abierto las puertas a la violencia no es porque a las mujeres se nos haya prohibido la aptitud para salvar el mundo, sino porque esas estructuras del lenguaje que posibilitan la exclusión y la violencia sobre lo diferente, se establecieron a partir de (y para) la invisibilización de la sexualidad femenina. Desde la óptica irigariana, nos corresponde a las mujeres erradicar la violencia, pero no porque nuestra naturaleza nos prescriba cuidar de la humanidad, sino porque, en la medida en que Occidente ha reprimido lo femenino, las mujeres tenemos un acceso privilegiado al inconsciente. El feminismo, entonces, tendría que consistir en psicoanalizar el imaginario patriarcal para desvelar y hacer consciente lo femenino.

[26] Trabajé estos conceptos para una comunicación a un congreso. En ella distinguía a partir de la obra de Luce Irigaray tres conceptos. La violencia primera, estructural y que opera a través de la invisibilización. Ésta supone el ocultamiento de la diferencia sexual, esto es, la obliteración de lo femenino. La violencia invisible, inconsciente y que opera a través del lenguaje construido ya por la violencia primera. Ésta convierte lo diferente en no-mismo, esto es, que lo que no es masculino no tiene valor. Y la violencia visible, explícita y funda(menta)da en la violencia invisible. Ésta supone la exclusión de lo no-mismo, que pasa a ser lo otro, esto es, que se maltrate, se viole y se excluya a lo no-masculino.

Mujeres en relación, de María-Milagros Rivera[27] No siento mi análisis en contradicción con el original e iluminador análisis de Maria Milagros Rivera en torno a la violencia de género. Estoy de acuerdo con ella en que hay que considerar las dimensiones de amor y de relación en las mujeres víctimas de maltrato, sólo de este modo lograremos liberarlas del reduccionismo acometido por las políticas contra la violencia de género, para las que estas mujeres son meramente víctimas. Maria-Milagros Rivera Garretas, Mujeres en relación. Feminismo 1970-2000, Barcelona, Icaria. Más madera, 2001.

[28] Luisa Muraro desarrolla esta afirmación a través del argumento de que el patriarcado encuentra sostén en la dificultad femenina de someterse a la necesidad de la mediación, como observamos en nuestra sociedad, donde la toma de la palabra por parte de las mujeres no encuentra impedimentos formales. Luisa Muraro, El orden simbólico de la madre, Madrid, horas y HORAS, 1994, pp. 34-35. Original de 1991.

[29] Esto no quiere decir que defina a las mujeres como no-violentas, aunque bien es cierto que pienso que la violencia es más de hombres que de mujeres, sino que la violencia que acometen estas mujeres sigue las maneras de la masculina.

[30] Si a través de la atención exclusiva a la violencia del mismo sobre el otro se consiguiera, por ejemplo, eliminar la violencia de género, no se ha logrado nada si las mujeres siguen agradeciéndoles a los hombres que las traten bien.

Luce Irigaray, Philosophy in the Feminine, de Margaret Whitford[31] Esta mimesis tiene lugar de distintas maneras: como reproducción fiel del género femenino descrito por el patriarcado, como imitación del mismo discurso masculino o como réplica histérica de incomodidad con las opciones planteadas en el orden social. Por esto el psicoanálisis lacaniano considera la histeria como la alternativa femenina reveladora de la forclusión de su especificidad y de la necesidad de una simbología propia. En palabras de Irigaray: "(...) el mimo histérico será la labor que corresponde a la niña, a la mujer, para salvar su sexualidad de la supresión total". Así pues, la economía de la representación falogocéntrica sólo permite el acceso al escenario a lo mismo y a lo otro de lo mismo, dejando fuera de la escena, fuera de(l) juego, al otro de lo otro. Margaret Whitford lleva a cabo un interesante análisis de estos conceptos a partir de la interpretación irigariana del mito de la caverna de Platón. "The same, the semblance, and the other", en Margaret Whitford, Luce Irigaray, Philosophy in the feminine, Londres, Routledge, 1991. Aquí un capítulo del libro pdf (17 págs.)

[32] Parafraseo aquí algunas palabras de Luce Irigaray: "¿Una sexualidad más que negra?" en Luce Irigaray, Speculum. Espéculo de la otra mujer, Madrid, Saltés, 1978. Pp. 71-78. Original de 1974.

[33] Ciertamente la categoría "otro" fue formulada para referirse al "otro-mujer". Así lo hizo Simone de Beauvoir en El segundo sexo para enfatizar que no somos consideradas lo-mismo. Sin embargo, Lacan habla de lo Otro con mayúsculas y con ello hace referencia al sistema socio-simbólico dominante, a las estructuras lingüísticas que han fundado la cultura patriarcal y que configuran, desde su punto de vista, nuestro consciente e inconsciente. Luisa Muraro habla del otro –de la mirada del otro, del pensamiento del otro– para referirse a lo que no somos nosotras, esto es, al sujeto masculino. De esta manera pone de manifiesto que debemos estar atentas para detectar lo que no nos es propio. Así, su consideración del otro siento que se acerca más a la de Lacan –con la diferencia de que para ella sí existe lo otro de lo otro– que a la de Simone de Beauvoir, pues mientras que el objetivo de ésta es crítico-negativo, el de Luisa Muraro es afirmativo: dotar de sentido humano la sexuación. Además, pienso que Luisa Muraro y Lacan hablan de orden simbólico, mientras que Simone de Beauvoir habla de y desde el orden social. Cuando yo hablo del Otro lo hago en el sentido de Luisa Muraro, pero lo pongo en mayúsculas para hacer presente la idea lacaniana en torno al dominio del simbólico masculino. Sí que sé de la existencia de un orden simbólico no-Otro, del orden simbólico de la madre, pero la presencia de la mirada del Otro hace que éste no deje de ser "una puerta estrecha". En cualquier caso, esto no significa que le de prioridad a la tesis derridiana acerca del "falogocentrismo", antes bien estoy con Luisa Muraro en que la experiencia de las mujeres es "logoexcéntrica".

[34] "El mercado de las mujeres" y "De las mercancías entre ellas" en Luce Irigaray, Ese sexo que no es uno, Madrid, Saltés, 1982, pp. 159-187. Original de 1977.

[35] Pienso que a Luce Irigaray también se le olvida a menudo que el patriarcado no lo ha ocupado todo, y aunque haya desvelado la importancia ética de dar forma a la relación madre-hija, siento su obra encerrada en la crítica a la hom(m)osexualidad masculina. Ciertamente fue Freud el que al final de su vida reconoció que había algo que trascendía sus propias teorías y que hasta ese momento había obviado: la relación preedípica de la niña con su madre.

[36] Luisa Muraro, El orden simbólico de la madre, Madrid, horas y HORAS, 1994, pp. 144-145. Original de 1991.

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Publicado en mujerpalabra.net en octubre 2012